A mi manera 2015, el benjamín de Romeo

Aunque resulte paradójico, en el mundo del vino la sencillez no está al alcance de cualquiera. No me refiero, por supuesto, a aquellos ramplones brebajes que suelen intentar colarnos como vino de diario –o vino de la casa, en la hostelería de batalla–, que los viticultores desaprensivos producen sin mayores escrúpulos con la peor uva que llega a su bodega. De esos los hay a montones. Lo que escasea, maldita sea, es la sencillez bien entendida: aquellos vinos que nacen sin la ambición de ascender al Olimpo de las grandes cuvées, que no se detienen en la barrica en busca de la tan cacareada –y tan mal entendida, casi siempre– complejidad, pero que, sin embargo, saben a gloria.

Si, me refiero a los vinos jóvenes. A los buenos vinos jóvenes, más exactamente. Aquellos que nos cautivan desde el primer trago porque son la esencia misma de lo que es –o debería ser– el vino: sensaciones puras de fruta en su exacta madurez, algún matiz que de pistas sobre su identidad (tipicidad varietal, acentos de la propia tierra… en fin, lo que llamamos terroir) y la impepinable frescura que invite a rellenar la copa una y otra vez.

Habrá quien diga que esto lo hace cualquiera. Pero no es así: el arte del vino sencillo escapa incluso a los artífices de vinos mucho más grandes. Que, dicho sea de paso, no son necesariamente mejores, aunque sí mucho más caros. Vaya uno a saber por qué, pero la mayor parte de los bodegueros son incapaces de hacer un buen vino sencillo. Aún cuando tengan a su alcance la mejor materia prima, al final la acaban liando y el resultado se queda en tierra de nadie.

Afortunadamente, hay excepciones a esta regla. Hete aquí una de ellas: Benjamín Romeo. El padre de Contador, La cueva del contador, La viña de Andrés Romeo, Qué bonito cacareaba y otros vinos monumentales lleva ya siete años empecinado en elaborar un tinto joven que esté a la altura de su brillante currículo. Y a la séptima ha dado en el blanco: el flamante A mi manera 2015, que hace apenas unas semanas no era más que un imberbe mosto de tempranillo (con pelín de garnacha tinta) es hoy un grandísimo vino de andar por casa. Un joven de notable altura. Un pequeño gigante.

¡Quién tuviera al alcance de la mano un vino como este para echar al gaznate cada día! Un tinto tan puro, noble y sencillo, pero también tan emocionante como A mi manera 2015, en el que aún se mantiene vivo el recuerdo de la fermentación –del grano entero y en tina de madera, para más datos–, que sabe a fruta-fruta pero que en paso por la boca demuestra consistencia y calidad.

Los asiduos a El Bar de Gastroactitud se preguntarán que es lo que hace a este vino tan diferente de otros riojas del año. Pues lo diré: la grandeza de A mi manera 2015 tiene que ver con el modo de hacer las cosas que gasta el bueno de Benjamín Romeo. Al contrario de lo que acostumbran otros viticultores, Romeo selecciona para su tinto joven los racimos de sus mejores parcelas de viñedo, con el mismo rigor con el que elige las uvas para sus otros vinos. Pero con otra perspectiva. Si para Contador busca granos con concentración, intensidad y taninos; para su benjamín pretende frescura, expresión de fruta y vivacidad. Por lo demás, A mi manera realiza el mismo recorrido en bodega (mesa de selección, fermentación en tinas, etc.) que Contador, pero en un pis pas. Es un vino espontáneo, y también efímero. Tan pronto sale de la bodega como se agota en unas cuantas semanas. Visto y no visto.

Lo diré más fácil: A mi manera es como una canción pop. Una buena canción pop, quiero decir. O también: es el vino joven que Benjamín Romeo hace a su manera. Brindo por él.


 


 

Federico Oldenburg

Periodista especializado en vinos y destilados, colaborador de numerosos medios internacionales y jurado de los más prestigiosos certámenes vinícolas.

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