Ardbeg, la destilería escocesa asentada en la remota isla de Islay, objeto de culto entre los amantes de los single malts de expresión más compleja, ahumada y salina, acostumbra desde hace algunos años a satisfacer a sus incondicionales con ediciones especiales, de producción rigurosamente limitada, que se presentan puntualmente cada año coincidiendo con la celebración del Ardbeg Day, la jornada de puertas abiertas en la que aficionados de todo el mundo se dan cita en la sede de la vieja destilería, allá donde se pierde el viento, en una fiesta donde prima la música y el mejor whisky, como debe ser.
Este año, debido a las circunstancias de la pandemia global, el sarao del Ardbeg Day –que tuvo lugar el 5 de junio– no pudo ser más que virtual, pero el equipo técnico-creativo que pergeña las ediciones especiales de este monumental single malt –con el genial Bill Lumsden al frente– no se ha amilanado ante la adversidad del maldito Covid-19 y se sacó de la manga otra expresión fascinante que diversifica la esencia original de Ardbeg.
La buena nueva lleva por nombre Ardbeg Scroch y tiene como referencia icónica el dragón que forma parte del mitos y leyendas de Islay. La imagen del temido bicharraco que escupe fuego viene a cuento del profuso carácter ahumado que distingue a este nuevo single malt de edición limitada.
Y valga aquí señalar la diferencia entre los matices ahumados de la turba que caracterizan el perfil aromático de Ardbeg Ten (el whisky emblemático de la casa) con las notas de humo y hollín que se perciben en Ardbeg Scroch, que resultan del añejamiento adicional en barricas de bourbon que los maestros toneleros de la destilería escocesa han sometido a un tostado extremo (se diría que casi las han carbonizado) antes de alojar en ellas al bendito single malt.
De este osado y singular proceso resulta un whisky de malta goloso, complejo y suculento que hará las delicias de los forofos de las sensaciones tiznadas, de carbón, especias dulces, regaliz negro, anís y boticario antiguo.
El paladar es amplio, fogoso, envolvente, con nítidos recuerdos ahumados y medicinales en el larguísimo final.
En definitiva, un nuevo elixir supremo que se suma a la colección de rarezas de una destilería de culto. Aunque hay que advertir que no va a ser fácil hacerse con una botella del anhelado Scorch: la producción es tan exigua que los lotes se reparten por el mundo con cuentagotas. Al mercado español se han destinado apenas unas 200 botellas.
La mayoría estará ya en manos de los fans de Ardbeg, que no son pocos y espabilan rápido si de Islay Single Malt Scotch Whisky se trata.
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