La idea, tan extendida como fútil, que sostiene que los albariños deben consumirse durante su primer año en botella, se desmorona estrepitosamente cuando uno se echa al buche cualquiera de los vinos de pago que con tanta maestría elabora Benito Santos en Vilanova de Arousa, Pontevedra.
El que aquí nos ocupa, Pago de Bemil, procede un viñedo pequeño –su superficie no llega a una hectárea–, con suelos de naturaleza calcárea, que crece a las espaldas de la iglesia románica de Santa María de Bemil. El noble edificio protege a las viejas cepas de albariño del efecto de los vientos.
Con la uva allí cosechada, Benito Santos concibe un blanco excelso que hace honor al lema de la bodega, Congruenter Naturae Vivere: el cultivo se rige por la biodinámica, la fermentación es espontánea –con levaduras autóctonas, por supuesto– y el vino descansa sobre sus lías hasta 36 meses antes del embotellado. La paciente maduración en botella hace el resto.
Todo este proceso, natural y rigurosamente ecológico, da lugar a uno de los albariños más auténticos, complejos y emocionantes de cuantos pueden probarse. Eso si: la producción es lógicamente escasa (en torno a las 3.000 botellas). El precio, por tanto, es irrisorio. Sobre todo para un vino blanco que aguarda su descorche ¡desde el año 2008!
Habrá que aprovecharlo, al menos hasta las que las hordas de bebedores de albariños prepúberes se den por enteradas y Pago de Bemil empiece a cotizar como la joya que es.
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