Hete aquí uno de esos champagnes que a cualquiera le gustaría tener a mano, para bebérselo –por supuesto– y también para silenciar de una vez por todas a aquellos que aún se niegan a reconocer la excelencia y singularidad de las burbujas rosas.
A estos obtusos discriminadores cromáticos sólo puede valerles una excusa: no haber tenido jamás la dichosa oportunidad de descorchar una botella –y dar cuenta de ella, claro– de uno de aquellos raros elixires que integran la elite de los mejores rosés.
Desde luego, el Grande Année Rosé Brut elucubrado por la legendaria maison Bollinger es uno de ellos. Como casi todas las mejores cosas de este mundo, el grandioso rosado de esta casa es un champagne escaso, de aquellos que cuesta encontrar. Pero, por muy dificultosa que sea, la búsqueda de esta preciosa gema líquida bien merece la pena. Al igual que el desembolso al que obliga cuando hay que pasar por caja. Qué remedio: es el precio que hay que pagar cuando el capricho apunta a la excepcionalidad.
Para más inri, esta cuvée sólo se elabora en las añadas que dan la talla, tal como sugiere su nombre. La última que ha salido al mercado, 2005, supera holgadamente el listón. La naturaleza, alabada sea, ha querido que, en esa cosecha, la voluptuosa finura de los granos de chardonnay recogidos en Chouilly, Mesnil-sur-Oger y otros benditos crus de la Côte des Blancs y los racimos de pinot noir de Aÿ y Verzenay –principalmente– se aliaran en un champagne majestuoso, cuyo assemblage tiene un componente singular: un 5% de vino tinto procedente de la Côte aux Enfants.
Con estas armas, una fermentación en tinos de madera –otra singularidad de Bollinger– y una paciente crianza mínima de 72 meses en rima, Grande Année Rosé Brut 2005 despliega un tenue color asalmonado, finísima burbuja, aromas florales y especiados (canela, jengibre) y una boca amplia y envolvente, a un tiempo elegante y poderosa.
Sin duda, una cuvée a la altura de las exigencias de Madame Lily Bollinger, que sólo consintió que en su casa se elaborara rosé si el resultado alcanzaba la categoría más suprema. Merci, madame.
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