Mucho se ha celebrado en los últimos tiempos el renacimiento de Madrid como región de vinos de calidad, achacando el milagro al rescate de un tesoro casi olvidado: las viejas cepas de garnacha que crecen en el entorno de San Martín de Valdeiglesias.
¡Alabadas sean las benditas garnachas! Aunque, hilando fino, hay que decir que no es la única joya que esconden los viñedos de San Martín: allí subsisten asimismo viejas viñas de uvas de otro color –blanco–, que también pueden dar lugar a grandísimos vinos, tal como demuestra la joven bodega Bernabeleva con Cantocuerdas 2013, un monumental blanco de variedad albillo.
Es verdad que esta uva ha conocido tiempos mejores: existen documentos que demuestran que en el año 1751 ocupaba el 36% de los viñedos de Toro, además de tener una importante presencia en Rioja, Vizcaya y, sobre todo, Castilla. De ella nacían los blancos pardillos que se elaboraban justamente en San Martín de Valdeiglesias y se bebían en la corte madrileña, que celebraba su sabor dulzón y textura glicérica, buena persistencia y final amargoso.
Quizás por ello su cultivo se extendió, llegando a tierras gallegas e incluso hasta las islas Canarias, donde aún perviven viejas cepas de esta uva. Pero, con el paso de los años, el cambio en las técnicas vinícolas y la introducción de otras variedades le relegó al ostracismo.
Cuando se menciona a la albillo, los expertos ampelógrafos ponen cara de susto y advierten que es una variedad que engaña, porque bajo ese nombre se esconden en el viñedo español unas cuantas uvas genéticamente distintas. La de Castilla y León sería, más bien, tempranillo blanco. Y la que se conoce en Canarias con el mismo nombre, vaya uno a saber… Considerando su exótica expresión de mango, cítricos, anís y flores, se trata seguramente de otra albillo, que nada tiene que ver con las que crecen en la península.
Lo que sí está claro –al menos si se mantiene la fe en la European Vitis Database– es que la que crece en la D.O. Vinos de Madrid, en los escarpados viñedos de la sierra de Gredos, es la albillo real.
Con ella, Bernabeleva ha conseguido firmar uno de los blancos más notables de cuantos han podido catarse en Madrid, un vino con sensuales recuerdos minerales, balsámicos y de monte bajo, boca untuosa y sedosa y un final extenso y emocionante.
¿Quién decía que en Madrid no hay buenos vinos blancos?
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