La joven bodega Canopy, impulsada por Belarmino Fernández y Alfonso Chacón, ya nos tiene acostumbrados a sus vinos personales con nombres ingeniosos y presentaciones irreverentes. Aún así, con su último tinto, Castillo de Belarfonso, vuelve a sorprendernos, combinando con talento humor y placer vinícola.
El nombre del vino es, desde luego, un hallazgo: una broma –respetuosa– hacia los innumerables "castillos" y "châteaux" que inundan el mercado. Y la etiqueta –ilustrada con un castillo hinchable, como los de los niños– remata el ingenio, que nos recuerda la frase de Sancho Panza: "castillos quiero pero no los puedo tener".
Vale, pero ¿qué hay dentro de la botella?, se preguntará el internauta enópata. Pues un vino delicioso, es la respuesta. Más sencillo, eso sí, que el resto de los vinos de Canopy –Tres Patas, Kaos, La Viña Escondida, Loco…–, pero también más asequible.
Al fin y al cabo, Castillo de Belarfonso es la expresión más ligera, amable y noble del tesoro de garnachas que ha redescubierto esta bodega en la sierra de Gredos. Un vino de ricos matices frutales, sin falsas pretensiones pero que seduce al primer trago con sus nítidos matices de fruta roja, sin interferencias (los 5 meses de crianza en barricas no se hacen evidentes). Y que invita servirse otra copa.
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