Pepe Hidalgo firma un monastrell diferente que diversifica el discurso sobre esta bendita variedad mediterránea.
La llegada del inquieto enólogo Pepe Hidalgo a la dirección técnica de la bodega valenciana Vicente Gandía, hace ya tres años, ha dado un nuevo ímpetu a los vinos de una compañía vinícola que tiene el mérito de ser la más grande en el contexto de su región, con una trayectoria que se remonta al año 1885.
Si hace algún tiempo ya reseñábamos los nuevos enfoques que incorporó Hidalgo a esta casa con la gama de vinos de la línea Bobal, hoy volvemos a destacar su labor en el tratamiento de otra de las variedades típicas del Levante español, la monastrell.
Aunque seguramente el empleo de esta uva –habitual en la región– no es lo más llamativo en el nuevo vino que presenta la bodega Vicente Gandía, sino más bien la utilización de tinajas de barro en el proceso de crianza. De allí precisamente el nombre del vino, Ceràmic, del griego antiguo keramiké (‘hecho de arcilla’).
El uso de tinajas no es en absoluto una novedad en la vinificación, crianza y el afinamiento de vinos, ya lo sabemos: se ha hecho desde antiguo y es una tradición que han recuperado viticultores de nueva generación. Algunos de ellos, reconstruyendo incluso antiguas bodegas con tinajas centenarias (es el caso del Celler del Roure, también valenciano).
Pero ello no quita mérito a la iniciativa de Pepe Hidalgo, de noble estirpe enológica –Pepe es hijo de José Hidalgo Togores, maestro de numerosos profesionales que han destacado en este gremio y mentor de algunos de los vinos icónicos de este país y nieto de Luis Hidalgo Fernández-Cano, figura eminente de la viticultura y la enología española–, que ha pergeñado un monastrell muy atractivo, que precisa una generosa aireación –conviene descorchar la botella unas cuantas horas antes del consumo, incluso un día, si la ocasión lo permite– para que despliegue todos sus encantos.
Porque Ceràmic Monastrell 2019, tinto elaborado a partir de viñas viejas situadas en parcelas en secano, en los términos de La Romana y La Algueña, caracterizadas por suelos muy pobres, con alto contenido de yeso y textura franco arenosa, es un monastrell diferente.
La crianza, que se desarrolló durante 11 meses en barricas de tostado medio y finalizó en tinajas de cerámica, sin duda ha contribuido a determinar el perfil del vino gracias a la influencia que ejerce la micro oxigenación durante la estancia del vino en las tinajas. Es en esta instancia, con el contacto lento y continuo con el oxígeno a través de las paredes del recipiente, cuando el vino intensifica el sabor de la fruta, potenciado su frescura y expresividad.
En esos rasgos fragantes, florales, de fruta fresca, sutilmente especiados, balsámicos y en un paladar amable, ligero, construido sobre delicados taninos, que invita a repetir el trago, reside el encanto de este novedoso monastrell que diversifica el discurso sobre esta bendita variedad mediterránea que continúa brindándonos alegrías.
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