Cheval Blanc es una de las grandes leyendas de la mitología vinícola. Un tinto monumental, que no sólo atesora la raza de aquellos que anidan en lo más alto de la elite bordelesa, sino que también es distinto al resto de sus semejantes, los venerados Premier Grand Cru Classé, porque –en la gran mayoría de sus añadas– ofrece el protagonismo a la cabernet franc, uva más misteriosa y minoritaria que las globalizadas cabernet sauvignon y merlot, con las que Burdeos colonizó ampelográficamente este planeta.
La leyenda del Caballo Blanco de Saint Emilion es tan grande, insisto, que sobra decir que cualquier país productor de vinos ya quisiera tener en su geografía una joya de la dimensión de este château. De allí que los argentinos puedan considerarse muy afortunados: desde el año 2001, cuentan también con su Cheval Blanc particular.
El Cheval Blanc argentino se llama, en realidad, Cheval des Andes, y es un corcel que ha cabalgado desde Burdeos hasta Mendoza por unas cuantas, –y variopintas–, razones. Por lo visto, don Pierre Lurton –responsable máximo de Cheval Blanc y Château d'Yquem, nada menos– andaba obsesionado con recuperar la conexión entre Saint Emilion y la malbec, que llegó a ser la variedad principal de esta y otras regiones bordelesas, antes de la llegada de la filoxera (que destrozó el viñedo europeo en la segunda mitad del siglo XIX). Como aquella uva encontró nueva casa y rehizo su vida en Argentina, donde se ha convertido en el estandarte de la viticultura de ese país, a Lurton se le puso entre ceja y ceja la idea de clonar su magnífico pura sangre en los viñedos mendocinos, junto a la cordillera de los Andes.
La verdad es que no le resultó difícil, porque tenía a mano al magnate Bernard Arnault, propietario del todopoderoso grupo LVMH, al que pertenece la bodega argentina Terrazas de los Andes. El caso de Cheval Blanc es distinto, pero lo mismo da, porque si bien no forma parte del grupo, es propiedad del propio Arnault.
Así que desde París se fraguó la joint-venture que, en el 2001, daría a luz la primera añada de Cheval des Andes, un tinto soberbio que combina la suculencia de la malbec (69%) de un viñedo privilegiado –Las Compuertas, plantado en pie franco en 1929–, con la estructura de la cabernet sauvignon (21%) y la vivacidad de la petit verdot para redondear uno de los más grandes tintos que háyanse visto y bebido en Argentina, con suficiente potencia, elegancia y complejidad para gustar (mucho) en todo el mundo.
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