Aunque la viticultura de calidad se ha extendido prácticamente por toda España, todavía perviven unos cuantos prejuicios respecto a aquellas zonas donde la producción de vinos ha sido, al menos recientemente, casi testimonial.
Cantabria es el ejemplo más claro: a pesar de que en la tierra de Liébana el viñedo forma parte del paisaje desde tiempos inmemoriales (en los siglos XVI y XVII la vid fue el segundo cultivo más extendido en Cantabria, tras los cereales), una serie de calamidades llevaron al vino cántabro a su práctica extinción: en el año 1983, apenas sobrevivían en la región 34 hectáreas de viñedo, repartidas en minúsculas parcelas muy diseminadas, muchas de ellas abandonadas a su suerte.
Desde entonces, y a pesar de que el clima de esta comunidad no parece ser el más adecuado para la producción de vinos de calidad, el viñedo cántabro se ha ido recuperando, lentamente pero sin pausa. Y en los últimos años ha comenzado a ofrecer buenas noticias a los aficionados a los vinos auténticos y singulares.
Aún así, nadie esperaba que uno de los blancos más notables de cuantos han aparecido en España recientemente proceda precisamente de Liébana. ¡Y mucho menos que esté elaborado con la variedad palomino!
El insólito protagonista de esta historia se llama Cobero Blanco y ya ha dado la nota por obra y gracia de sumilleres espabilados y curiosos, como José Antonio Navarrete (Quique Dacosta), que lo han incorporado a su bodega y lo ofrecen en los menús de degustación de sus restaurantes.
El peculiar perfil de este Cobero tiene que ver con la inquieta naturaleza de Goyo García Viadero, viticultor, enólogo y sobre todo hacedor de vinos diferentes, que no se ha conformado con acompañar a su familia en desarrollo de la conocida bodega Valduero (Ribera del Duero) y ha preferido buscarse la vida recuperando viñas viejas en zonas poco exploradas, reivindicando las prácticas tradicionales y prescindiendo del uso de enzimas, levaduras o conservantes.
En la tierra de Liébana, Goyo García Viadero se ha asociado a Tomás Cobo para cultivar cepas de mencía y palomino. Con esta última elabora Cobero Blanco, un vino que descubre una expresión insospechada de esta uva: compleja, amplia y glicérica. Un blanco que no se parece a ningún otro y que abre la incógnita de lo que puede ofrecer esta uva –más allá del fino y la manzanilla– en el inexplorado viñedo cántabro.
Una sorpresa mayúscula, en otras palabras.
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