Rueda no siempre fue lo que es. La cuna de la verdejo, origen de los fragantes blancos que hoy dominan el mercado español –y también se venden como rosquillas en el extranjero–, esa tierra promisoria donde desembarcan con premura y avidez los grandes grupos vinícolas, la D.O. que crece con pasos de gigante (ha duplicado su superficie de viñedo en los últimos 15 años, superando las 13.500 hectáreas), tiene un pasado oxidado.
Pocos parecen recordarlo en estos días en los que los ruedas son en su gran mayoría blancos jóvenes, convenientemente ácidos y exuberantes en su expresión aromática, pero no hace falta echar la vista atrás más de cuatro décadas para situarse en la época en la que en esta comarca se producían principalmente dorados: vinos de licor secos, sometidos a una larga crianza oxidativa, encabezados hasta alcanzar una graduación alcohólica mínima de 15º y con un perfil organoléptico próximo al de ciertos generosos jerezanos.
No es casual que en aquellos tiempos la uva palomino –típica de Jerez, justamente– compitiera con la verdejo en el dominio del viñedo de Rueda. En cualquier caso, todo cambió a partir de la llegada de los riojanos de Marqués de Riscal a la zona, que –siguiendo los consejos del eminente enólogo francés Émile Peynaud– apostaron decididamente por la blanca castellana para elaborar vinos de mesa que redefinieron el estilo de los vinos de Rueda y han servido de modelo a los blancos que hoy tanto se gastan.
Tan drástico como rentable, el giro condenó a los ancestrales dorados a un funesto olvido. Su absoluta extinción no llegó a concretarse gracias a la labor de una vieja bodega sita en la localidad de Serrada, (Valladolid) que nadando a contracorriente de los dictámenes del mercado se aferró a estos venerables generosos con la pasión de quien defiende un valioso legado, manteniendo ininterrumpidamente su producción hasta la actualidad.
La obcecación de la bodegas Hijos de Alberto Gutierrez –hoy más conocida como Bodegas De Alberto– en la custodia del dorado no tiene parangón, tal es así que esta casa tiene el mérito de ser la única de Rueda que ha mantenido durante todo este tiempo la elaboración de este tipo de vino ateniéndose rigurosamente a la metodología tradicional: asoleando el vino joven en damajuanas de vidrio, ¡al aire libre! durante al menos un año, para luego criarlo de manera estática (al contrario de lo que sucede en Jerez) en enormes botas, que sólo se rellenan en un 30% con el vino asoleado, conservando su madre. De todo este proceso resulta un elixir de atractivo color caoba, con aromas especiados y de frutos secos, equilibrado y persistente, con el alcohol bien integrado. Para que los jerezófilos de hagan una idea: Dorado De Alberto está a medio camino entre un amontillado y un oloroso seco.
Tras varias décadas de ostracismo, De Alberto ha visto recientemente que el interés por su dorado comienza a resurgir. Por ello, ha decidido engalanar al preciado líquido con un envase de moderno diseño (que parece más bien el de un perfume…) y triplicar su precio, que ahora ronda los 20 euros (la botella de 50 cl). Un importe, por cierto, mucho más acorde a su valor como testimonio vivo de la historia vinícola de Rueda.
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