Aunque la familia Torres –impulsora de una de las compañías vinícolas familiares más notables de Europa, con sede principal en el Penedès– lleva asentada en Chile desde 1979, ha sido a partir del calamitoso terremoto que sacudió al país sudamericano en el año 2010 cuando ha dado un giro a su filosofía. Desde entonces, Miguel Torres Chile ha reconvertido toda su actividad a los principios de la viticultura ecológica, asumiendo también responsabilidades para promover el comercio justo y retribuir parte de sus beneficios a las comunidades de las regiones vinícolas donde desarrolla su actividad.
Además de estos gestos de responsabilidad social y medioambiental, la filial chilena de Torres se ha aplicado en los últimos años a desentrañar la identidad más profunda del vino de aquel país, eclipsada durante décadas por una política orientada a producir vinos acordes al gusto de los mercados de exportación (el gusto Parker, para decirlo bien clarito).
En esta voluntad por encontrar los orígenes del vino chileno se inscribe el raro espumoso que aquí nos ocupa, el primero que se elabora a partir de la primera variedad de vitis vinifera que creció en suelo americano, llamada país en Chile, criolla en Argentina y misión en California.
Según describen los sabios ampelógrafos, esta uva fue introducida en el continente americano por los misioneros jesuitas, y muy probablemente proceda de clones de las cepas de listán negro que los religiosos recogieron en las islas Canarias cuando navegaban rumbo al Nuevo Mundo. El parentesco entre la tinta canaria y las uvas pioneras de la viticultura americana es, en cualquier caso, difícil de corroborar, ya que la país y sus hermanas argentinas y californianas han ido mutando acorde se adaptaban a sus nuevos habitat, a lo largo de más de 500 años.
Al igual que les sucedió a la criolla y la misión en sus respectivos terruños, la país dominó el viñedo chileno hasta la llegada de variedades consideradas más nobles –cabernet sauvignon, merlot, carmenère, etc.–, que la desplazaron hacia las zonas de secano, para la producción de graneles y demás bebedizos de poca monta.
El largo declive de la despreciada país perduró hasta que, muy recientemente, algunos viticultores y bodegueros inquietos volvieron a fijarse en ella para dar a luz tintos de perfil ligero y singular carácter. El mérito de Torres es haber ido aún más lejos, concibiendo a partir de esta uva un espumoso que sorprende a propios y extraños: Estelado Brut Rosé.
Elaborado según el método tradicional champenoise, el espumoso chileno que conmueve al mundo es un brut rosé que bien podría pasar por un blanc de noirs, con un delicado color rosa pálido, finísima burbuja, nariz fragante con notas de frutos rojos, cítricos y un sutil matiz mineral y una boca vivaz, asilvestrada y de notable estructura.
Los afortunados foodies que asistieron a la cena del Proyecto Orígenes organizada por Gastroactitud en Madrid hace algunas semanas tuvieron la suerte –entre otros privilegios– de probar el Estelado Brut Rosé 2013 (y dieron cuenta de él, ¡hasta la última gota!). Pero que nadie desespere, porque este insólito espumoso ya ha llegado al mercado español. Y bien vale la pena hacerse con una botella para descubrir la nueva efervescencia de la olvidada uva país.
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