Ginebras hay muchas, muchísimas. Pero son pocas las que han nacido con un espíritu como el de Gipsy Gin, solidario, noble y aventurero. Y, desde luego, no existe en el mundo otra bebida espirituosa que comparta las intenciones de este insólito gin que ha visto la luz hace apenas unas semanas en El Puerto de Santa María.
Porque Gipsy Gin no ha sido concebida para que los afectos al gin&tonic –que somos multitud– den rienda suelta a su pasión etílica con un refrescante copazo. Aunque también. Pero su vocación es bien distinta.
La pista está en el nombre, así como en la fecha que luce la botella: 1927. Es el año en el que los Astilleros Echevarrieta y Larrinaga construyeron en Cádiz el velero Gipsy, embarcación singular que aún hoy continúa navegando, acumulando millas, descorchando anécdotas y contagiando pasión náutica. Las dificultades que supone preservar un barco como este ha inspirado a sus propietarios, tripulantes y un amplio grupo de entusiastas de la vela histórica ha crear la marca Gipsy 1927, con el propósito de producir y comercializar vinos y destilados con el fin de contribuir al mantenimiento de este y otros barcos venerables, además de promover el deporte de vela.
Hete aquí la esencia de Gipsy Gin, ginebra única, nacida con un trasfondo social y deportivo. Que, dicho sea de paso, está muy bien hecha: se elabora en la antigua destilería –ya bicentenaria– de Cacao Pico en El Puerto de Santa María, bajo los sabios cuidados de Pablo Merello y su maestro destilador, y tiene un perfil clásico, dominado por la presencia de las bayas enebro, secundada por cilantro, naranja, raíz y semilla de angélica, pieles de limón, lima y el toque diferenciador del aliso de mar, que le aporta un matiz marinero que en este caso se antoja imprescindible.
Con todo lo dicho, los ginebrófilos ya quedan advertidos: cuando elijan Gipsy Gin, deben saber que están contribuyendo a que los veleros más nobles y longevos continúen surcando los mares.
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