Me apuesto la pituitaria a que no debo ser el único que habrá pensado, viendo al guaperas de David Beckham, copa de scotch en mano, "¿qué diantres hace este tipo vendiendo y/o fardando de whisky?".
Pues bien, una vez más he tenido que tragarme la lengua –o más bien los pensamientos, que son más indigestos– porque el ex futbolista ha tenido la lucidez, la inspiración o el buen tino, vaya uno a saber, de dar su primer puntapié espirituoso con el mayor de los méritos, involucrándose hasta el cuello en el último lanzamiento de la poderosa multinacional Diageo, el whisky Haig Club.
Para entender el papel de Beckham en esta historia hay que saber que personaje balompédico no es tan sólo la imagen de la nueva marca (sí, la cara bonita de la que suelen tirar los departamentos de marketing para vender más botellas), sino un socio en todo derecho de la aventura que ha sacado del armario a la destilería House of Haig, que a pesar de ser una de las más antiguas de Escocia (tiene una trayctoria de másde ¡400 años!) ha vivido hasta hoy una existencia más bien anónima, proveyendo de whisky de grano a otras marcas (como Johnny Walker, por ejemplo).
Pues bien, el golazo que ha marcado Beckham tiene que ver, justamente, con desvelar a los whiskófilos del mundo un secreto bien guardado: la excepcional calidad que atesoran los whiskies de House of Haig. Aliado con el master destiller de la casa, Chris Clark, y el empresario Samuel Fuller, el ex futbolista ha participado activamente en la creación de Haig Club, el primer single grain whisky del mercado, que con su perfil goloso, elegante y sus exóticas notas frutales y un punto picantes, viene a reivindicar la calidad del whisky escocés de grano –elaborado con maíz o trigo, en vez de la tradicional cebada–, que ha sido históricamente eclipsado por los blended y el single malt.
Dicho esto, los asiduos al Bar de Gastroactitud ya saben que bien merece la pena probar el líquido que se esconde en la dichosa botella azul (más propia de un perfume que de una bebida, por cierto), que con tanto celo protege el buenazo –o buenorro, según se mire– de David Beckham.
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