Resultado de la visión compartida entre un viticultor y un artista, es mucho más que un vino: una experiencia de creación y disfrute.
Hay muchas formas de emocionar, y el vino es tan sola una de ellas. Bien lo sabe Raúl Pérez, uno de los mejores «hacedores de vinos» que tenemos en España. Lleva unos cuantos años elaborando vinos auténticos en Bierzo y otras zonas, además de abrir la puerta de su región a viticultores curiosos que se animan a conocer aquel territorio y acaban enamorándose de él (del territorio, aunque Raúl también es entrañable y genera múltiples simpatías…).
Pero además de generoso y entrañable, Raúl Pérez es un viticultor inquieto, que no ceja en buscar los caminos más variopintos para formular los vinos más excelsos o dialogar con otros intérpretes. Ya sea a través del lenguaje que comprende los términos vinícolas o bien cualquier otro.
En el caso de Kolor, el vino que aquí nos ocupa, Pérez encuentra en el artista plástico Okuda San Miguel el socio ideal para hacer eco a su amplio espectro de registros y expresiones.
Se preguntará el lector cómo pueden llegar a trabajar juntos un viticultor influyente e inspirado de la talla de Raúl Pérez y un creador en plena expansión como Okuda, que procede del arte callejero y hoy ha seducido a marcas e instituciones culturales de todo el mundo.
El punto en común entre ambos es la necesidad de emocionar. Justamente, lo primero que mencionábamos en este artículo y lo que establece el diálogo entre estos dos francotiradores, cada uno a su manera, en sus diferentes ámbitos. Por eso, Kolor, mucho más que un vino, es una experiencia. Y como tal debe ser apreciado, disfrutado y compartido.
Por supuesto que a este vino se llegó con un método. Y ese método es el diálogo. Las imágenes son el testimonio que da fe del intercambio de experiencias, ideas e impresiones entre Okuda y Raúl Pérez. Copa en mano -faltaría más- y recorriendo la bodega de Raúl en Bierzo. Allí seguramente han probado muchos vinos juntos y el que ha acabado en la botella muy probablemente es el que les habrá parecido el más indicado para compartir su aventura en común: Kolor.
Es un tinto que no sorprenderá a los seguidores de Raúl y gratificará a todo el que moje sus labios en él. Mencía de viñedos cincuentenarios, de Valtuille de Abajo –los viñedos crecen sobre suelos arcillosos–. La vinficación se realiza con los racimos enteros, en grandes tinas de roble, con largas maceraciones. La crianza se extiende 12 meses. El vino se embotella sin filtrar ni clarificar para preservar su pureza. Sus deliciosos aromas de fruta roja pura, con apuntes de violetas y su sabor intenso, con buena estructura y recuerdos minerales, tan propios de los vinos (buenos) de esta zona.
La botella de Kolor, de la añada 2019, luce el genio colorido –cómo no– del extravagante Okuda, con sus características formas geométricas. Dando lugar a un continente para el preciado líquido que dentro de unos años adorarán todos los coleccionistas. Porque, al final, el vino es para bebérselo y emocionarse con lo que nos cuenta. Pero también tiene otros usos.
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