Soy consciente de que el titular de este post encenderá la polémica. Qué remedio: todo sea por ganar lectores… En cualquier caso, vaya por delante mi respeto a los cerveceros artesanos de España, que los hay muy buenos y cada día mejores. También confesaré de antemano mi recelo hacia las estrategias marketinianas de la grandes compañías cerveceras, que al intuir el inicio de una nueva era en las tendencias de consumo y el incremento de la cultura sobre esta bebida parecen haberse puesto las pilas para no perder el tren del lúpulo futurible.
Aunque las microfábricas vernáculas aún no han conseguido arrebatar a los gigantes del sector una ración significativa de la inmensa tarta del negocio de esta bebida, el vertiginoso desarrollo que durante los últimos años ha experimentado en España la cerveza artesana le ha convertido en un apetitoso caramelo: en el 2015, su producción superó los 85.000 hectolitros, lo que representa un crecimiento de 70% respecto al año precedente. Hablando en plata, gracias a este espectacular estirón, las artesanas facturaron en 2015 cerca de 26 millones de euros, superando en un 73% los 15 millones del 2014.
Es evidente que el caramelo aún es pequeño: 85.000 hectolitros es poco menos que un chupito para un sector que el mismo 2015 produjo 33,3 millones de hectolitros de cerveza. Estas cifras, en cualquier caso, no restan mérito al gran triunfo de los cerveceros artesanos en la batalla de la imagen. En este campo, las microfábricas han conseguido monopolizar los valores más dignificantes –romanticismo, audacia, pasión, personalidad…– dejando a las grandes el triste papel de apagadores de sed.
Todo ello ha motivado, al menos, que las grandes marcas comiencen a despertar de su largo letargo inmovilista, para tomar nota de la nueva realidad cervecera de este país y obrar en consecuencia. Algunas, es verdad, están reaccionando con mayor dinamismo que otras. Es el caso de Mahou, que lleva ya un par de años lanzada a recuperar el tiempo perdido, poniendo al día su imagen y renovando su gama, sin perder de vista el boom de las cervezas artesanas.
Así es como, en diciembre de 2014, el grupo Mahou-San Miguel se hizo con un 30% de las acciones de Founders, una de las fábricas con más renombre entre las artesanas de los EE.UU. Al mismo tiempo, la cervecera fundada en Madrid en 1890 ponía en marcha su propia microfábrica en el nuevo centro de producción de Alovera (Guadalajara), invirtiendo 7 millones de euros en una suerte de centro de I+D para la creación de nuevos productos.
Uno de los proyectos estelares de la modélica microfábrica de Mahou es la experimentación con barricas, que recupera una práctica tradicional del arte cervecero, marginada en tiempos de la industrialización y que ahora vuelve al ruedo, reivindicada primero por los artesanos y ahora también por los gigantes.
De esta renovada pasión tonelera nace, justamente, Mahou Barrica 12 Meses que aquí nos ocupa, flamante lanzamiento de la compañía junto Mahou Barrica Original, cerveza que también ha tenido contacto con la madera, aunque más efímero (3 meses).
Entre estas dos novedades, la que ha reposado 12 meses en barricas es la que revela de manera más elocuente el enriquecedor aporte del roble a la cerveza que Mahou ha diseñado específicamente para tal fin: una noble lager, que tras un año de añejamiento en las benditas barricas (de roble francés, por cierto) luce un intenso color dorado, espuma densa y cremosa, deliciosa complejidad aromática –con recuerdos de avellanas, melaza, vainilla y café tostado– y rotunda personalidad en el paso por boca, con buen equilibrio y final sutilmente dulzón.
Me atrevo a decir que Mahou Barrica 12 Meses es, quizás, la mejor cerveza española que he probado. Y que es un perfecto ejemplo del arte cervecero bien entendido. Resulta de un proceso de elaboración rigurosamente artesanal, pero muchos se negarán a reconocerla como cerveza artesana, porque luce la marca de un gigante. Da igual: seguiremos disfrutándola como la mejor cerveza artesana española que haya fabricado jamás una cervecera industrial.
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