Aunque ya habíamos advertido a los parroquianos de El Bar de Gastroactitud –en ocasión de la reseña publicada años atrás, celebrando la calidad del blanco Cobero 2012– acerca del interés de los recuperados viñedos cántabros, hoy volvemos sobre la misma comunidad, aunque desde otra perspectiva. Porque si aquel excelente vino de Goyo García Viadero procedía de la tierra de Liébana, donde el viñedo fue parte del paisaje desde tiempos inmemoriales (en los siglos XVI y XVII la vid fue el segundo cultivo más extendido en aquellos lares, tras los cereales, aunque una serie de calamidades llevaron al vino cántabro a su práctica extinción: en 1983 apenas sobrevivían 34 hectáreas de viña en todo este territorio) hoy la pituitaria nos lleva hasta otro extremo de esta bella tierra: al mismísimo litoral, donde actualmente también florece la viticultura.
Esta nueva incursión por la geografía de Cantabria viene a cuento de Mar de Fondo 2020, un vino la mar de interesante que ha caído en nuestras manos –y en nuestro paladar, también–, bandera de un proyecto que habrá que seguir de cerca, Bodegas Miradorio.
Enclavado en el pueblo marinero de Ruiloba, al Oeste del litoral cántabro, esta bodega nació en 2013 con la vocación de recuperar una tradición perdida en el siglo XIX: elaborar vinos frente a una costa embravecida. Para ello ha apostado por dos variedades de evidente arraigo atlántico, como son la albariño –bandera de los más célebres blancos gallegos– y la hondarrabi zuri –base de los txakolís vascos–, que se complementan con otras dos uvas aromáticas de esencial elegancia: riesling y godello.
En Mar de Fondo 2020, la nueva añada del vino emblemático de este proyecto, salta a la vista que la peculiar composición varietal no resta protagonismo al carácter que imprime el propio terroir: si bien los matices frutales y florales resultan nítidos, y mantienen un elegante y sutil equilibrio, el acento salino y la marcada acidez típica de una zona acunada por los vientos del mar acaban perfilando la singularidad de este blanco tan seductor, que además se crece en la boca y se disfruta más a medida que reposa en la copa. Sin duda, mejorará tras unos meses madurando en la botella.
Miradorio dispone también de otro blanco, Tussío, más sencillo –ensamblaje de hondarrabi zuri y albariño, sin más– y un tinto, Oureas, ¡de Rioja! que aún no hemos probado, que resulta de la voluntad que tienen sus mentores por adentrarse en otras zonas vitícolas. Visto lo que han hecho con este Mar de Fondo, habrá que catarlo, al menos.
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