La proliferación, por doquier, de las microfábricas de cervezas artesanas y el auge de los vinos de pequeños productores no deberían eclipsar el mérito de los otros guardianes de lo pequeño, en términos bebestibles: las destilerías artesanales.
En España las hay, desde luego. Pero entre el abuelete que destila aguardiente de orujo en una aldea gallega –sin otro propósito que embolingar a sus sufridos amigos y familiares– y las gigantescas destilerías industriales, como las que abundan en La Mancha, se extiende un vacío: en este país son pocos los destiladores abocados a la producción de bebidas espirituosas de calidad sobresaliente, que dispongan de los medios técnicos, el conocimiento y –también– el criterio necesarios para situar su producción en el anhelado nicho de las bebidas Premium y medirse sin complejos con las grandes marcas.
Uno de estos últimos mohicanos de la destilación artesanal vernácula es Santamanía, que inició su actividad en el año 2012, en un territorio yermo para este oficio: Madrid. Al menos, así lo ha sido en las últimas décadas. Tal es así que Santamanía es la primera destilería artesanal inscrita oficialmente en los registros de la esta comunidad en los últimos 50 años.
Alimentada por la ilusión de sus tres socios (Javier Domínguez, Víctor Fraile y Ramón Morillo), Santamanía dio sus primeros pasos en instalaciones ajenas y luego saltó a su propia nave, sita en el inhóspito Európolis de la localidad de Las Rozas. Allí, desde la barra del bar que funciona como estilizado showroom, tras una inmensa ventana acristalada se pueden contemplar las dos joyas más preciadas de los santamaníacos: los alambiques Vera y Lola. En estas dos damas de formas voluptuosas, que lucen el brillo del cobre recién estrenado, se han gestado las tres (buenas) ginebras y el vodka que han hecho las veces de carta de presentación de esta joven destilería urbana.
La gran sorpresa, no obstante, ha llegado con la última novedad que se ha sacado de la chistera Santamanía: Mentidero, el primer ron 100% madrileño del que se tenga noticia. Si duda, se trata de una buena nueva para los amantes del destilado de caña de azúcar, y no sólo por su atractivo packaging –con un envoltorio de papel impreso a la manera de un viejo pasquín y botella serigrafiada con frases y dichos alusivos al nombre–; el flamante ron cañí entusiasma sobre todo por su notable calidad y diferenciado estilo. Lejos se alinearse con los modos gruesos, el color pronunciado y la boca dulzona de la mayor parte de los rones añejos que triunfan en el mercado español, Mentidero exhibe un tono ambarino más bien ligero, y una expresión fina y punzante –que bien puede recordar a los rones agrícolas de las Antillas francesas–, con matices vegetales, acentos sutilmente especiados y un paso por boca amable, pero no por eso menos profundo y persistente.
Enhorabuena a Santamanía por este buen ron de producción limitada (1480 botellas, en su primera edición), que llena de orgullo a Madrid y brinda placer a los roneros del mundo.
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