No faltan en Madrid empresarios ambiciosos como Félix Colomo, que se resisten a aceptar que los vinos de esta comunidad sean convidados de piedra en las cartas de los grandes restaurantes.
Colomo, que conoce bien el mundo de la restauración –es propietario de tres establecimientos en el Madrid de los Austrias: Las cuevas de Luis Candelas, La posada de la villa y la Taberna del Capitán Alatriste– decidió en 1994 tomar cartas en el asunto, involucrándose en el quehacer vinícola con un proyecto bodeguero en Villamanta, localidad situada al suroeste de de la Comunidad de Madrid, en las lindes de la provincia de Toledo y la sierra de Gredos.
Veintitrés años después, la iniciativa del restaurador tiene ya rasgos propios y bien consolidados: la bodega Valquejigoso, que cuenta con 83 parcelas de viñedo propio (repartidas en 47 hectáreas), dominado por variedades tintas: cabernet sauvignon, cabernet franc, merlot, petit verdot, syrah, tempranillo, garnacha, graciano y negral. A partir de estas uvas, la joven bodega elabora tres vinos tintos (V1, V2 y Dehesa de Valquejigoso), de composición varietal variopinta, y cambiante, según la añada. Todos ellos están definidos por un carácter rotundo, personal y tienen una calidad apreciable. Son vinos ambiciosos, sin duda, tanto en medios como objetivos.
Pero allí no se acaba el interés de Valquejigoso, ni su afán por dar a Madrid vinos de cierta altura. Resulta que 1,8 hectáreas de la finca de Villamanta, al margen de viñedo principal, están plantadas con variedades blancas: sauvignon blanc, viognier, albillo real y moscatel de grano menudo. A partir de las tres primeras –la moscatel se mantiene al margen, de momento–, la bodega de Colomo ha pergeñado también un vino blanco, cuya primera añada acaba de estrenarse en el mercado: Mirlo Blanco 2013.
Compuesto en un 40% por la autóctona albillo real –secundada por sauvignon blanc (35%) y viognier (25%)–, este blanco cantarín combina la fermentación y crianza en barricas de roble nuevas y de segundo año con una paciente maduración de un año en huevo de hormigón y dos años más en botella, lo que subraya su perfil elegante, cremoso y estructurado, con delicadas sensaciones frutales que conviven con la impronta de la madera, aún por acabar de integrar.
Con una producción limitada a 2.160 botellas, el flamante Mirlo Blanco comparte con los tintos de Valquejigoso los criterios exigentes en su elaboración así como las ínfulas de grandeza. Por eso lo bendecimos en el Bar de Gastroactitud como la nueva ambición rubia del vino madrileño.
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