En 1993, la familia Álvarez, propietaria de la bodega de mayor prestigio en firmamento del vino español –nada menos que Vega Sicilia–, tuvo el buen tino de apostar por una de las regiones históricas –aunque menos conocidas, también– del viñedo europeo: la comarca húngara de Tokaji.
Aprovechando la coyuntura del drástico cambio político que estaba viviendo Hungría tras la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento del socialismo en el Este europeo, los dueños de Vega Sicilia se hicieron con viñedos privilegiados, antiguas bodegas subterráneas y un château ruinoso pero de gran nobleza. En su intención de dar nuevo brillo a los legendarios vinos dulces de Tokaji, los Álvarez también ficharon a uno de los enólogos que mejor conoce la zona –András Bacsó, antiguo director de la compañía estatal que explotaba estos viñedos en el final del período socialista–, para echar andar el proyecto de Tokaj-Oremus con paso firme y seguro.
El grupo español realizó una fuerte inversión para restaurar la sede de la bodega y modernizar sus instalaciones. Aunque su primer objetivo fue volver a poner en la órbita internacional los excelsos vinos dulces tradicionales de Tokaji –el Szamorodni de vendimia tardía, hoy reformulado como Late Harvest; los aszú de 3, 5 y 6 puttonyos, elaborados con uvas botrytizadas y el exclusivísimo Eszencia, elixir de las mismos granos afectados por la célebre podredumbre noble–, Oremus pronto también apostó por elaborar un vino blanco seco, toda una novedad revolucionaria para la historia vinícola de la región.
Así nacía Mandolás, monovarietal de furmint, la uva más característica de Tokaji, que no tardó en llamar la atención de los amantes de los blancos elegantes, con fina mineralidad y buen potencial del guarda. Que además tiene el mérito de ser el primer vino blanco seco –y el único, hasta la fecha– que lleva la impronta del buen hacer del grupo Tempos Vega Sicilia, fundamentalmente centrado en la producción de tintos.
En las añadas más recientes, Mandolás está experimentando una sutil metamorfosis, orientando su perfil delicado, cítrico y mineral hacia un modelo claramente borgoñón, con una mayor incidencia de la barrica –de roble húngaro, eso sí– en el proceso de crianza.
Todo ello salta a la vista en el Oremus Mandolás Furmint 2015, que lleva ya un año en el mercado y se ha beneficiado a estas alturas de una estancia en botella suficiente para desplegar todos sus encantos: generosa acidez, recuerdos de albaricoque, cítricos, minerales y flores blancas, alta precisión en la entrada en boca y buena persistencia.
Un blanco ciertamente exótico, versátil en la mesa, que bien puede disfrutarse en estas fechas o reservarse durante dos o tres años para que adquiera mayor complejidad y una noble evolución. La añada 2016 ganará las calles a principios del próximo otoño, y probablemente supere a la su antecesora. Pero Mandolás 2015 se encuentra ahora mismo en un gran momento. Quien tenga oportunidad de hacerse con una botella, que no lo dude: tiene una relación precio-calidad encomiable y está a la altura del prestigio de todo lo que emprende Vega Sicilia.
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