Si el palo cortado es el vino de Jerez más misterioso y difícil de explicar –hay quienes aseguran que no existe–, un palo cortado de añada es ya un arcano casi imposible de imaginar, siquiera.
Entre otras cosas, porque la producción de vinos de añada es una contradicción en un medio como el de los generosos jerezanos, cuyo carácter se asienta en gran parte en la mezcla permanente de las distintas de añadas. No por otra cosa, esta es la base del sistema de criaderas y soleras, por el que para embotellar se extrae sólo una tercera parte de la solera, que se rellena con la misma proporción del vino procedente de la última criadera, esta de la anterior, y así sucesivamente.
En algunas bodegas, no obstante, perviven algunos vinos excepcionales que los capataces conservan con el mayor de los celos, como si se de oro líquido se tratara: son los rarísimos vinos de añada, que permanecen en las botas inmaculados –casi siempre durante décadas– sin mezclarse con los de otras cosechas, hasta que algún alma generosa tiene a bien embotellarlos y compartirlos con el resto de los mortales.
Es lo que hace, justamente, González Byass con su mítico Palo Cortado de Añada. Hace unos días tuve la suerte de compartir mesa con Antonio Flores, sabio enológico de esta gran bodega jerezana, quien me detalló que en esta casa se conserva metódicamente una bota de palo cortado de cada añada. Aunque no todas ven la luz en términos comerciales. Los vinos se catan periódicamente, y sólo los mejores llegan por fin a la botella, para renovar cada tanto la leyenda de una de las maravillas líquidas del marco: el Palo Cortado de Añada de González Byass.
Agotada ya la edición de 1982 –que se presentó en Vinoble hace ya cinco años, si mal no recuerdo–, González Byass prepara en esos días el lanzamiento de la añada que le sucede, 1987. Un vino sublime que tuve la suerte de probar durante aquel encuentro con el sabio Flores: profundo, complejo, brillante, ácido, vivaz, con matices de maderas exóticas, frutos secos, miel, pasas, higos…
En fin, un monumento, escaso y necesariamente caro, al que hay que echar el lazo si el bolsillo y la suerte lo permiten.
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