Quienes tras la irrupción, en los últimos años, de tanto tinto de Toro redomao, busquen entre las viñas de aquella singular comarca zamorana un vino de carácter rotundo, que mantenga las señas de identidad de esta tierra recia y de sus viñedos centenarios que han sobrevivido a sequías y pestes en suelos arenosos y de cascajos, pero elaborado sin nostalgias –nada de excesos de concentración, madurez perezosa, tanicidad rompemuelas ni maderazos infumables– tienen en Pellejo 2018 una luminosa alternativa.
En realidad, cualquiera de los vinos de Bigardo que se atreva a descorchar el enómano curioso de paladar fino –wine lover lo llaman ahora– resultará satisfactorio.
Bigardo, amén de remitir a una persona holgazana, viciosa, de vida licenciosa y, en el mejor de los casos, alta y corpulenta (siempre según las definiciones del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española) es el nombre del proyecto vinícola que desde 2015 lleva adelante el biólogo, enólogo, sumiller y tabernero toresano Kiko Calvo.
Una pequeña bodega que inició su andadura con una producción de 10.000 botellas luego de que su mentor recogiera experiencia en el ancho viñedo global –Burdeos, California, Mendoza, Chile, Rueda, Australia, Ribera del Duero, Rias Baixas…– antes de aventurarse a probar suerte en su propia tierra.
Hoy, Bigardo cuenta con 20 hectáreas de viñedo en propiedad y produce cerca de 50.000 botellas en sus propias instalaciones, situadas a 4 kilómetros de la villa de Toro, junto al curso del río Duero.
Bigardo, el tinto genérico de la bodega, se elabora a partir de las uvas del viñedo familiar (entre 25 y 60 años); Satélite, procede de tres fincas (Pago de Valdearévalo, Valdebuey y Llano), con 40-80 años.
Y el que aquí nos ocupa, Pellejo 2018 –nuestro favorito–, es un tinto de pago único, Fariñas, plantado hace al menos un siglo, en suelos muy pobres y calizos.
Ha sido criado 15 meses en distinto tipo de barricas, lo que ha redondeado un carácter expresivo y complejo, con recuerdos de grosellas y moras maduras, cueros y especias dulces y un paso por boca amable y ligeramente dulzón, con taninos bien redondeados y final ligeramente amargo. El grado alcohólico, 15,5º, está bien integrado en el conjunto.
En síntesis, es un vino de Toro menos estilizado que los que están de moda pero que no decepciona a los que buscan algo más original para romper con los estándares y el aburrimiento tan temido. La producción, eso sí, es tímida: apenas 3.000 botellas en esta añada 2018.
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