Petracs 2017 es una rareza, una singularidad. Entre los muchos elementos mágicos con los que uno se encuentra en el entorno del pueblo del Tolcsva, donde crecen las viñas que dan lugar a los excelsos vinos de Oremus –la bodega húngara del grupo español Tempos Vega Sicilia– uno de los más puede llamar la atención es el viñedo de Petrács.
Así llamado por haber pertenecido al barón Ernest von Petrasch, mayor general del Ejército del Imperio Austro-Húngaro, el enclave tiene la particularidad de contar con las cepas más antiguas de variedad furmint –de unos 60 años– y, sobre todo, cuenta con unos suelos de composición mineral insólita. Por un lado, el lecho de roca es de andesita, sobre el que en el que afloran piedras semipreciosas: ónix, amatista, obsidiana… que aportan un tono de singular mineralidad al vino nacido en estas laderas escarpadas que solo pueden labrarse esforzadamente con caballos.
Tras años de pruebas para elaborar un blanco seco de parcela, el antiguo director técnico de Oremus, el sabio András Bacsó –hoy ya jubilado, que ha pasado el testigo enológico de la bodega su hijo, del mismo nombre– encontró en el viñedo de Petrács las señas de identidad distintivas para dar a luz un blanco de calidad considerable, tras la buena acogida del primer blanco seco de la casa, Mandolás.
Aunque está claro que la gran especialidad de Oremus siguen siendo los dulces de uva botrytizada, el delicioso aszú, que ha dado fama a Tokaji en el mundo entero, el nuevo Petracs que acaba de presentarse en su añada 2017 da fe de que en esta zona también puede hacerse blancos secos muy serios.
En este caso, los racimos recolectados manualmente de variedad furmint reciben un ligero prensado, dando paso a una fermentación en barricas nuevas de roble francés y húngaro. Posteriormente, el vino se somete a una crianza en barricas de roble durante tres meses, con un batônnage de las lías semanal y y luego en reposo durante otros cinco meses. En agosto se trasiega el vino y continúa la crianza en depósitos de acero inoxidable durante otros seis meses hasta su embotellado en febrero.
Así, Petracs 2017 llega a la copa como un blanco de carácter, de rasgos elegantes, perfil especiado y sutil impronta salina, donde el rastro del roble aún se percibe un poco más de la cuenta. Se disfruta con fruición en la actualidad pero si se tiene paciencia para guardarlo un par de años –¡o aún más!– en la cava quién sabe hasta donde puede llegar…
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