Resulta conmovedor comprobar cómo se enamoran de los diferentes terruños del vino español gentes de diversos orígenes que acaban dando con sus huesos en este país porque el destino así lo ha querido, volcándose en el quehacer vinícola con entrega y pasión, convencidos de que son unos afortunados.
Podríamos citar muchos casos como ejemplo, pero vamos a centrarnos en uno que no ha alcanzado, al menos hasta hoy, el eco mediático de otros (lo cual no le resta mérito, sino todo lo contrario): el de los mexicanos Vicente Pliego y Hugo Del Pozzo, dos enómanos trotamundos que un buen día soñaron con la oportunidad de elaborar un vino que pudiera codearse con los mejores del planeta y decidieron que la mejor tierra para iniciarse en esta osada y fascinante aventura era la Ribera del Duero.
Con buen ojo y perspectiva, el tándem de emprendedores aztecas aterrizó en la vieja Castilla y escogió para su proyecto viñedos localizados en terrenos privilegiados, en el entorno de los pueblos burgaleses de Olmedillo de Roa y Villatuelda.
En esta zona, la altitud –una media de 900 metros sobre el nivel del mar–, exposición (360º) y los suelos arenosos, con abundante piedra caliza, favorecen la elaboración de vinos de gran calidad.
Las viñas viejas de tinto fino –tal como se denomina a la tempranillo en la comarca– son otro de los grandes atractivos de este ancestral territorio vinícola, a cuyo influjo seductor no pudieron resistirse Pliego y Del Pozzo.
También el enorme ejemplar de Pinus Pinea –uno de los más notables de la región– que domina majestuoso la propiedad de los mexicanos y que ha dado nombre a la joven bodega.
Con el apoyo del talentoso enólogo Isaac Fernández, los nuevos viticultores se establecieron en la región e iniciaron oficialmente la andadura de la bodega en un año difícil, 2017 –cuando una helada histórica mermó la producción de una buena parte de las vides– con el objetivo de sacar partido a 35 hectáreas de viñedo, con un estándar de calidad extremadamente ambicioso.
Valga decir que el primer vino de la casa, Pinea, obtenido de una selección de las mejores viñas (algunas de 90 años) y criado 24 meses en roble francés, se comercializa por 150 euros la botella. En su segunda añada, 2018, se muestra como un tinto noble y poderoso, que no obstante exige una larga guarda para dar lo mejor de si.
Aunque para comprobar con pituitaria y paladar la calidad de este proyecto bien vale la pena probar el segundo tinto de Pinea Wine, bautizado 17 by Pinea que en la añada 2018 exhibe un perfil esplendoroso de fruta negra, tonos balsámicos y deliciosa frescura, con fragante acidez y convincente estructura.
Desde luego, es un tinto de carácter mucho más disfrutón, al estilo de los que nos gusta recomendar en El Bar de Gastroactitud. Y también es más asequible (aunque tampoco es precisamente de precio tabernario: 60 euros en la tienda online de la bodega, pero hay que decir que los vale).
Otra ventaja que presenta este nuevo tinto ribereño de perfil franco y cosmopolita es que, si bien puede madurar en botella con nobleza, llega hoy al mercado presto para un consumo placentero. No es preciso aguardarlo con paciencia, tal como sucede con su hermano mayor.
Valgan también unas líneas para destacar al tercer vino de esta joven bodega castellana de acento mexicano (que vende casi el total de su producción en los mercados de exportación): el rosado Korde, que aún con una cotización elevada para esta tipología –por encima de los 55 euros– en sus primeras añadas ha agotado en un pis pas su escasa producción.
No es de extrañar porque apunta una calidad como para encaramarse en la elite de los rosados vernáculos. 100% tempranillo de una única parcela, fermenta en huevo de cemento y se cría 5 meses en barrica para dar lugar a 2.000 botellas de un elixir vinoso rebosante de notas florales, fruta fresca, pleno de punzante acidez y alegre como una mañana campestre. La crème de la crème.
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