Silvestri Frascati 2021 vino singular de un territorio de ensueño, habitado por seres mitológicos, emperadores y pontífices.
Más allá de sus siete colinas, la bella Roma ha tenido desde la antigüedad un remanso de paz en los Castelli Romani. En este territorio circundado por frondosos bosques donde buscan cobijo –según relatan las viejas leyendas– ninfas y otros seres mitológicos, en armónica coexistencia con los palazzos donde desde tiempos romanos se han alojado emperadores, papas, cardenales y señoritos con tanto poder como escasos escrúpulos (desde Calígula hasta Benedicto XVI, para que el lector pueda hacerse una idea del vecindario), hay historias para dar y tomar. Y también vinos.
La belleza del marco geográfico del territorio de los Castelli Romani sobrepasa cualquier expectativa. Especialmente si se tiene en cuenta que la capital de Italia se encuentra a tiro de piedra: no más de una treintena de kilómetros separan el vértigo metropolitano de este remanso de paz que incluye, además de las colinas, un inmenso bosque y dos insólitos lagos, de origen volcánico, Albano y Nemi, cuyos cráteres fueron inundados por los antiguos romanos en el siglo IV a.C, tras emprender una colosal obra de ingeniería hidráulica (que incluía no solo estos dos grandes espejos de agua artificiales, sino otros que existieron en la zona, todos ellos conectados con el mar a través de un complejo sistema de canales subterráneos).
La postrera sorpresa que aguarda en este territorio al viajero desinformado –o poco informado– es el carácter y la calidad de los vinos que esconde esta bendita zona. Y que, afortunadamente, también se pueden descubrir sin abandonar la poltrona de casa, copa en mano.
Especialmente, porque no se considera que los vinos del Lazio sean de una calidad excepcional. Pero, como sucede en España, o en Francia, en Italia actualmente, la buena calidad de los vinos se ha extendido por doquier. Incluso en una región como la del entorno de Roma, donde hasta hace poco más de una década la mayor parte de los viticultores entregaban sus racimos a las prensas de las cooperativas sin más interés que el precio que les abonaran por las uvas. Cuando la cotización de la fruta dejó de ser rentable, muchos se abocaron producir sus propios vinos, con mayor o menor suerte.
Pero entonces la familia Silvestri ya estaba allí, porque se había iniciado en el negocio en el año 1929. Hoy ya son varias las generaciones que han mojado sus pies y manos en el mosto. Y las que vendrán…
Cantine Silvestri produce actualmente en torno a 700.000 botellas de vino al año y las reparte por el ancho mundo. También en España. Su mayor orgullo son los espumantes, «le bollicine di Roma», la gran tradición familiar, en los que consigue una calidad notable –a un precio razonable– combinando el método Charmat (con la segunda fermentación en depósitos) con un amplio reposo de las lías, propio del método tradicional Champenoise.
Alfredo Silvestri, quien actualmente se encuentra al frente de la bodega familiar, se ha aplicado con entusiasmo a mantener los valores del territorio en la gama de la casa, así como a renovar la imagen e incorporar nuevas referencias.
Así, entre los vinos tranquilos de Silvestri hay blancos y tintos para todos los gustos. Desde blancos de assemblage de corte tradicional, sencillos y sabrosos de precio asequible, en la Linea Territorio, que bien vale la pena probar, hasta tintos monovarietales de variedades internaciones –merlot y syrah– que pecan de una crianza en roble breve, aunque escasamente afinada. Estos últimos son, claramente, su asignatura pendiente.
Nuestro favorito, en El Bar del Gastroactitud, es un blanco que se sitúa en la gama media, la Linea Colli, que transita entre la innovación y el equilibrio y se presenta engalanado –como el resto de los vinos de esta colección– con una elegante etiqueta que recoge un detalle de una obra pictórica que se encuentra en alguno de los muchos palacios que se asientan en esta preciada zona (la etiqueta, además, vaya maravilla, sirve como entrada para visitar dicho palacio).
En el caso de Silvestri Frascati DOCG Superiore 2021, su poder de seducción es también un resumen de encantos, como una obra renacentista: posee el brillo aromático de la malvasia di Candia, la frescura floral del greco y la estructura y persistencia del trebbiano toscano. Así, es un blanco muy típico de su territorio, que se presenta en la boca con sensualidad y ligereza, pero es un vino más serio de lo que puede parecer. Porque una vez en el paladar tiene trasfondo, buena acidez y un matiz amargo, salino y mineral, muy propio de los suelos volcánicos y del aire marino que sopla en estos viñedos. Seguramente, tras un año (o dos) en la botella será aún mejor.
Es un vino singular que refleja un paisaje maravilloso. Sin ser excepcional, es único.
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