Quizás fuera por respeto a las grandes familias del cava, o vaya uno a saber por qué otra razón, pero lo cierto es que hasta ahora la familia Torres jamás se había planteado producir un vino espumoso en el Penedès, su territorio de origen (valga esta precisión porque en Chile sí que lo hacen, y muy bien por cierto).
En cualquier caso, la negación de las burbujas en el seno de este modélico grupo vinícola llega a su fin con el lanzamiento que hoy nos ocupa: Esplendor de Vardon Kennett 2013, que representa además el estreno de una nueva bodega del entramado de los Torres, asentada en una de las fincas más preciadas de la familia: Santa Margarida d’Agulladolç.
El flamante vino burbujeante tiene varios puntos de interés, empezando por lo que hay que empezar, claro: el propio vino. Un sparkling de estilo refinado, cosmopolita, tan serio como seductor, que se aparta voluntariamente de la denominación Cava para sacar partido de una selección de cepas de pinot noir (55%), chardonnay (40%) y xarel.lo (5%) que crecen en las cotas más altas del Penedès, de una crianza de 30 meses en botella y de la última tecnología en la elaboración de espumosos –giropalets programados por software que permiten girar las botellas para que las levaduras en suspensión se acumulen en el cuello, degüelladoras-dosificadoras automáticas, congeladores con gel glicol (para el cuello de las botellas), etc.– para perfilar un Extra Brut deliciosamente seco y punzante, de brillante color dorado, con burbuja pequeña y vivaz, fragante expresión aromática, con ricas notas de fruta roja, acentos vinosos, cítricos y minerales y sutiles recuerdos de panadería, y boca fina, con paso envolvente y equilibrado y un final persistente, ligeramente amargo.
Por lo demás, el primer espumoso de Torres llama la atención por su peculiar nombre, que viene a cuento de la lápida que puede verse en la ermita románica de la finca de Santa Margarida, en la que se hace referencia a un tal Daniel Vardon Kennett, súbdito británico nacido en 1781 en la isla de Guernsey, que un buen día soltó las amarras que le unían a sus ancestros para zarpar rumbo a Barcelona, casarse con María Francisca de Ferrer y acabar su existencia en 1835, en el bucólico lugar donde hoy se asienta la bodega que lleva su nombre.
Si pudiera, el bueno de Vardon Kennett levantaría la cabeza para confirmarnos que el destino es indescifrable. Y brindar por los espíritus aventureros con una copa de buen espumoso. Esplendor 2013, por ejemplo.
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