La recuperación de las variedades autóctonas de la península Ibérica ya no es una cuestión que solo atañe a viticultores independientes y pequeñas bodegas familiares. En los últimos años, también los grupos con mayor peso en el sector también han comenzado a involucrarse en la puesta en valor de aquellas uvas más minoritarias, antaño marginadas, que aportan singularidad y tipicidad a los vinos de las distintas regiones productoras de este país. Sirva como ejemplo el vino que hoy aquí reseñamos: Can Matons 2021.
Este interesante proyecto vinícola, asentado en la pequeña D.O. Alella, lo presentó con discreción el grupo Raventós Codorníu a finales de 2021. Se sustenta en la calidad de sus vinos y en unos antecedentes históricos desde luego poco habituales para una marca nueva.
Porque Can Matons toma el testigo de la bodega más emblemática que tuvo esa comarca mediterránea –situada a tiro de piedra del núcleo urbano de Barcelona–, Marqués de Alella, recogiendo el nombre de su masía histórica (del siglo XVIII) y heredando su amplio potencial de producción: 90 hectáreas de viñedo, una superficie muy significativa si se tiene en cuenta que la D.O. –la más pequeña de Cataluña– apenas completa un total de 300.
Más allá de este relevante dato, la buena nueva es la perspectiva que ha adoptado Can Matons en esta suerte de reencarnación, bajo la dirección técnica del enólogo Xevi Carbonell, poniendo en valor la identidad de la variedad emblemática de la comarca, pansa blanca –llamada xarel.lo en otras zonas de Cataluña, pero que en este terruño ofrece rasgos distintivos–, empleando técnicas de vinificación y crianza que subrayan la riqueza y singularidad de los suelos de sauló, típicos de este terroir, con los matices diferenciadores que aportan las distintas parcelas de viñedo, muchas de ellas muy viejas y plantadas en vaso.
El ejercicio de la puesta en valor de la pansa blanca y su terruño de origen que ha emprendido Can Matons es tan cabal que la puesta en largo se ha presentado nada menos que con cinco vinos, todos ellos protagonizados por la misma variedad y elaborados con fermentaciones muy lentas, de tal modo que prevalezca el frescor y la característica salinidad que aporta la cercanía del mar.
El Can Matons Pansa Blanca 2021 que aquí nos ocupa es el más sencillo y sirve como carta de presentación: es un blanco asequible, fermentado en acero inoxidable, sin contacto con madera, que tiene la virtud de revelar con franqueza los rasgos varietales de esta uva, con sus matices florales y acentos de fruta blanca y buena persistencia en el final de boca.
Más complejos son los vinos de pueblo, Sant Fost de Campsentelles y Santa María de Martorelles –que combinan cemento y madera en su elaboración y abundan en tonos salinos minerales, con rasgos diferenciados porque proceden de suelos distintos– y, por fin, los vinos de viña única, La Vinya de Can Xec y La Vinya del Music, coronan la gama exhibiendo los perfiles más excepcionales de la pansa blanca en viñedos privilegiados. El primero resulta más tenso y austero; el segundo, ciertamente exótico y con una soberbia acidez, sugiere una larga vida en la botella. De este último, en su primera añada (comercializada), 2019, solo se han producido 400 botellas.
En cualquier caso, son cinco vinos que invitan a adentrarse en el descubrimiento de la pansa blanca, una variedad minoritaria y poco ensayada capaz de deparar grandes –y agradables– sorpresas.
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