Estos cuatro vinos naranjas que inauguran una serie en la que iremos pasando por vinos grises, dorados, pálidos, blancs de noirs y otras rarezas que se sitúan en las fronteras de lo establecido.
El variopinto escenario del vino ofrece muchos más matices de los que establece la rigurosa tipología convencional. Porque aunque no parezca sencillo desmarcarse del encasillamiento que determina que los vinos «rojos» son tintos, los de color rosa o asalmonado, rosados y los de tonos dorados y amarillentos, blancos –distinción cromática sustentada en las diferentes metodologías de elaboración– lo cierto es existe una rara estirpe de vinos ambiguos, cada vez más numerosa, que se atreve a poner en solfa los cánones establecidos.
Singulares, personales, de perfil a veces bizarro y otras memorable, estos vinos fronterizos revelan casi siempre el carácter inconformista de sus respectivos mentores: viticultores y bodegueros inquietos que desbaratan convenciones recurriendo a variedades de naturaleza incierta o versátil, terruños capaces de transformar el color o la expresión varietal de ciertas uvas y vinificaciones peculiares que convierten el blanco en negro y el negro en rosa como por arte de birlibirloque.
En cualquier caso, a la hora de tratar sobre los otros colores del vino, es justo empezar por una perversión –si se quiere– tan antigua y recurrente como la de los vinos naranjas.
El enómano curioso, aficionado a los blancos de carácter, habrá notado que en lo últimos tiempos son cada día más, también en España, aquellos blancos que lucen una coloración intensa –digamos anaranjada– aspecto más bien turbio, carácter rotundo y una sensación astringente de naturaleza tánica, más propia de los tintos.
Pues bien, esto se debe a una variable en la elaboración: si normalmente en la vinificación de los blancos se prescinde del contacto de las pieles de la uva con el mosto durante el proceso de la fermentación –o, como mucho, se realiza una crio-maceración (maceración en frío), que no se extiende más que unas cuantas horas–, en el caso de los más recios y potentes los hollejos permanecen en contacto con el mosto (que muta a vino) durante varios días, que pueden ser meses en los vinos de concepto más radical.
Esta metodología, que equipara la producción de blancos y tintos –estos últimos obtienen su color, justamente, de los antocianos y otros compuestos fenólicos presentes en la piel de las– no es nueva, en ningún caso: remite a técnicas ancestrales, que hoy reivindican viticultores inquietos y naturalistas recuperando pretéritas tinajas de barro y viejos lagares de piedra para pisar los racimos enteros.
Los orange wines más radicales que en los últimos años están causando furor entre los forofos de los vinos naturales y se inspiran en los antiguos «naranjas» georgianos criados en qvevri (cántaros enterrados), que se cree que son los vinos europeos más antiguos. Aunque también hay antecedentes naranjas en la propia península Ibérica, y en las islas Baleares, como son los ancestrales brisats de Tarragona y Mallorca: blancos vivificados con las propias pieles, rotundos y sabrosos, que ahora también se reivindican.
(Por cierto, en Argentina, los vinos naranjas se llaman naranjos, vaya confusión de género)
No hay que confundir, en cualquier caso, los vinos naranjas que aquí hemos explicado –cuyos cuatro ejemplos describimos a continuación– con los que se elaboran en Huelva y otros lugares de Andalucía macerando olorosos dulces y otros vinos generosos con pieles de naranja. Esos son naranjas de otros cestos, diremos. Y saben a postre líquido.
Siuralta-Vins Nus
D.O. Montsant
PVP: 17,15 €
75 cl
Con garnacha y cariñena blancas, malvasía y otras variedades que crecen en viñedos extremos en Siurana (Montsant), Alfredo Arribas elabora este vino igualmente extremo, que enamora o desconcierta. Macera durante 36 días en ánforas y prescinde de añadido de sulfuroso (por lo que es un vino natural) para ofrecer un carácter rotundo, ácido, agreste, envolvente, persistente… No se parece a ningún otro.
Honorio Rubio
D.O.Ca. Rioja
PVP: 14,90 €
75 cl
100% viura, se macera durante un año con la uva sin prensar, siguiendo un método ancestral. De tal modo se consigue proteger el mosto, evitando el añadido de sulfuroso. El resultado es un blanco de carácter pletórico, con nítidos recuerdos de fruta madura, voluminoso, tánico y balsámico. Parece el colmo de la modernidad pero es un regreso a la tradición riojana bien entendida.
Celler Frisach
D.O. Terra Alta
PVP: 16,75 €
75 cl
Francesc Ferré, responsable del Celler Frisach, interpreta a su manera la antigua técnica del vino brisat de la Terra Alta en este blanco de garnacha, amplio y envolvente, que ha sido sometido a maceración con los hollejos antes de criarse durante seis meses en barrica, lo que le aporta una sensación untuosa que no es habitual en los brisats tradicionales.
Attis
D.O. Rias Baixas
PVP: 38,70 €
75 cl
¿Un albariño naranja? Pues sí, y no es el único: El inquieto Eulogio Pomares fue el primero romper el molde y ahora los prolíficos hermanos Fariña –que en su pequeña bodega en el Salnés producen ¡23 vinos distintos!– cuentan con dos «orange wine», el más interesante de los cuales es este Doliola, macerado durante 10 meses con sus pieles en tinajas de arcillas. Un albariño realmente exótico, con la acidez bien integrada y recuerdos a piel de pomelo y marcado carácter salino.
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