A quienes tuvimos la suerte de conocer a Víctor de la Serna, la noticia de su fallecimiento –que se produjo hoy mismo, 18 de octubre, en Madrid– nos deja tristes, por supuesto. Y aún más huérfanos de referentes.
Porque Víctor era mucho más que el periodista de raza, fundador del diario El Mundo, que se entregaba con vehemencia al debate acerca de cualquier asunto de actualidad. Su gran corpachón contenía muchas personas, aunque parezca un desvarío. O múltiples facetas, si se quiere. Es la única manera de entender, revisando su rica trayectoria vital, que Víctor de la Serna pudiera repartir su tiempo entre la labor editorial y ejecutiva en El Mundo, mientras ejercía a la vez como crítico gastronómico –firmando con el seudónimo de Fernando Point en Metrópoli, el suplemento del mismo periódico–, a la vez que creaba elmundovino, que nació con el nuevo milenio y fue el primer portal consagrado al vino escrito en lengua castellana; firmaba sus propios libros de cocina y alguno sobre vinos –The Finest Wines of Rioja and Northwest Spain, junto a Jesús Barquín y Luis Gutiérrez–; y no le faltaba tiempo para abordar ¡el baloncesto!, en este campo con el alias de Vicente Salaner.
Si toda esa actividad no resultara excesiva para un solo individuo, a nuestro querido Víctor le dio un buen día por montar su propia bodega. Lo hizo, además en un territorio por el que en ese momento –1998– nadie daba un duro: La Manchuela. Viña Sandoval, la llamó.
La elección de una comarca inexplorada para la viticultura de calidad no fue casual. Víctor era uno de los grandes eruditos del vino en este país, con una cultura que heredó de su padre, Víctor de la Serna Espina, pionero entre los columnistas del vino de España y fundador de la Academia Internacional del Vino. Pero una cosa es ser un experto sobre el papel y otra sobre la propia viña.
Así, nuestro erudito planteó en un inicio su proyecto en Manchuela plantando 10 hectáreas con una selección clonal de la variedad syrah, de un vivero asociado a su admirado Château de Beaucastel, icónica propiedad de Châteauneuf-du-Pape en el Ródano francés. Más tarde, incorporaría a su viñedo también variedades locales, como garnacha y bobal, respondiendo a las tendencias del mercado. La gestión de Viña Sandoval le requirió a Víctor de la Serna mucho tiempo y esfuerzo, y aunque estaba orgulloso de sus vinos, terminaría vendiendo la bodega.
Serán muchas las semblanzas y artículos que se escriban en estos días, recordando la carrera periodística de Víctor de la Serna, así como su pedigrí familiar en este oficio. De modo que prefiero referirme aquí otros aspectos de su personalidad.
Porque en los últimos ¿20 años? tuve la oportunidad de compartir mesa con Víctor en muchas ocasiones. En comidas y catas. No era una persona precisamente fácil, de esas que tienen la sonrisa como carta de presentación y se entregan a la charla con alegría. Víctor era más bien huraño al principio, pero sabía escuchar y atendía a las buenas razones, saberes y sabores. Con el tiempo, comenzó a comentarme mis artículos, revelando que los leía con atención, incluso objetando algún dato. Cuando tuvimos más confianza, me atreví a recomendarle vinos y restaurantes. Y llegó a reseñar alguno de ellos, indicando que había llegado hasta allí por mi recomendación. «Colega de profesión, y sin embargo, amigo». Orgullo máximo, para mi.
Una de sus pasiones que descubrí más recientemente –y que también comparto– fue el blues, emocionado como el que más en un concierto de Red House. Una caja de sorpresas, Víctor de la Serna. Te echaremos de menos.
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