Seleccionar bares de Zaragoza puede parecer una injusticia, pero cobra sentido cuando los criterios están claramente delimitados y rigurosos. Hablamos de la hostelería zaragozana, plagada de barras, tascas, tugurios y gastrolugares riquísimos, originales, antiguos, barriales, tabernarios, modernetes, apetitosos en su mayoría. En plenas fiestas del Pilar, os proponemos una ruta por diversos establecimientos maños que comparten estas siete características, o criterios confesables:
Dicho esto, si eres foráneo, amén de una tolerancia al acento brusco, la intensidad desaforada de las palmadas en la espalda y el asombro por encontrarte con una urbe mucho más grande de lo que esperabas (Zaragoza es la quinta ciudad de España en población), has de saber que al maño y a la maña le encanta zampar anchoas en salmuera, banderillas de vinagres (encurtidos), sepia a la plancha, madejas de cordero, rebozados de todo tipo (llámese orly o gabardina) y, por supuesto, longaniza, migas, trenza de Almúdeva, jamón de Teruel, trufa, queso de los Pirineos y de Tronchón, y ternasco. Dicho lo cual, vámonos de bares.
Calle del Gral. Ricardos, 11. Tel.: 641 15 67 76. Cierra: lunes y domingo.
Un auténtico patrimonio nacional. A ver quién encuentra un bar de tapas en España con una calidad en producto, técnica, abundancia y presentación como la que despliega esta familia pluscuamperfecta. Mira qué galería de codumios, por dios. Todo, de temporada. Todo, con una sofisticación propia de una guía de estrellas. Y todo, en un bar que no renuncia a su condición y ambiente de barrio. Cuesta creer (y se agradece, como parroquiano) que nunca hayan querido dar el salto a restaurante, que prefieran el servicio popular de una barra atiborrada y media docena de mesas sencillas. Llama para reservar, deja que te aconsejen, pero, por favor, prueba la croqueta de borraja y el helado de tomillo. Yo muero y resucito con ellos, sin necesitar crucifijo.
C. de Cinegio, 10. Tel.: 640 30 73 49. Precio: 20-30 €.
El primer día que te mira, Uli parece que te va a reclamar un dinero que no sabías adeudarle. A los dos minutos, aprecias que es un hostelero de los que ya escasean: amor por el oficio, ordenado, exquisito hasta en las almendras con las que corona su deliciosa cecina. Tan detallista como arisco de entrada, Uli no tarda en acompañar con su ruda simpatía una colección de tapas y raciones en las que da igual que la elaboración sea sencilla o compleja. Porque tiene un tiento para comprar ingredientes que ni los hermanos Adrià.
Los garbanzos acumulan aderezos hasta festejarte la boca. La ensalada resucita el sabor del tomate auténtico y lo cubre con unas lascas de una ventresca procedente de un pez que serpenteó mares en lugar de piscifactorías. Uli elige lo mejor, lo combina con conocimiento, lo cobra con sentido, y tú te postras, porque eso es, en definitiva, un buen hostelero. Porque eso, amigos, es un bar bien entendido.
C. de la Libertad, 5. Tel.: 876 77 77 77. Precio: 10-20 €. Cierra: lunes.
Sin salir del Tubo —la Atlántida todavía flotante de la capital aragonesa— puedes desplazarte unos metros hasta Casa Pascualillo, el local más antiguo, el más señero, que acaba de reabrir, remodelado, bajo la sabiduría —y la bondad, que todo hay que decirlo— del cocinero David Baldrich, chef en La Senda. Su aventura en Pascualillo merece el aplauso porque, amén de introducir tapas y raciones de su imaginación, ha recuperado las originales del local, las centenarias, las que comía el populacho cuando los chatos de vino rascaban la garganta y las boinas entrechocaban en las discusiones de barra. Estofado de toro, bacalao ajoarriero, callos, torreznos. Vete, y viaja en el tiempo. Hacia atrás, y también hacia delante: caramelo de cecina o la sardina con mantequilla a la brasa y albahaca. Viva.
C. de San Jorge, 31. Tel.: 606 64 89 47. Precio: 10-20 €.
En La Magdalena, otro barrio inevitable, donde igualmente puedes encadenar bares y palillos, empieza por este, de propietario amable que te aconsejará entre su aragonesa pizarra de vinos y te contará la historia de cada bodega, cada enólogo, cada uva y que hasta te venderá la botella a precio de coste para que te la pimples en casa repitiendo lo que has aprendido. Hospitalidad baturra tras una barra en la que despacha fardeles como tablas, tostas, pan de verdad, cervezas artesanas y pinchos viciosos. L’Aldaba, más que bar, es patrimonio.
C. de Baltasar Gracián, 12. Tel.: 976 92 41 81. Precio: 10-20 €. Cierra: lunes, martes y domingo.
Pocos sitios encontrarás en Zaragoza con tantos vinos de chateo tan distintos, de tantas denominaciones y escogidos con un gusto tan particular. Lo mismo un cava insólito que un blanco sobre lías o un tinto natural. Mientras catas, a precios de escandallo amable, pide el brioche de ternasco, las papas bravas, las migas con embutido de Melsa, la ensaladilla de gamba blanca con huevas de trucha del Pirineo… Lo que te sugiera Chelis Navarro (que antes de hostelero fue DJ, por cierto). Por fuera parece un restaurante, pero que la entrada solemne no te amedrente: una vez acodado o sentado, las horas pasarán sin darte cuenta, como los tragos y los tenedorazos.
C. de Ponciano Ponzano, 5. Tel.: 690 84 03 64. Precio: 10-20 €. Cierra: domingo
Ay, qué gildas… Y qué guardia civil (con sardina), y qué albóndigas al curry. Y qué ordenado todo, qué bien servida la bebida, qué sonrisa siempre al preguntar y al cobrar. En Ponzano 5 —nombre de la calle donde se ubica— te sientes a gusto nada más entrar y más todavía al despedirte. Yo agradezco que siempre tengan un jerez de chateo, pues en Zaragoza no se estila mucho, como que tiren las cañas con maña y paciencia, refrescando la copa y limpiándola antes de depositártela. Hay hábitos que revelan el amor por un oficio, y que hacen que repitas, porque acabas sintiéndote en casa.
Av. de la Almozara, 8. Tel.: 645 00 94 00. Precio: 10-20 €.
Cambiaron de ubicación, a un local más grande, y el nuevo tiene un aire entre escolar y rural, con sus sillas de colores y las voces de los camareros en plan peña de pueblo. En el bar Gilda preparan muchos tipos de gildas, claro, pero no te cansas de probarlas todas, porque en un mismo palillo largo pueden encadenarse millones de combinaciones planetarias distintas. Si te gusta el picante, aquí te pondrás tibio, entreteniéndote además con la memorabilia que puebla su divertida decoración. También puedes alternar con las tostas, de batida de jamón o de chorizo, que son un vicio.
Calle de Illueca, 5. Tel.: 976 59 93 49. Cierra: lunes.
Tigres, salmueras, croquetas, empanadillas. Pero también pescados y carnes. O sea, todo. Y bien de precio. La vista se te pierde en la barra y no sabes qué elegir. ¿Hay una imagen más atractiva para un estómago inquieto? ¿Cuál será centro social más importante para cualquier barrio? ¿Hay un símbolo mejor de lo que necesitamos como sociedad para encontrarnos? Adelante: pide y disfruta.
C. de Manuela Sancho, 1. Precio: 1-10 €. Cierra lunes.
En este país hemos pasado de consumir petróleo en taza en la mayor parte de las cafeterías, a contemplar una plaga de cafés de “especialidad” que cobran a precios de Starbucks. Bueno, es un cambio positivo, en principio. Porque en el nuevo maremágnum funcionan locales como Acho, perfecto para que termines esta ronda de pinchos, tapas y raciones. José Manuel Durán no solo elige y prepara cafés despampanantes, sino que también te enseña a disfrutarlos. Su esquina con la calle Heroísmo tiene un encanto propio, como esas sillas hechas con sillines de bicicletas, como la encantadora terraza donde mola ver atardecer. O como las bandejas metálicas y el vasito de agua. Un buen café es el remate perfecto. Acho es el remate perfecto. Después, un paseo… y vuelta a empezar de pinchos.
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