Desde siempre, Buenos Aires presume de una oferta de helados de calidad que no tiene nada que envidiarle a la de Europa. La inmigración italiana, que trajo en sus valijas toda su cultura y su expertise, dejó una impronta fuerte en estas latitudes donde los veranos son calientes y pegajosos y el cuerpo pide a gritos un goce frío. Aunque a los argentinos no nos importan las estaciones del año, cualquier mes es bueno cuando se trata de disfrutar como chicos y a lo grande de estas delicias dulces o saladas, clásicas u originales que encierran la complejidad de lo simple. Huevos, leche, crema, azúcar, fruta, chocolate. Y unos cuantos secretos y fórmulas que los artesanos heladeros dominan y guardan bajo llave.
Uno de los primeros registros históricos de elaboración y venta de helados en estas tierras data de 1844. En la entonces Calle de la Piedad –hoy Bartolomé Mitre–, la Confitería de los Suizos despachaba helados de crema y frutas, y sorbetes varios. Más tarde, en 1902, a una cuadra del Obelisco, se fundó El Vesuvio, de la familia Cocitore, que introdujo la primera máquina manual para fabricar helados. El local conserva todavía intactos los preciosos vitrales y la boisserie.
Desde aquella novedad hasta nuestros días pasaron 112 años. Hoy, con una producción anual de 160.000 toneladas y una cuota alta de sofisticación en materia de sabores, cada argentino consume un promedio de 4 kilos por año.
Según un estudio de la Asociación de Fabricantes Artesanales de Helados y afines (AFADHYA), un tercio de la población es fan absoluta del helado y el 75% elige comprarlo en las heladerías, tanto en las de barrio o en las más grandes como en las boutiques. De Monte Olivia a Jauja, pasando por Freddo, Persicco y Un’Altra Volta (estas tres últimas nacidas de un tronco común: el sorrentino don Luigi Aversa) salir a tomar un helado sigue siendo costumbre nacional. Un programa en sí mismo.
TOP 6
Difícil confeccionar un ranking de heladerías porteñas, las hay tantas y tan buenas, pero entre las artesanales –a años luz de las producciones industriales que no le hacen asco a las grasas hidrogenadas, esencias, conservantes y otros juegos de artificio– seis se llevan la palma:.
Premium
Como buen pastelero, Joaquín es súper riguroso con las medidas y aplica técnicas de cocina a sus helados: el Fizz, efervescente, está elaborado con pomelo y bicarbonato de sodio. Grimaldi encapsula esa efervescencia y logra que el final del helado sea explosivo en la boca. Otros hallazgos: el helado de pepino y maracuyá para el que utiliza la técnica sous vide, consiguiendo eludir el agua de frutas y verduras –siempre de estación– y la concentración de los sabores. O el helado “Secreto” preparado con leche ahumada. El resultado: productos atípicos, cremosos (35% de crema), con buen balance de azúcar (“el exceso de sacarosa enmascara el sabor”). Helados para morirse de placer que se pueden probar tanto en el entorno elegante de los restaurantes Elena y Nuestro Secreto, como en el bar Pony Line.
Entre los 24 gustos de la lista, me quedo con el cajun caramel mou sale (caramelo salado y castañas de cajun) Halva Halva Hey! (sésamo y Mantecol –golosina de maní– hecho en casa); pepino, maracuyá o el MoCoCho (crema moka, coco y chocolate). Una manera dulce de morir.
Dato interesante: estos helados son aptos para celíacos y como los de fruta no tienen leche, también pueden comerlos los intolerantes a la lactosa. La lista de sabores es amplia, pero puestos a elegir, nada como la gianduja (con avellanas del Piamonte), el tiramisú con Mascarpone y, para los amantes del chocolate, el extra fundente (70% de cacao).
Los Jauja son pioneros en la utilización de calafate –baya patagónica–para elaboración de helados. Y desde el vamos sorprenden con sus sabores osados, como el helado de mate cocido con leche y azúcar; el de cardamomoo elde cerveza artesanal de la comarca andina del paralelo 42. Sólo para valientes iniciados. En otoño, imperdible el helado de membrillo, con la cremosidad y la acidez justas.
De barrio
Más allá de un pasado de visitas ilustres, Monte Olivia despliega un presente de sabores clásicos que no fallan (el dulce de leche es cosa de locos), y entre los frutales, el de maracuyá, que mantiene un equilibrio exacto entre ácido y dulce, es uno de los más populares.
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