En Buenos Aires existen dos polos opuestos pero complementarios en lo que a materia en lo que a materia gastronómica se refiere. Por un lado esta la Buenos Aires bohemia, la oscura; esa del tango sensual, llena de ese no sé qué porteño que nos atrapa con sus sentires salvajes. Pero también hay otra cara -como en los vinilos- brindándonos una ciudad más moderna, más evolucionada y cosmopolita y ¿por qué no? más señorial.
Capítulo I: Buenos Aires para vagabundos
Es en la Buenos Aires bohemia, o como a mi me gusta llamarla, de Vagabundos donde podrás sentirte como en casa. Vivirás un sin fin de placeres tan especiales que te retrotraerán a aquellos recuerdos casi olvidados. La tradición y la bastedad en estas casas de comidas es siempre un plus bien agradecido.
A lo lejos, un bandoneón que chilla te atrapará y te guiará recónditos lugares porteños de siglos pasados. Sí, lo sé, es genial ver como casi todo parece anclado en el tiempo. Las calles empedradas del barrio de La Boca, los colectivos (buses) que se hacen dueños de las avenidas, las farolas que iluminan lo que pueden hacen del entorno un enigma por demás interesante y peligroso. Tal es así, que no es de extrañar cruzarse con el espíritu de Cortázar, Borges, Sábato, Santos Discépolo o Piazzolla, en algún cafetín de la ciudad arrancando alguna hoja, recitando al aire un poema o terminando de pulir ese arreglo musical.
En estos barrios de Vagabundos la tradición es vanguardia.
Empieza por San Telmo. Entra en cualquier boliche (punto de encuentro como por ejemplo: un bar), siéntate y saborea sin prisas un buen malbec. Admira en silencio –perdúralo- porque esos lugares existen para disfrutar de la soledad. Las maderas ajadas teñidas por los años; las luces pobres y la suciedad estratégica, son marcas registradas, sus señas de identidad.
Si el hambre aprieta no dudes en pedir una empanada, alguna milanesa napolitana (escalope de ternera con salsa de tomate, jamón dulce y mozzarella) o un simple choripan (Chorizo con pan); porque aquí se viene a comer sencillo, a comer como un hombre humilde: simplicidad, contundencia, buen sabor y mejor precio.
3 restaurantes para vagabundos
El restaurante Miramar es un fiel reflejo del llamado bodegón de marcada influencia migratoria Española. Su carta pobre y escueta, pero adecuada, me ha sorprendido. Una tortilla de patatas Española increíble pasó y se fue en apenas unos segundos, dando una aprobación más que satisfactoria. Luego, de segundo -y sin saberlo- pedí el plato estrella de la casa: rabo de toro. Excelente. Sin nada que envidiar a los del otro lado del charco.
Basta con dejar que el tiempo haga su trabajo para lograr ese aspecto perfectamente desaliñado que adora cualquier amante de esta Buenos Aires para Vagabundos. Es la falta de cuidado, de mimo en el detalle, lo que le imprime carácter a este lugar.
Si lo que buscas es encontrarte con el Dr. House o Bono de U2, éste es el sitio. Según algunos, esta cantina es la que más glamour derrocha de Buenos Aires. En esta última visita algo ha cambiado. Se notaba una cierta desgana en los platos. Salvo las rabas (calamares a la romana) perfectas de textura y bien fritas, el resto me pareció vulgar. Eso sí, el flan casero con dulce de leche estaba inmejorable, lo mismo que la atención del personal, fabulosa a pesar del toque excesivo de informalidad callejera. Este lugar es especial, por eso jamás le podré negar una segunda oportunidad.
Es el bar perfecto para los que quieran comer uno de los platos porteños más emblemáticos: Las milanesas. Variedades y tamaños para todos los gustos. Las ensaladas se sirven en cuencos de acero macizo y las milangas (forma vulgar de llamar a las milanesas) en tablas de madera. El pan lo calientan al momento, por eso a veces tarda más de la cuenta. Los postres están bien y el café puede mejorar.
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