Desde la antigüedad, los catalanes han sentido debilidad por los fogones y por compartir con otros sus experiencias culinarias. Griegos y romanos, sarracenos, judíos, la influencia del Mediterráneo, el descubrimiento del nuevo mundo… Las raíces de la cocina catalana se adentran en las profundidades de la historia y del tiempo. Entre los tratados de cocina y recetarios más antiguos de España se encuentran los que se escribieron en Cataluña: el libro de Ruperto de Nola o el Tratado de Sent Soví.
También es verdad que jugaban con ventaja, ya que Cataluña ha sido históricamente cruce de caminos –terrestres y marítimos-, y los navegantes catalanes llegaron hasta Oriente, donde entraron en contacto con otras culturas y otras gastronomías. La cocina no es más que una forma de manifestación cultural de los pueblos. Reminiscencias italianas, acentos provenzales, occitanos y franceses, aromas de Oriente e influencias diversas que han dado lugar a recetas singulares y vinos que aún hoy mantienen la huella del pasado.
Además, la naturaleza ha sido generosa con esta esquina peninsular desde el interior al litoral, convirtiendo sus campos y costas en una despensa inagotable que lleva siglos sustentando la cocina catalana con productos de proximidad. Antes de que se hablara del famoso kilómetro 0, aquí ya se practicaba de manera espontánea.
El mosaico de especialidades se extiende desde la cocina suculenta de la alta montaña a los guisos marineros; la caza, las setas y los caracoles, cocina silvestre que ilustra la vinculación del catalán con su entorno. Pà amb tomàquet, es lo primero que nos viene a la cabeza si alguien nos pregunta por un plato catalán. Delicioso de puro sencillo, pocas cosas saben tan ricas, son tan auténticas como una rebanada de buen pan de pages, perfumada ligeramente con ajo, untada con tomate, rociada con buen aceite de oliva –arbequina, y si es de cosechada en verde aún mejor-, acompañada con cualquiera de esos magníficos embutidos catalanes.
Al pensar en Cataluña la boca se nos llena de sabores a bacalao, a caracoles –mejor hechos en la llauna; a escudella (de pagès o de carn d’olla) y a suquet de peix –el plato favorito del escritor Josep Pla, ilustre de las letras y la buena mesa; a escalivada, a pollo con langosta, a canelones –plato emblemático de la cocina de la Barcelona burguesa- a calçots, a anchoas, a pollo en samfaina, cap i pota y a las dos salsas más catalanas: el allioli y el romesco…. Y para terminar el regusto dulce tostado de una crema catalana. Y junto a la tradición, la vanguardia. La semilla que plantó el Bulli en Cala Montjoi sigue dando frutos. Barcelona es la pujante capital gastronómica, pero existen más ciudades catalanas con efervescencia culinaria.
A la vista de este panorama, no es casualidad que la cocina y los vinos de Cataluña hayan alcanzado enorme proyección internacional.
De las garnachas con solera de la Albera a la frescura de las viñas recuperadas en los Pirineos; de la calidez de los vinos tarraconenses, a la salinidad de la pansa blanca de Alella; de la presencia de los vinos surgidos de las terrazas del Priorat, a la sedosidad de los blancos del Valle del Corb, los vinos catalanes se expresan con acentos diversos y a través de sus 12 denominaciones de origen: 11 de vino y una de cava. Practicar el enoturismo es una excelente manera de descubrir el territorio y entender su cultura.
El buen saber hacer de bodegueros y maestros de cavas queda patente en la calidad de los vinos que se elaboran en Cataluña. Desde los primeros cultivos de viñas entre lo que hoy son ruinas griegas y romanas hasta las bodegas de los monasterios, pasando por las conocidas catedrales del vino, las imponentes bodegas construidas en la época modernista, recorrer las tierras del vino catalán nos sumerge en un viaje por la historia y la cultura repleto de sorpresas. A través de este recorrido por las rutas del vino de Cataluña, descubriremos las diferencias de terruños, climas y tradiciones, así como las diversas interpretaciones: blancos, negros, rosados, cavas, vinos de licor, vermuts, así como aguardientes y destilados, vinos dulces, vinos de misa, vinos kosher y vinagres.
Y como Cataluña no es ajena a las modas, también encontraremos vinos de mínima intervención, transgresores y respetuosos con el impacto ambiental. Vinos ecológicos, naturales y biodinámicos que se cultivan a poquísima distancia unos de otros. Tradición y modernidad en paralelo.
En Cataluña la historia se lee también en las fachadas de los edificios. Las construcciones reflejan el paso del tiempo y las bodegas no han sido ajenas. Más de 100 bodegas históricas que, con la impronta del modernismo, explican cómo la crisis de la filoxera provocó el nacimiento de los sindicatos y las cooperativas agrícolas.
Como la unión de los campesinos supuso la supervivencia de la viticultura y como el ingenio de los arquitectos modernistas dio vida a estos templos monumentales para hacer el mejor vino posible. Casi un siglo más tarde, estas pequeñas bodegas han dado un paso adelante para elaborar vinos de calidad, diversificar su oferta con nuevos productos.
Además junto a las grandes etiquetas, se conservan los vinos de campesino, rústicos, fuertes y agrestes, que se producen en pequeñas bodegas y que hablan del vino de mesa como elemento socializador.
Las fiestas son otra forma de conocer los territorios y sus gentes. En Cataluña muchas actividades populares tienen como protagonista al vino. Y en muchas de ellas vino y cocina se dan la mano como en las famosas calçotadas.
Un interesante calendario de festejos populares que hacen las delicias de los viajeros se extiende por toda Cataluña.
Y no solo hay que prestar atención al vino, el vermut es otro clásico en alza cuyo epicentro está en Reus. La liturgia del aperitivo no sería la misma sin la presencia de este vino aromatizado con hierbas y especias, que abre el apetito e invita comer.
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