Si en otras regiones vinícolas el diseño de las botellas de vino ha sufrido importantes transformaciones a lo largo de los últimos dos siglos, en Champagne durante el mismo período los formatos de este recipiente apenas ha cambiado. En efecto: hay que pensar que en el territorio donde se producen los mejores espumosos del mundo –o al menos los de mayor prestigio– la botella no es un mero envase de transporte, sino el recipiente donde el vino realiza su segunda fermentación, proceso en el que el dióxido de carbono ejerce una enorme presión.
Por tanto, para satisfacer las necesidades específicas de los productores de Champagne, los fabricantes de vidrio han tenido que adaptar con precisión el diseño de las botellas para que estas resulten el contenedor perfecto para que este tipo de vino tan especial complete su este proceso fermentativo y luego pueda almacenarse, transportarse, comercializarse y servirse en el mismo envase.
Desde el siglo XVIII, las botellas de champagne se han producido en un tipo de vidrio que es más resistente que el de otros tipos de botella de vino, con un espesor capaz de resistir la presión del gas carbónico. Son moderadamente más voluminosos, y sus líneas curvas culminan en un cuello alargado, coronado con una boca especialmente adaptada a los diferentes tipos de corchos requeridos por los vinos espumosos. En la historia del champagne, el diseño de cuellos de botella ha evolucionado acorde a los avances técnicos. Sin embargo, el modelo actual no difiere mucho del que se adoptó alrededor de 1919, cuando se introdujo la degüelle automático de botellas.
Otra peculiaridad de las botellas de champagne es que tradicionalmente tienen, salvo algunas excepciones, una base cóncava, que ayuda a distribuir mejor la presión del dióxido de carbono en las paredes y la base del recipiente, para evitar que se rompa.
Todos estos requisitos técnicos explican por qué el diseño estándar de las botellas de este tipo de espumoso apenas cambió entre los siglos XVIII y XXI.
Pero veamos cómo fue antes. Aunque Champagne fue una de las primeras regiones de Francia que comenzó a embotellar sus vinos en envases de vidrio –antes se empleaban los recipientes de cerámica y madera–, hasta 1728 no pudo trasladar su producción a otras zonas porque estaba expresamente prohibido. Cuando una ordenanza real promulgada ese año permitió el transporte de botellas en cestas de 50 o 100 botellas a otras regiones, partieron de Champagne por primera vez los primeros lotes hacia los puertos de Rouen, Caen, Dieppe y Le Havre.
Finalmente, el 8 de marzo de 1735, un decreto real certificó oficialmente el nacimiento de la botella de Champagne, que se convirtió así oficialmente en la primera región de Francia en emplear vidrio para embotellar sus vinos, antes de Borgoña (1750) y Burdeos (donde la botella de vidrio no estuvo regulada hasta 1866).
Aunque Champagne ha sido pionera en el uso del vidrio para el embotellado del vino, para comprender cabalmente el papel que ha desempeñado la botella de vidrio en el desarrollo de los vinos de esta región y para situar su evolución a lo largo del tiempo, se debe saber que este contenedor no siempre ha sido el mismo.
Si la ordenanza de 1735 estableció que la botella de Champagne debería pesar al menos 25 onzas (750 gramos), la industrialización de la producción aumentó este peso a principios del siglo XX a alrededor de 1.250 g para botellas de 74 cl. Cien años después, el peso de la botella se redujo a 900 g, y actualmente es de 835 g.
La capacidad de la botella también ha cambiado a lo largo de los siglos: si en 1735 el contenido habitual era de 93 cl, entonces se redujo a 70 cl para aumentar hasta 75 cl, la cantidad estándar actual.
También se han creado formatos especiales en Champagne según las demandas del mercado. La gama actual contiene diez formatos, desde el pequeño benjamín que calma la sed y tranquiliza a los pasajeros de los aviones (18.8 cl o 20 cl, según las leyes de cada país), hasta el inmenso Nabucodonosor (15 litros).
Los avances tecnológicos y las leyes que regulan el impacto ambiental de la industria también han influido en los cambios en la botella de champagne a lo largo de los siglos. Estos fueron algunos de los hitos que resultaron más influyentes en ese sentido:
– En 1903, Michael Owens inventó la primera máquina automática para fabricar botellas, que permitió ajustar las dimensiones y la capacidad de las botellas con mayor precisión.
– En 1964, la introducción del proceso de descarga automática requirió la adopción del sistema de cierre de la tapa de la corona.
– En 2010, el Comité Interprofesional de los Vinos de Champagne presentó la botella de 835 gramos, que reduce el modelo estándar en 900 g en 65 g, con el objetivo de reducir las emisiones de carbono.
Este lento proceso de evolución que ha afectado al peso y al tamaño, también a afectado a la morfología de la botella de champagne, sin que esto tenga que pervertir su función principal que es –no lo olvidemos– la de ser el recipiente para la segunda fermentación del vino. Porque basta con observar los envases conservados desde el siglo XVIII hasta nuestros días para verificar que la forma de la botella de champagne también ha cambiado.
La llegada al siglo XXI, por lo tanto, tiene lugar con un modelo de botella de champagne muy similar al de hace cien años, que transmite valores de excelencia y tradición, pero que no sugiere la idea de innovación.
En es sentido, por requerimientos técnicos o por un excesivo apego a la tradición, podría decirse que Champagne es un reducto inmovilista en cuestiones de diseño. ¡Con perdón!
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