Figura clave en la modernización del vino español, hasta el último de sus días mantuvo el espíritu de un apasionado emprendedor.
Días atrás, no lograba mencionar el nombre de un solo amigo o conocido cuando me preguntaban por víctimas de la pandemia que en estos días nos afecta. Desde ayer esto ha cambiado. Y, demonios, ha tenido que ser un colega con el que muchas catas, comidas y debates hemos compartido en torno al vino, el primero que me ha arrebatado el maldito coronavirus: Carlos Falcó.
Desde luego, no me voy a explayar aquí en la noble estirpe de este grande de España ni en sus amoríos –que le llevaron a ser un personaje habitual de las páginas de la prensa rosa– porque en eso abundarán seguramente otros obituarios; en Gastroactitud.com lo que nos toca es destacar su papel como pionero vinícola, oleícola y gran embajador de la marca España.
En ese sentido, el marqués de Griñón jamás dejó de sorprendernos. Incluso ya bien superados los 80 años, era capaz de soportar con entereza el acoso de la prensa rosa, mientras se desdoblaba en un sinnúmero de actividades, promoviendo la excelencia de los productos de lujo españoles desde el Círculo Fortuny, conciliando intereses y calidades vitícolas en los Grandes Pagos de España (Asociación de la que era fundador y presidente de honor), sin renunciar, por supuesto, al sueño de elaborar los mejores vinos en su propio château toledano, Dominio de Valdepusa. Ni tampoco los mejores aceites de oliva virgen extra, que constituyeron probablemente su última obsesión.
¿Quién hubiera dicho que aquel indómito grande de España, que en 1974 burló las aduanas franquistas introduciendo desde Burdeos 20.000 injertos de cabernet sauvignon, escondidos entre manzanos, para iniciar su aventura como bodeguero, acabaría sus días erigido en el gran embajador del AOVE español?
Pues así fue. Tras consolidar su trayectoria como viticultor, haciendo de su dominio familiar del siglo XIII una explotación modélica, con 49 hectáreas de viñedo que se extienden como un ordenado puzzle, donde las variedades que han dado fama a los vinos de Valdepusa: cabernet sauvignon, syrah, merlot y petit verdot, además de alguna uva experimental, el incansable marqués se aplicó después con entusiasmo a bregar por el aceite de oliva virgen patrio.
Con su propio AOVE en el bolsillo (Oleum Artis, nacido en 2001), Falcó se atrevió incluso a narrar su pasión oleícola en un libro, publicado originalmente en Italia con el título El gran libro del aceite de oliva. Una historia milenaria (Mondadori), y luego en España (Grijalbo) y Alemania (Hoffman & Campe), con otro nombre: Oleum.
La pasión vinícola, de nuestro llorado marqués también tiene su libro, por cierto: Entender de vino (Planeta de Libros, 1999).
Pero su sabiduría queda grabada un poco en todo: en sus vinos toledanos y madrileños –que también los hay: El Rincón–, en sus aceites, en sus hijos, y un poco en todos los que hemos compartido charlas, catas y momentos entrañables con este hombre generoso e inolvidable.
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