1. Abadía Retuerta LeDomaine. Sardón de Duero, Valladolid
¿Bodega, hotel, restaurante o spa? El complejo Abadía Retuerta Le Domaine, en un antiguo monasterio cisterciense, es todo en uno; y quizás por eso se ha convertido en el último refugio para amantes incondicionales y absolutamente fieles de la buena vida. Y es que desde que abrió, hace tres años, no para de recibir distinciones, entre ellas la estrella Michelin que ganó en 2015 su restaurante gourmet, el Refectorio, con Pablo Montero como jefe de cocina y Andoni Luis Aduriz como asesor gastronómico.
Su nombre se lo da la antigua función de la estancia donde se encuentra, el lugar en el que se reunían a comer los monjes, que ahora, aunque conserva muchos de sus elementos estructurales y decorativos (como el hueco del púlpito del lector en la pared o los restos del fresco de «La Sagrada Cena», del siglo XVII), es una sala sencilla y contemporánea, que casa a la perfección con la cocina de Pablo Montero. El cocinero, que ha pasado por las cocinas de los mejores restaurantes de Europa, tomando como base la tradición y los ingredientes locales (el lechazo, los quesos, las verduras, muchas de ellos del propio huerto del monasterio …) deja volar la imaginación en sus dos menús degustación que se sirven exclusivamente en la cena, y que cambian con la temporada. Entre los clásicos la Berenjena al vapor con yogur, crema de miel y cenizas o el Royal de apio-nabo con caviar ecológico Per sé de Navarra.
Para comidas más informales, en la Vinoteca se puede cenar a base de tapas hechas con productos de la región acompañadas de buenos vinos: Pastrami casero de lomo bajo de vaca con setas en escabeche y piñones, Steak tartar con láminas de pan crujientes y bol de patatas fritas. De postre, la Tarta tatin de manzana reineta del Bierzo con helado de vainilla.
Entre una y otro se puede disfrutar de algún tratamiento de vinoterapia en su spa, visitar la bodega o darse una vuelta por los pueblos de los alrededores, pasear a caballo entre viñedos, o incluso sobrevolarlos en helicóptero.
2. A quinta de Auga Santiago de Compostela Santiago.
Nos vamos a Galicia. Con todo lo que esto conlleva -paisaje verde y frondoso, edificios con fachadas de piedra, y una gastronomía que no necesita más que un golpe de sal– y lo hacemos al hotel A quinta de Auga, a tan sólo 3 kilómetros del casco histórico de Santiago de Compostela.
Idílico y romántico, este hotel boutique pertenece al sello de Relais & Châteaux y está ubicado en un precioso edificio del siglo XVIII rodeado de jardines. Sus 51 habitaciones -decoradas con antigüedades y arte moderno–, son tan acogedoras… que no apetece salir de ellas.
Y es que no hay opción, aquí uno viene a hacer unos y abuso de il dolce far niente, a pasear por sus jardines (por los que pasa el río Sar), a cerrar los ojos y dejarse mimar un spa. Y, claro, a sentarse a la mesa de FILIGRANA, su restaurante gastronómico dirigido por Federico López Arcay.
En su carta, platos que se rigen por la temporada y sugerencias diarias elaboradas con producto de kilómetro cero –carnes, mariscos y pescados salvajes y ahora, especialmente setas y caza– y cocinadas en recetas típicas gallegas –de la empanada, al lacón con grelos, pasando por el pulpo con cachelos,–. Inamovibles el bacalao al horno en costra de broa o las filloas rellenas de arroz con leche; y la mariscada, bajo petición. Tradición sí, pero también mucha técnica y creatividad.
Tampoco hay que perdonar el desayuno, un bufet con exquisiteces caseras: bizcochos, bollitos, mermeladas, churros… y quesos de la zona.
3. Molino de Alcuneza Hotel SPA Sigüenza; Guadalajara
A tiro de piedra de Madrid, y al ladito de la ciudad del doncel (o sea, Sigüenza) el que fuera un molino harinero del siglo XIV se ha convertido en un hotel con vistas al valle del Alto Henares. Perfecto para ir en familia, los planes intramuros, van desde leer en el salón junto a la chimenea o darse un gustazo en el SPA; y extramuros, desde visitar pueblitos medievales a hacer rutas senderistas en los parques naturales cercanos. La naturaleza y la temporada dictan la cocina de Samuel Moreno en su restaurante; una cocina tradicional y de la tierra, pero tratada con la técnica propias de las cocinas de Sergi Arola o los hermanos Roca, algunas en las que se formó el cocinero. Por eso en sus platos, se pueden encontrar tanto pescado crudo o sabores ahumados, ácidos y vegetales, como piezas de caza, setas o miel, con presencia especial de sus finísimos panes (hasta siete tipos) que ellos mismos elaboran con harinas ecológicas y son una de las señas de identidad de la casa. Una pasión repostera que tiene su máxima expresión en el súper desayuno que alegra la mañana: croissants de mantequilla, hojaldres, financiers y bizcochos, que se acompañan de lácteos, yogur, cuajada con leche fresca de oveja en una bandeja de pisos… y quesos ecológicos, embutidos de la zona y zumo naranja, smoothies de fruta, miel, mermeladas….
El restaurante cuenta con tres menús, con excelente relación calidad-precio: el Molienda (que incluye aperitivos, entrada, principal y postre 40 euros; Media Molienda (3 platos), por 32; y el menú degustación (7 platos) por 70 euros.
4. Palacio de Rubianes Rubianes. Asturias
Otro hotel con pasado molinero es el El Palacio de Rubianes, un antiguo palacio asturiano que contó con dos molinos de maíz y que se ha convertido en un hotel de corazón rústico y formas modernas, con mucho encanto.
De uno de los antiguos molinos se conservan algunas ruedas de molienda y otros engranajes; el otro, prácticamente intacto, acogerá un Spa que seguirá utilizando el agua del Sueve, el río que le proporcionaba energía. Será otro atractivo más de este hotel con un modesto campo de golf (9 hoyos, par 70), que destaca, también, por la gastronomía de su restaurante Veredales; a cargo de José Soto. Sin sorpresas ni experimentos: comida asturiana, por supuesto, con platos imperdibles como los lomos de merluza al aroma de manzana o la ensalada templada de Pitu Caleya. Lo mejor, los menús de fin de semana por 25€ (Entrante, primero y segundo, postre y con bebida incluida). Para hacer hambre (o para bajar la comida) se puede dar un paseo por valle y caminar por un bosque de tejos milenarios (un bosque único en Europa) y mitológicos, visitar las villas marineras vecinas… o, simplemente, echar una siesta con vistas al valle de Sueve.
5. El añadío Vilches. Jaén
Un fin de semana un tanto distinto. Por aquello de que tus vecinos (quitando los huéspedes de las otras siete habitaciones) serán decenas de toros de lidia y todos sus compañeros: vacas nodrizas, sementales, becerros y novillos; residentes permanentes de la finca de El añadío, un hotel rural en una dehesa, en las laderas de Sierra Morena (Jaén). Sus propietarios llevan ya varias generaciones dedicadas a ello en esta finca, de más de 350 hectáreas, donde está también ese hotelito que destaca también por su buen comer y que supone una absoluta inmersión para los amantes del toreo, ya que podrá tomar parte en algunas de las tareas relacionadas con su cría:, como la alimentación de ganado, los tentaderos, las retientas. La inmersión en la vida del campo incluye también disfrutar de la cocina tradicional, que se sirve en sus rústicos salones, un DESAYUNO campero, completísimo, con Café e infusiones, tostadas de pan de pueblo con una variedad de aceites de oliva virgen de primera cosecha y distintas variedades, tomate natural y jamón, zumo natural de naranja, bollería artesana, huevos de corral y fruta a demanda; y a la hora de la comida o de la cena, platos típicos de la región que varían en función del termómetro y van de los galianos/jarapos, a las Migas, el arroz caldoso con conejo el potaje de garbanzos con bacalao y acelgas o el rabo de toro.
6. La Demba Art-Hotel & Restaurante. Abizanda
Miembro del sello Rusticae, este hotel en una antigua casa de labradores con 10 habitaciones es el perfecto escondite para hacer un mix de todos los placeres de la vida: naturaleza, arte y gastronomía, como ellos mismos proclaman.
Del primero, la naturaleza, se puede disfrutar por su localización, el Pirineo aragonés, que permite visitar no uno , sino tres parques naturales, Ordesa y Monte Perdido, el Parque Natural Posets-Madaleta y el Parque Natural de la Sierra de Guara. Allí las actividades son infinitas, senderismo, deportes de aventura, esquí de fondo…
El segundo aspecto, el arte, está presente en el hotel en todos sus formatos, desde los talleres de diversas materias a los documentales o cortometrajes que se exhiben o las exposiciones de artistas contemporáneos que se exponen en su galería, en su rincón del ajedrez, o en biblioteca…
¿ y la gastronomía? La gastronomía, como simbiosis de las dos anteriores (arte y naturaleza), tiene un peso fundamental en La Demba, donde cada plato que se sirve a la mesa podría enmarcarse. Su desayuno, sin horarios, a la carta y casero, se ha ganado la fama. En él caben desde opciones más consistentes como el beicon, los quesos ahumados los embutidos, a otras más ligeras como el yogurt de Fonz, las mermeladas o la miel que se hace en el pueblo. Todo muy eco: con cuidado productos naturales, y con un trato respetuoso a los animales.
El restaurante, miembro del movimiento Slow Food, tiene varios menús y carta, y opciones vegetarianas y para celíacos.
Edición y datos Arantxa Neira
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