Según parece, estas fiestas hemos celebrado por todo lo alto y hemos batido record de consumo en comida, a pesar de los precios de la cesta de la compra. Quien más y quien menos, se ha echado unos kilitos encima y ahora es el momento de volver al peso habitual. No hay más remedio que ponerse a régimen, pero ojo con las dietas milagro por que son las únicas que no te ayudarán a conseguir tu objetivo. Los milagros dietéticos no existen. El cuerpor solo entiende de disciplina y equilibrio.
Su propio nombre ya engloba el concepto: hablamos de milagro. Es decir, de algo que es sobrenatural, inexplicable, no sujeto a la lógica ni a la razón. ¿Realmente esperamos perder peso así? Pues parece que sí, a tenor de su continuo predicamento. Por más que vivamos en la sociedad de la información, seguimos queriendo creer en que lo que prometen es posible. ¿Y qué prometen? Básicamente, perder peso rápidamente y sin esfuerzo. Da igual que desafíen a la lógica y al sentido común: cuando se trata de adelgazar, nos volvemos ingenuos, supersticiosos y crédulos. Pero engancharnos a una dieta sin control puede conducirnos a problemas tiroideos, insuficiencia renal o hepática, osteoporosis, sarcopenia, hipertensión… No es broma, no.
Además de esa promesa de que las grasas se volatizarán en un santiamén, hay varias características que nos pueden ayudar a detectar cuándo esa dieta que nos tienta desde el iPad no es sino publicidad engañosa:
Cada pocos años aparece una, y ya nunca nos abandona del todo. Son las llamadas ‘dietas de autor’, que suelen venir avaladas por un médico y acompañadas de uno (o varios) libros. El negocio es multimillonario.
Más allá de la locura de las dieta milagro, tenemos la famosa dieta hipocalórica. La de toda la vida. La que se basaba en la ecuación de comer menos calorías de las que se gastan. La han recomendado durante décadas la mayoría de los médicos, y es verdad que favorecía una pérdida de peso. Al fin y al cabo, prácticamente con cualquier dieta se adelgaza, otra cosa es mantener en el tiempo sus efectos. La cuestión es que la dieta hipocalórica suele ir acompañada del temido y fatídico efecto rebote o efecto yoyó: tras una restricción brusca de las calorías, cuando volvemos a comer ‘con normalidad’ recuperamos el peso perdido y, a menudo, algunos kilos más.
¿Por qué sucede esto? Hay varios mecanismos implicados. Uno de ellos es que, si no andamos con ojo al restringir las calorías, no solo perderemos grasa sino también masa muscular (el cuerpo recurre a las proteínas del músculo como fuente alternativa de energía). Si tenemos menos músculo, disminuye nuestro gasto calórico, es decir, nuestro cuerpo se pone a ralentí, baja el metabolismo. Eso propicia que, al volver a comer como hacíamos antes, nos cueste más trabajo quemar esas calorías extra, que se acumularán en forma de grasa. Pero hay otra cuestión: el ser humano, como especie, continúa el mandato de la supervivencia, que le incita a almacenar energía para tiempos de escasez. Así, tras una temporada en la que el cuerpo no ha recibido la energía necesaria -lo que en tiempos ancestrales podría equivaler a una hambruna-, tiende a contrarrestar y compensar en cuanto vuelve a recibir calorías suplementarias.
El efecto rebote, lógicamente, será mayor cuanto mayor sea la restricción calórica. Cuanto más extrema sea la dieta, cuanto más nos hayamos privado durante el tiempo que la hemos seguido. Por eso es tan importante que nos pongamos en manos de un dietista nutricionista o de un médico especializado en nutrición para que nos acompañe en el camino hacia un peso saludable.
Lo primero, entender que no hay milagros y que los trucos y atajos suelen ser el camino más rápido hacia la obesidad. Lo segundo, y aun a riesgo de parecer cansina, aceptar que el secreto no es sino olvidarnos de dividir nuestra vida en momentos de barra libre que compensamos con otros de dieta restrictiva. Se trata de alimentarnos bien durante todo el año. ¿Y eso cómo se hace?
Todo esto se engloba dentro de la Dieta Mediterránea. Pero la dieta mediterránea real, que muy poco tiene que ver con lo que comemos en España. Se trata de una reeducación alimentaria que favorezca nuestra salud, mejore nuestra relación con la comida y nos ayude a desprendernos de toda esa comida adictiva que nos hace esclavos de los reclamos de la publicidad.
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