Pocas veces se piensa en Edimburgo cuando se planea una escapada gourmet. No es que la ciudad sea un gran destino gastronómico, pero la capital escocesa tiene un puñado de buenos restaurantes a los que acudir. Si se visita por cualquier otro motivo, como pueden ser sus famosos festivales de teatro y música, merece la pena apuntar unas cuantas direcciones las de los mejores restaurantes de Edimburgo. Vibrante y apacible al mismo tiempo, es una ciudad culta y elegante, aunque viva arrasada por el turismo en la época estival.
Dominada por el imponente castillo construido sobre la colina de Castle Rock -con unas vistas inigualables- la ciudad está dividida en dos áreas históricas principales: la Ciudad Vieja (Old Town) y la Ciudad Nueva (New Town). La Ciudad Vieja conserva su trazado medieval, con calles estrechas y edificios antiguos, mientras que la Ciudad Nueva, es un ejemplo del urbanismo georgiano propio del siglo XVIII, momento conocido como la edad de oro de Edimburgo, cuando la ciudad fue apodada «la Atenas del Norte» al convertirse en epicentro del pensamiento iluminista. Figuras como el filósofo David Hume y el economista Adam Smith -cuya estatua se conserva en la Royal Mile- residieron en la ciudad durante este periodo de grana actividad intelectual y cultural.
La historia y el espíritu de Edimburgo ha quedado plasmado en la obra de autores tan importantes como Sir Walter Scott (1771-1832) creador del género de la novela histórica que inició con su obra más famosa «Ivanhoe», y su serie «Waverley», Edimburgo le rinde homenaje con el Scott Monument en Princes Street, en la Ciudad Nueva, una de las estructuras más impresionantes de la ciudad. También Robert Louis Stevenson (1850-1894), famoso por obras como «La isla del tesoro» y «El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde» nació en la ciudad que queda bien reflejada en la novela.
Las referencias al famoso detective Sherlock Holmes, creado por Arthur Conan Doyle (1859-1930) siguen presentes por todo Edimburgo. Lo mismo que los lugares que inspiraron la saga literaria más famosa de los últimos tiempos: Harry Potter. Se sabe que J.K. Rowling comenzó a escribir la novela en The Elephant House, un café con vistas del Castillo que inspiró la creación de Hogwarts, la escuela de magia en la serie.
La gastronomía de Edimburgo, y de Escocia en general, es un reflejo de sus tradiciones y paisajes. Recetas rústicas elaboradas con productos cotidianos que ahora los cocineros punteros tratan de sofisticar, no con demasiado éxito. Uno de los platos más emblemáticos es el haggis, un embutido hecho a base de vísceras de cordero, avena, cebolla y especias, todo cocido dentro de un estómago de oveja. A pesar de que la descripción no suena muy apetecible, es un plato sabroso, agradable de comer que suele servirse con «neeps and tatties» (nabos y puré de papas).
Es un platillo que representa el espíritu escocés: fuerte, honesto y profundamente conectado con la tierra. Tienen fama el que sirven en el pub The white hart inn en la zona de Grass Market. Y el de Copper Still, una taberna llena de turistas en la Royal Mile, la calle más famosa de Edimburgo, que conecta el Castillo de Edimburgo con el Palacio de Holyroodhouse.
No falta en el auténtico desayuno escocés, que se puede disfrutar en multitud de restaurantes. Es un estilo de desayuno inglés pero más contundente porque incluye salchichas (Lorne Sausage o Square Sausage), bacon, morcilla, huevos, champiñones, tomate asado y los típicos «tattie scones» elaborados con puré de patata. Un buen sitio para probarlo es The Edinburgh Larder (desde 25 euros por persona) en la ciudad vieja, un pequeño local, siempre abarrotado donde conviene reservar mesa. Otra opción, en la zona de Leith, uno de los barrios de moda cerca del puerto es Toast (desde 30 euros por persona), un local sencillo, frente a un canal, con una oferta internacional de lo más apetecible.
Otro de los valores inmutables de Edimburgo son sus salones de té, en los que se pueden probar multitud de tartas, el famoso «shortbred» (dulces de masa quebrada con harina, azúcar y mucha mantequilla) y los no menos populares «scones» que se sirven con mantequilla o la deliciosa clotted cream y mermelada. Los hay sencillos, es decir solo de harina, pero tmabién con pasas, frutos rojos, etc. Los de Mimi’s(desde 10 euros por persona) son realmente ricos, pero para probarlos hay que estar en el diminuto local de la Royal Mile a eso de las dos que es cuando los hornean porque si no se acaban. Para evitar sorpresas es mejor reservar una mesa.
En la transitada Princes Street se encuentra The Willow Tea Rooms, es un lugar atestado de turistas, con una bonita historia y unas magníficas vistas al castillo donde se puede disfrutar de un completo Afternoon Tea todo el día por 24 libras, un precio razonable si tenemos en cuenta que incluye varios bocados salados (sandwiches) dulces, tartas y los inevitables scones. El salón original está en Glasgow y fue el capricho de la hija de un tratante de tés, que encargó la decoración y mobiliario al famoso arquitecto modernista Mackintosh, cuyas sillas de altos respaldos se pueden ver en el local.
En la ciudad hay bastantes salones de té y un buen puñado de hornos donde no solo se hace pan, sino también bollería internacional de un estupendo nivel, Krema y Kvasa Bakery son dos buenos ejemplos en el barrio de Leith.
Escocia es una región con un magnífico producto, sobre todo del mar. Además del famoso salmón escocés -nada que ver con el noruego- sus crustáceos gozan de una excelente reputación, tal que muchos se venden en los mercados españoles (cigalas, bogavantes, etc). Son también notables las vieras, los lenguados, las ostras y los mejillones. Encontrar restaurantes que sepan sacar partido a un producto de tanta calidad no es tan habitual. Ondine (80 euros por persona) es una de esas excepciones.
En la Ciudad Antigua, lo frecuenta mucho público local (no hay gentilicio oficial para los habitantes de Edimburgo) y turistas bien informados en busca de pescado de calidad, que su especialidad. Impecable la fritura de calamar, excelente el salmón salvaje ahumado (ojo que aquí también lo hay de piscifactoría), muy buenas las ostras y los mejillones y notable el lenguado. Además de las mesas, disponen de una amplia barra donde se puede tomar unas ostras y una copa de champán.
En Edimburgo, como en toda capital que se precie, hay unos cuantos restaurantes elegantes, que se ajustan perfectamente al modelo del fine dining. Destaca Lyla (más de 120 euros por persona), galardonado con una estrella Michelin. Un espacio de dos plantas, en el que los aperitivos se toman en un salón, servidos por los propios cocineros antes de pasar al comedor con cocina vista. Menú degustación con posibilidad de maridaje de vinos en un ambiente sofisticado en el que se mezclan los turistas y los locales. Una cocina tan impecable como previsible que trata de incorporar productos locales para estar en la onda, pero acaba en la trufa y el caviar.
En la misma línea Timberyard (también con un macarron en la guía roja y más de 120 euros por persona), aunque en un espacio es más rústico -es un antiguo almacén del siglo XIX- y tiene más carácter. La cocina es aparentemente sencilla, pero con toques creativos y se centra en el trabajo de proveedores locales, sobre todo charcuteros y pescadores. Platos de elegante factura y sabores nítidos. Buena bodega con referencias francesas, españolas, italianas, etc.
Si lo que buscamos es algo menos sofisticado el sitio ideal es Noto (60 euros por persona). Cocina creativa sencilla y sabrosa que bebe de diferentes fuentes de inspiración para crear platos diferentes, que no son fáciles de clasificar. El nombre es un homenaje al gourmet Bob Noto -asiduo del elBulli y amigo personal de Adrià- que fue amigo del propietario del local, un dinámico cocinero que regenta varios locales en Edimburgo. Aquí no hay menú, solo una carta muy corta que cambia con frecuencia cuyos enunciados son tan apetecibles como los platos que llegan a la mesa. Un acierto seguro.
Una visita a Edimburgo no estaría completa sin pasar por una destilería de whisky. A menos de una hora en coche de la capital de Escocia se encuentra The Glenturret, una de las más exclusivas del país, que recientemente ha sido adquirida por la firma de lujo Lalique. Junto a sus alambiques de juguete -su producción es pequeñísima comparada con las grandes marcas escocesas- hay un elegante restaurante ( Glenturret Lalique, 2 estrellas Michelin) en el que el chef Mark Donald interpreta platos clásicos escoceses a los que aplica técnicas de las que se utilizan en la elaboración del whisky. Una propuesta compleja, muy interesante, que deja constancia de que siempre se pueden buscar caminos nuevos, más allá de lo evidente. Platos sabrosos y elegantes en los que el whisky no aparece, pero sí la esencia de su proceso de fabricación.
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