Las etiquetas inteligentes de Oscillum evitan que se tire la comida

¿Es posible controlar el desperdicio alimentario a través de etiquetas inteligentes? ¿Por qué hay muchas personas que tiran los yogures cuando ha pasado la fecha de consumo preferente, a pesar de que están en perfecto estado? ¿Cuántos alimentos van a la basura porque pensamos que están podridos?  Las etiquetas inteligentes de Oscillum son la solución.

Todo comenzó con un filete que tenía mal aspecto, pero que Pablo decidió comerse a pesar de que sus compañeros Pilar y Luis trataron de evitarlo. Para su sorpresa, a Pablo no le pasó nada. Ahí saltó la chispa: Pilar María Granado, Pablo José Sosa y Luis Chimeno, que estaban estudiando biotecnología en la universidad, decidieron buscar un sistema que permitiera al consumidor conocer el estado real de los alimentos. Así se evitarían posibles intoxicaciones y se reduciría el desperdicio alimentario. Luis Chimeno, uno de los promotores, nos cuenta cómo ha sido el desarrollo de la idea.

 

Pilar María Granado, Pablo José Sosa y Luis Chimeno

¿Cómo surgió el proyecto?

Investigando un poquito, vimos que una de las cosas que provocaba este problema del malgasto de alimentos era la falta de información. Los consumidores no sabemos cómo están los alimentos realmente y preferimos tirarlos antes de que nos podamos intoxicar.

Nos dimos cuenta de que ese problema no era exclusivo del consumidor, sino también de la industria. Y la industria es mucho más sensible a este tipo de cuestiones, porque no pueden generar un perjuicio o un daño a nivel sanitario a los consumidores. Entonces pensamos que debería haber una forma intuitiva, fácil de entender, que indicara realmente cómo está el producto. El proyecto en sí lo iniciamos en 2017. Como nosotros somos biotecnólogos, empezamos a investigar un poco qué podíamos hacer, cómo se podía medir… Y entonces encontramos un prototipo sobre el que empezamos a trabajar.

¿Cuándo fundasteis la empresa?

En 2019 fundamos Oscillum, cuando ya teníamos un prototipo. Desde 2023 estamos abriendo más campos, básicamente porque hemos encontrado respuesta en la industria que necesita adaptar este tipo de productos que dan respuesta a muchas inquietudes del consumidor, no solo con los alimentos, sino también en productos cosméticos y farmacéuticos, de forma que ya tenemos proyectos relacionados con estas dos industrias.

¿Cómo funciona la tecnología que habéis desarrollado?

Lo que hacemos es medir los cambios que se producen en el alimento a través del tiempo. Esto se hace gracias a la metabolómica, que es la ciencia que detecta y mide los cambios bioquímicos de un producto en el tiempo. A través de estos estudios hemos podido identificar moléculas y grupos moleculares específicos que nos sirven de referencia. Por así decirlo, son chivatos del estado en que se encuentra el alimento en cuestión. Son lo que se llama moléculas «diana».

A raíz de esas moléculas diana, lo que hacemos es desarrollar químicamente un indicador. Ese indicador reacciona con un componente dando lugar a un cambio de color, es decir, cuanto más evolucionado está el producto, mayor intensidad de color adquiere el indicador.

¿Buscáis lo mismo en todos los productos?

No, porque las composiciones moleculares son distintas. Para cada matriz de productos tenemos que identificar cuáles son esos grupos moleculares que se correlacionan mejor con el estado. Hemos desarrollado las de matrices cárnicas, aunque hay algunas moléculas comunes. Pero luego, si nos centramos en las frutas tropicales, con las que también trabajamos, buscamos otro tipo de moléculas. En la fruta buscamos indicadores de maduración que muestren a los consumidores y a la industria en qué estado está esa fruta y cómo va a ir evolucionando.

¿Y ahora esto cómo lo lleváis a la práctica? ¿Cuáles son los pasos siguientes?

Llevamos bastante tiempo de investigación a nivel de laboratorio. Ahora estamos en la parte de industrialización. Ya hemos identificado tecnologías que funcionan para carnes y frutas. Y ahora tenemos que pasar esa formulación a un formato que se pueda industrializar. Estamos en esa fase. Ya hemos patentado las etiquetas inteligentes que se llaman Addvibe®. Además hemos sacado una gama de productos, a los que llamamos Stiint® que son aditivos para packaging activo, especialmente centrados en el sector de la alimentación, que tienen propiedades sobre los alimentos alargando su vida útil. Dentro de unas semanas saldrán a la venta para el consumidor.

Actualmente, somos 10 personas en la empresa. Nuestra principal fuente de financiación hemos sido nosotros mismos, con premios de emprendimiento y aceleradoras. Y ahora también contamos con ayudas públicas para el I+D, que nos han permitido continuar con el desarrollo tecnológico.

¿Por qué habéis elegido la carne y las frutas?

Bueno, la carne supongo que porque fue un filete el que dio origen a todo (risas). Y porque nos preocupa el impacto medioambiental de los productos, y el de la carne es notable. Es uno de los productos cuyo malgasto alimentario implica un mayor daño, porque al final son muchos recursos naturales los que se han utilizado, recursos hídricos, muchas emisiones de CO2, etc. La selección de los productos está directamente relacionada con su sostenibilidad, porque al final una de las cosas en las que nos enfocamos es en reducir el gasto de alimentos que tenemos a nivel industrial y a nivel doméstico, que al final tienen un impacto medioambiental muy alto. Y a la vez vamos mejorando la seguridad alimentaria.

¿Pescados también? ¿Hablamos de proteína animal o solo de carne?

Estamos hablando de proteínas animales. Pero nos hemos enfocado principalmente en carnes porque la industria nos lo ha demandado y lo ha adaptado mucho más rápido. Pero en el futuro serán carnes y pescados.

¿Veremos vuestras etiquetas en los paquetes de carne picada de Mercadona o El Corte Inglés?

Correcto. Nosotros al final somos un proveedor de tecnología.  Se la facilitamos al productor para que la aplique justo antes del  envasado del producto, es decir, la tecnología tiene que estar dentro. Nuestro cliente es el productor. Una vez que se implanta la tecnología, el producto ya está monitorizando. La información es útil desde el principio de la cadena: productor,  transporte, logística, supermercado y consumidor. La tecnología es totalmente transversal, con lo cual esa información aporta información -y valor- a todos los que intervienen en la cadena.

 

 

¿Y cuándo me hablas de productor, a qué tipo de productores te refieres?

Estamos hablando con empresas grandes, productores cárnicos de gran volumen, pero también nos enfocamos en las propias carnicerías. Es decir, al final la tecnología se puede adaptar a diferentes puntos dentro de la cadena de valor. En las carnicerías, por ejemplo, hay mucho interés por incorporar la tecnología a nivel de control interno, es decir, para que ellos puedan ir monitorizando cómo está el producto que se saca al lineal, etc.

¿Podría darse el hecho de que una bandeja de filetes con un tono un poco verdoso, pudiera estar en el lineal y ser consumible?

La carne de ternera se oxida muy rápidamente. Es uno de los problemas a los que se enfrentan los carniceros. No pueden dejar madurar la carne el tiempo que deberían, porque cuando la carne madura se oxida y se pone más oscura, y cuando llega al lineal más oscura, la gente no la quiere. Con lo cual te comes una carne rosada pero dura. Nuestra tecnología es una alerta que te dice «te lo puedes comer sin riesgo». Incluso después de abierto el envase, cuando cambian todas las condiciones externas. Sobre todo las carnes de ave, por ejemplo, suelen desprender olor muy rápido. Eso hace que la gente tire un envase que huele fuerte, pero el producto sigue estando bueno.

Nuestra tecnología es complementaria a las fechas de caducidad. Damos una lectura de cómo está el producto con el envase cerrado o abierto. Ahí es cuando ya la tecnología te puede decir «oye, lo puedes seguir consumiendo». También detecta las contaminaciones cruzadas, algo muy común en las cocinas que no se sabe a simple vista. La etiqueta, en el caso de que el envase estuviera abierto, tendría que continuar en contacto con el alimento, pero es fácil porque se trata de una tecnología totalmente funcional.

Las empresas están optimistas con vuestra tecnología

La industria se muestra favorable. La tecnología ha tenido muy buena acogida por parte de la industria porque les ahorrará costes y habrá una parte del producto que no se tire. La tecnología se está implementando porque ayuda a optimizar internamente todos los procesos. Los fabricantes y productores no tienen control de lo que está ocurriendo en el interior de los productos, ya no solamente a nivel de lote, sino individualmente. Con nuestra tecnología puedes saber qué está sucediendo en cada uno de los envases. Otro factor también muy importante es que aumenta las posibilidades de detección de posibles errores a nivel industrial. Hay ocasiones en las que el sellado del envase no es correcto por la propia maquinaria, o incluso que durante el transporte se generan microaperturas.

 

¿Qué ocurre en esos casos?

Que ese envase, que tiene una atmósfera modificada, la pierde y se reduce la vida útil del producto. Nuestra tecnología es capaz de detectar y discriminar de todo el lote aquellos envases que tengan ese tipo de error, porque se verán inmediatamente que están evolucionando (estropeándose) mucho más rápido que el resto, que sí están envasados correctamente.

¿Habéis calculado qué cantidad de alimentos se evitaría que fueran a la basura utilizando este tipo de tecnología?

Sí, hemos hecho estudios. Y además está el tema de los protocolos internos de los supermercados. En base a esos protocolos y aplicando nuestra tecnología hemos llegado a salvar más del 50 % de envases de alimentos que de otro modo hubieran ido a la basura. También tenemos cálculos en cuanto al impacto medioambiental. Estimamos que reduciendo solamente el 10 % del malgasto total que se produce a nivel europeo, podríamos llegar a reducir alrededor de 2,4 millones de toneladas de CO2.

¿Habéis hablado con la Administración, con algún ministerio?

No con la administración, no. No más allá de las organizaciones que determinan el tema de la seguridad alimentaria, de los envases, que es una de las partes que a nosotros nos implica más. Pero es verdad que nuestro objetivo es también intentar entrar en contacto con ellos para ver cómo podemos colaborar.

¿Este tipo de etiqueta debería de ser implantada por ley?

Eso sería lo ideal. Sería totalmente lo ideal porque al final estamos implementando un sistema que mejora lo que existe actualmente. Tendría que haber un cambio legislativo y un proceso de adaptación. Llevará tiempo. De momento, vamos a utilizar a la industria agroalimentaria para que nos sirva de validación de cara al consumidor y de cara a las administraciones y así demostrar que nuestras etiquetas son útiles y funcionan. No sabemos cuándo se podrán ver las etiquetas en los supermercados, pero esperemos que sea pronto.

 

 

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Julia Pérez Lozano

Licenciada en Ciencias de la Información por la UCM. Especialista en gastronomía. Autora de numerosos libros y guías. Trabaja con lo que más le gusta: las palabras y los alimentos.

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