A mediados de 1950 revolucionó la cocina de Estados Unidos con su recetario francés. ¿Cuales fueron las claves del éxito de las recetas de Julia Child? Sencillez y claridad. Fue capaz de adaptar la terminología culinaria gala al lenguaje del norteamericano medio y la cocina francesa la despensa de su país. Así de inteligente fue esta mujer que se convirtió en la primera celebrity chef de la historia.
Texto: ROSA LLOPIS (TRADUCTORA ESPECIALIZADA EN GASTRONOMÍA)
«Ce n’est pas français!» escribía indignada Simone Beck al lado de alguna adaptación que su compañera estadounidense, Julia Child, había hecho en una de sus recetas. «Ce n’est pas français!» escribía de nuevo ante unas chalotas sustituidas por cebolla dulce, más fácil de encontrar en los Estados Unidos de los años cincuenta.
Julia recibía de vuelta el manuscrito revisado por su compañera y leía con exasperación los rechazos a sus cambios, marcados en rojo, porque aquello no era francés. Así anduvieron Julia Child y Simone Beck durante largos años para crear al alimón lo que hoy en día se considera una obra esencial en el mundo culinario: El arte de la cocina francesa.
¿Realmente esos cambios hacían que la receta fuera menos francesa? Es posible, ya que técnicamente no se elaboraba así. ¿Se podía considerar entonces un error? Viendo el éxito que tuvo la obra es fácil responder que no, pero ¿por qué? Analicemos un poco el contexto.
Por aquel entonces, en Estados Unidos se vendían otros libros de cocina como The joy of cooking, que eran todo un éxito, pero se trataba de obras escritas por autores estadounidenses con recetas e ingredientes estadounidenses. En cambio, los libros traducidos o que versaban sobre culturas gastronómicas extranjeras tenían un éxito relativo. Muchos alcanzaron un buen volumen de ventas, pero no supusieron revolución alguna, y tampoco consiguieron que sus lectores se lanzaran a cocinar como locos.
¿Por qué? Porque no resultaban prácticos a la hora de elaborar una receta, ya que había ingredientes que no podían encontrarse en el supermercado o porque pedían cortes de carne de los que ni el carnicero más experimentado había oído hablar. Por muy fácil que fuera seguir la receta o por muchas ilustraciones que la acompañaran, todas persistían en el mismo error: no se habían adaptado a la cultura destinataria ni a la realidad de sus lectores.
Julia Child era consciente de que de nada servía escribir un libro con mil fundamentos y explicaciones minuciosas para preparar, por ejemplo, sole à la normande, si en Estados Unidos no era posible encontrar lenguado. En su lugar, ella prefería usar el término «filetes de pescado» o aclarar que se podía sustituir el lenguado por la platija, un pescado fácil de encontrar y similar al de la receta original.
Sus adaptaciones minuciosas quizás se podían considerar como una aberración desde la perspectiva culinaria de Francia como la de Simone Beck, pero, tal y como se pudo comprobar, acercaron a todos los hogares de Estados Unidos una cocina que a la mayoría se les antojaba compleja y demasiado sofisticada.
Por lo tanto, retomando la pregunta de antes: ¿fue un error adaptar esas recetas francesas? La respuesta sería que no, al contrario, fue todo un acierto. Solo hay que ver a cuántos idiomas se ha traducido el libro, cuántas ediciones y reimpresiones se han hecho y cuántas ventas acumula. El objetivo de la obra era enseñar los fundamentos de la cocina francesa y ponerlos en práctica usando sus recetas, y lo consiguió con creces.
Hoy en día hay una generación a la que le intimida la cocina. Se trata de adultos que, a diferencia de generaciones anteriores, no han compartido largas horas en la cocina con madres, abuelas, tías… No han vivido la transmisión natural del conocimiento culinario directamente de sus mayores.
Son hijos de una época en la que, por un lado, ambos padres trabajaban fuera de casa y, por otro, ellos mismos pasaban también la mayor parte del tiempo fuera: en el colegio, en actividades extraescolares y jugando en la calle. En pocas palabras: son hijos de una época en la que no había tiempo para regalarse en la cocina ni, mucho menos, acercarse a ella de forma natural como antaño.
Por suerte, hoy es posible recurrir a otras fuentes además de los libros de cocina: blogs, videotutoriales y programas de televisión. Aun así, muchos siguen sin atreverse a cocinar o frustrándose cada vez que lo intentan. ¿Qué está fallando entonces?
Posiblemente, necesitan alguien como Julia Child. Ella tuvo muy presente en El arte de la cocina francesa a aquellos que parten de cero, que no saben qué utensilios necesitan, o no entienden la diferencia entre una brunoise y una mirepoix, pero sí entienden cuando se les indica que hay que cortar la cebolla en dados grandes o pequeños con un cuchillo grande de hoja ancha.
Julia Child enseñó a cocinar a medio mundo, porque hizo las recetas accesibles para todos. Gran parte de su éxito se debió a que fue capaz de entender que una receta repleta de ingredientes, cortes y conceptos desconocidos e inaccesibles es tan poco práctica como una traducción literal y sin sentido. Entendió que, por encima de toda la parafernalia que muchas veces rodea a las grandes cocinas, está la adquisición de nociones básicas y la adaptación a la realidad de los hogares.
«Ce n’est pas français!»… sí, quizá no sería tan francés, pero, por primera vez, la cocina francesa entró por la puerta grande en los hogares de muchos estadounidenses.
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