Si bien para buena parte de los españoles –especialmente, para los lectores de los periódicos con páginas de color salmón– Alfonso Cortina, que falleció esta misma mañana, a los 76 años, víctima del COVID-19 en el Hospital de Toledo, fue uno de los grandes protagonistas del quehacer económico de este país en las últimas tres décadas, para los amantes del vino, el empresario que llegó a presidir Repsol entre 1996 y 2004, fue también un audaz emprendedor vinícola.
Porque hay que reconocerle a Cortina la valentía de lanzarse a la aventura de plantar cepas allí donde nunca las hubo: en Retuerta de Bullaque, en las alturas de los Montes de Toledo.
«Aquella apuesta no fue un capricho», reconocía el propio Alfonso Cortina a este escriba en una visita al Pago de Vallegarcía en el año 2017. El empresario, que había adquirido en 1993 la finca –de 1.500 hectáreas–, barajó la producción de aceite de oliva para buscar su rentabilidad, aunque finalmente se inclinó por el vino «como gran amante que soy de esta bebida».
La cava privada del empresario –una de las mejor surtidas de este país–, con más de 2.500 referencias y numerosas gemas líquidas catalogadas, podrían justificar aquella decisión, pero la ausencia de pedigrí vinícola en aquel rincón de La Mancha también entrañaba una importante dosis de riesgo. «Era la primera vez en la historia que se trabajaba el viñedo en este lugar», argumentaba Cortina.
En cualquier caso, aún cuando el lugar no poseía antecedentes vinícolas, su potencial podía intuirse: la altitud –por encima de los 900 metros sobre el nivel del mar–, el riguroso clima, con grandes contrastes térmicos entre día y noche y escasas lluvias, y la composición de los suelos –la finca se asienta en una «raña», formación sedimentaria típica de los Montes de Toledo, con predominio de materiales como cuarcita, arena y pizarra, invitaban a suponer que este singular pago, además de ser un paraíso cinegético de gran valor ecológico –como el resto de las fincas del entorno– también podía convertirse en cuna de grandes vinos.
Tras el estudio del terreno y la consulta con expertos como el australiano Richard Smart –máxima autoridad mundial en la materia–, Cortina se animó por fin a iniciar la plantación de las vides.
Su gran acierto fue, entonces, la elección de las variedades: entre las uvas escogidas –todas ellas de origen francés– se encontraba la blanca viognier, originaria del valle del Ródano, hasta prácticamente inédita en España. Aunque no faltaron los escépticos que entendieron la elección de esta variedad como una excentricidad, al fin y al cabo esta apuesta resultó un acierto, ya que desde que llegaron al mercado los primeros vinos de la bodega, Vallegarcía Viognier se convirtió en la bandera del proyecto: este blanco exótico, untuoso y complejo fue un as ganador.
Luego llegarían otros vinos y reconocimientos, pero en esa visita al Pago de Vallegarcía, el propio Alfonso Cortina reconocía «Debo agradecer a mi amigo Carlos Falcó por haberme sugerido plantar esta uva, entre otros buenos consejos».
En apenas unos días, maldita sea, el coronavirus se ha llevado a los dos, amigos ambos, empresarios del vino y buenos bebedores. Que el dios Baco les guarde en gracia. Y el otro, también.
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