Hoteles gourmet: La Mamounia (Marrakech)

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Un oasis en medio de una ciudad, Marrakech, que agobia y excita al mismo tiempo. Cuando traspasas la puerta, lo que queda atrás se olvida fácil: el polvo, el bullicio, las muchedumbres. En el interior hace fresco, huele a cedro, naranja y dátil.  Te reciben con una sonrisa y leche de almendras. La Mamounia es uno de esos hoteles legendarios en los que los viajeros sueñan con alojarse una vez en la vida. Los turistas se conforman con hacerse un selfi en la puerta, como si eso significara algo.

 

 

Hacia donde conducen los caminos del lujo

En La Mamounia la belleza habita en cada rincón, aunque a veces cuesta un tiempo darse cuenta. Los occidentales, tan asépticos y minimalistas, ya no estamos acostumbrados al derroche, a la opulencia, a esa forma de agasajar sin límite que aún conservan árabes y bereberes, a esa fastuosidad con que se recibe en el desierto. Tal vez por eso,  La Gran Dama -sobrenombre con que en Marruecos se conoce a La Mamounia- es la anfitriona perfecta.

 

Distintos espacios del hotel y los jardines

 

Este precioso rincón de la Medina, cerca del zoco pero suficientemente alejado, fue un regalo de bodas. Un vergel de varias hectáreas con el que el sultán alauí  Sidi Mohamed Ben Abdallah obsequió a su hijo el príncipe Al Mamoun por sus esponsales a finales del siglo XVIII. En 1923, la Compagnie des Chemins de Fer de Maroc -propiedad del rey de Marruecos- decidió construir un hotel en el enclave. Una nueva línea ferroviaria uniría Casa Blanca y Marrakech: los viajeros europeos no tardarían en llegar.

 

Leyendas, anécdotas y personajes famosos

Henri Prost y Antoine Marchisio, arquitectos de moda en el París de la época, dirigieron la construcción de un inmueble de influencia art déco con 50 habitaciones en una planta. Jacques Majorelle se hizo cargo de la decoración.  El resultado fue un edificio de enorme belleza al que no tardaron en acudir personajes famosos de todo el mundo para disfrutar del exotismo marroquí. Sir Winston Churchil escribió en una carta a Franklin Delano Roosvelt:  “Tienes que venir: este es el lugar más bello del mundo”.

 

Lámpara del centenario en el vestíbulo principal de La Mamounia

 

Un siglo y varias reformas después, el hotel dispone de 135 habitaciones, 65 suites, 6 suites de excepción y 3 riads tradicionales con hamman y piscina privada. Un conjunto extraordinario rodeado de hermosos jardines con palmeras, olivos centenarios, naranjos, acequias y fuentes que nos recuerdan a cada paso donde estamos. De la última remodelación para celebrar el centenario en 2023 han quedado entre otras cosas la espectacular lampara del hall de entrada bautizada como “la Joya de la Gran Dama” diseño del estudio Jouin Manku. Inspirada en la joyería tradicional, llamada “tamazight”, es un gran collar bereber suspendido en el aire. Un magnífico trabajo hecho en cristal que deja a todos boquiabiertos cuando entran en la enorme recepción.

También el Bar Majorelle y el Salón de Honor, han sido reformados. Este último rinde homenaje a todos los huéspedes que han forjado la leyenda. En sus paredes  las dedicatorias de Charlie Chaplin, Omar Sharif, Charles Aznavour, Marcello Mastroianni, Catherine Deneuve, Alain Delon, Martin Scorsese, Kate Winslet o Francis Ford Coppola, entre otros. También el general De Gaulle, los Rolling Stones o la pareja Pit-Jolie se han alojado aquí.

 

Dulces franceses; panes, ensaladas y tagines marroquís

La apuesta por la gastronomía siempre fue una de las señas de identidad de La Mamounia, pero ahora, si cabe, más. Pocos hoteles en el mundo pueden presumir de ofrecer a sus huéspedes dulces preparados por el mejor pastelero del mundo: Pierre Hermè. A su cargo está toda la oferta golosa del hotel, salvo la tradicional marroquí. Sus sofisticados pasteles pueden saborearse en el salón de té y en la agradabilísima terraza Le Meneth. No hay que marcharse sin probar los macaron y el famoso hispahan, combinación de lichis, rosas y frambuesas que se aplica diferentes dulces.  Acompañados del adictivo té moruno (te negro con hierba buena y azúcar) que se sierve muy caliente. En los bufés del Pabellón de la Piscina también se pueden saborear sus creaciones, una verdadera tentación para los golosos.

 

1.- Terraza Le Meneth. 2.- Sandwich. 3.- Ispahan de Pierre Hermè

De la cocina contemporánea occidental se encarga el equipo de Jean George Vongerichten, cocinero francés de renombre mundial. En  L’Asiatique ofrecen especialidades de cocina oriental  y en  L’Italien hacen lo propio con la pasta y las pizzas.

Pero lo más interesante, por auténtico y especial, se esconde en Le Marrocaine, el restaurante dedicado a la cocina tradicional de Marruecos.  También en el bufé que cada día se ofrece en el Pabellón de la Piscina, un homenaje al Pabellón de La Menara, donde se concentran la mayoría de los huéspedes a la hora del desayuno y el almuenrzo. Bajo la dirección del chef Rachid Agouray, sous- chef del hotel y especialista en la cocina de su país, la cocina popular marroquí se convierte en un delicioso descubrimiento para el viajero gourmet. En sus platos puede seguirse el rastro de las dada, cocineras marroquíes cuyas recetas pasan de madres a hijas de forma verbal sin dejar rastros escritos.

1.- Mesa en Le Marrocaine. 2.- Patio de Le Marrocaine. 3.- Dátiles y pestiños. 4.-Tagine de pollo. 5.- Chef Rachid Agouray

 

Comino, cilantro y agua de azahar

La cultura culinaria bereber impregna los suculentos guisos y las ensaladas de hortalizas tan populares en Marruecos. En ellas se siente no solo el alma del Magreb, sino también las huellas moriscas y sefardíes, una ilusión de lo que pudo ser la cocina de Al-Andalus a través de un cromático y sabroso surtido de verduras y legumbres tratadas con cominos, cilantro, canela y ajonjolí, además de azafrán y agua de azahar.

Es sorprendente su forma de tratar el cordero, en ocasiones asados en hornos bajo tierra; su manera de utilizar los cítricos y las aceitunas, ingredientes que nos son muy cercanos, pero que apenas aparecen en la cocina española; o su maestría para elaborar masas sin levadura que tras pasar por el horno o la sartén se convierten en panes suculentos. En platos como la tradicional pastela o bastela pervive la convivencia de lo dulce y lo salado. Mientras que en los tajines de pollo, de cordero o de pescado subyace una forma antigua de acercarse a los alimentos. Un muestrario de sabores que nos resultan familiares pero siempre con un punto exótico que nos atrapa.

Cenar en Le Marrocaine, a la caída del sol, mientras los almuecines llaman a la oración, tras un paseo por los jardines, arropados por el arrullo de las fuentes, es sumergirse en una atmósfera de calma y aromas embriagadores que te transportan a otra época.  Dicen que lo que pasa en La Mamounia se queda en La Mamounia, pero las imágenes, los sabores y los olores, los llevamos para siempre con nosotros: son el botín del viaje.

Julia Pérez Lozano

Licenciada en Ciencias de la Información por la UCM. Especialista en gastronomía. Autora de numerosos libros y guías. Trabaja con lo que más le gusta: las palabras y los alimentos.

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