No es la primera vez que aludo a mis reiteradas frustraciones con los rutinarios desayunos de hotel. Un trámite matutino, casi siempre decepcionante, al que me he ido habituando con resignación espartana. Tengo asumido que encontrar alguna propuesta que se desmarque de los aburridos bufés atiborrados de productos mediocres es una utopía que se aproxima a un mundo imaginario. Aun así, de vez en cuando surgen ocasiones que transforman lo cotidiano en extraordinario. Hacía tiempo que no me entusiasmaba como con el desayuno del hotel Eunice en el casco histórico de Salamanca. Algo diferente, calificable de desayuno de autor o como queramos llamarlo. Y ello a pesar de que el establecimiento, que alberga 14 habitaciones, modelo hostelero que los aficionados a repartir etiquetas denominan hoteles-boutique, lleva abierto poco más de dos meses.
Acabábamos de tomar acomodo cuando la jefa de sala, Silvia Gaspar, nos resumió la propuesta de la casa con sucintas explicaciones. «Nuestro desayuno es un símil de menú degustación. Comprende tres estaciones y requiere un tiempo aproximado de hora y media para disfrutarlo. Comenzamos con el Mundo Líquido: cafés de diferentes orígenes; tés e infusiones; limonada; un zumo de temporada que hoy es de naranja, y una copa de cava. En la segunda etapa brindamos la opción de escoger entre lo salado y lo dulce. Nuestro Mundo Salado incluye pan de molde, chacinas ibéricas, pastas untables (paté ibérico y sobrasada con farinato), y tomates confitados con hierbas aromáticas. La segunda alternativa, que denominamos Mundo Dulce, incorpora fruta cortada, bollo maimón con crema de leche, bamba rellena de chantilly, pan de molde y de cereales tostados, además de yogur griego, mermeladas, compotas y dos mantequillas. Todo elaborado a diario por nuestra repostera. Dos propuestas paralelas que confluyen en un final idéntico, una tortilla abierta elaborada al momento con ingredientes de temporada”.
Si algo singulariza el desayuno de Eunice es que en su totalidad se elabora a la vista para pocos comensales, no más de los que son capaces de ocupar las 7 mesas de su recoleto comedor junto al vestíbulo de entrada. Al fondo, detrás de una cocina económica impecablemente restaurada, cuatro profesionales ofician a pocos metros de los clientes que observan sus evoluciones. No se trata de uno de los desgastados show cooking al uso repletos de explicaciones rutinarias. En absoluto. La cocina preside un recogido escenario frente a los comensales que ocupan un patio de butacas imaginario. Entre los actores de la representación el jefe de cocina, Alejandro Alfageme y su ayudante Alejandro Obono. A su lado la pastelera Dana Bozikovic y por supuesto José Manuel Pascua, cocinero jefe, propietario del hotel e ideólogo del desayuno. Y al lado de ellos, la cortadora de jamón María Isabel Roco, que monta platos de ibérico de bellota al momento de la firma La Hoja del Carrasco. Y ocasionalmente también papada de ibérico en lascas finas que se colocan sobre un huevo a baja temperatura, por lo general un extra fuera del programa.
Solicitamos las dos opciones, dulce y salado, y alternamos todas y cada una de las propuestas. El zumo de naranja recién exprimido era excelente. No menos agradable que las frutas recién cortadas, de sabores marcados, algo bastante infrecuente: kiwis, piña, papaya, cerezas, fresa y maracuyá. Mediada la degustación, Dana, joven pastelera, se acercó a nuestra mesa para detallarnos algunas de sus preparaciones. “En la mesa tienen una tartaleta de peras caramelizada con crema de queso y almendras tostadas; una bamba de nata y un bizcocho borracho de toques anisados, con limón y naranja. Y aparte, pan de cereales acompañado de diferentes mermeladas que hemos elaborado en casa, en este caso de frambuesa ácida y de mandarina con tomillo, además de miel de la Sierra de Béjar. Por último, crema de yogur y granola con una mantequilla un punto salada”.
Entre semejante despliegue me desconcertó la ausencia total de bollería. No pude evitar echar en falta una pieza como el cruasán uno de los iconos de mis desayunos favoritos. Un vacío intencionado que la casa compensa con su surtido de panes del obrador La Tahona de Salamanca y las piezas de repostería de Dana que inciden en algunos de los dulces típicos de la ciudad, como el bollo Maimón y la bamba de nata.
Había transcurrido una hora larga desde el comienzo de la degustación cuando José Manuel Pascua comenzó la elaboración de su tortilla abierta o vaga en terminología del gran cocinero Sacha. Más bien un revuelto de tres huevos en el que fuera de la sartén fue superponiendo primero un ingrediente frío, el tomate rallado, y después las hortalizas templadas, guisantes de las huertas del Tormes, hongos portobellos, espárragos blancos y judías verdes. Magnífica.
¿Este desayuno solo está al alcance de los clientes alojados en el hotel Eunice?, pregunté antes de despedirme. “No, en absoluto”, me respondieron. “Previa reserva y siempre que dispongamos de espacio pueden disfrutarlo también clientes externos con un coste de 44 euros”.
Por una vez en bastante tiempo había disfrutado de un desayuno de hotel que superaba por completo mis expectativas.
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