Juan Luis Pérez de Eulate es uno de esos personajes que hacen del vino un mundo tan especial. Propietario de la Vinoteca Balear –tienda especializada de referencia en Mallorca–, hace veinte años tuvo la bendita idea de crear La magia del bodeguero, un encuentro en el que los enómanos afincados en las Baleares –y también los que están de paso por las islas– pudieran tener un vis a vis, copa en mano, con algunos de los mejores bodegueros de España (que, no por casualidad, son representados comercialmente en estas islas por el propio Eulate).
El encuentro, que desde entonces se celebró puntualmente cada dos años, fue creciendo y ganando fama y adeptos hasta que su ideólogo se vio desbordado. Así es como, desde 2013, el grupo hotelero Iberostar tomó el relevo en la organización de La magia del bodeguero, siempre con Eulate como asesor y alma mater.
Por lo visto, el cambio de testigo ha resultado un acierto: Iberostar no sólo conserva intacto el espíritu de la gran fiesta del vino que acontece en las islas, sino que ha decidido repetir el sarao con mayor frecuencia. Así es como, desde el año pasado, La magia del bodeguero se ha convertido en una cita anual.
El último conciliábulo enomaníaco mallorquín tuvo lugar el pasado viernes 5 de junio, en salones, jardines y chill out adyacente de Son Antem, lujoso resort de la cadena hostelera en la localidad de Llucmajor. En honor a la verdad, las cinco horas programadas para el encuentro resultaron insuficientes para recorrer con la nariz y el paladar las mesas en las que un centenar largo de bodegas ofrecían lo mejor de su producción para cata y disfrute.
Aunque las había de otros países, contando tan sólo las españoles la selección fue de auténtico lujo. No faltaron unas cuantas de la elite de la viticultura vernácula, como Vega Sicilia, Pingus, Contador o los hermanos Palacios (Álvaro, con sus vinos de Priorat y Bierzo; Rafael, con sus cada vez más excelsos blancos de Valdeorras). Con perdón de estas estrellas, que son y serán siempre un valor seguro, a este servidor le resultó aún más gratificante catar vinos de bodegas menos célebres, en las que el compromiso con la calidad es tan serio como la búsqueda de la singularidad.
Es el caso de Bertrand Soudrais, que ha parido en el remoto viñedo soriano un rosado llamado a hacer historia: Le Rosé 2014. En su segunda añada, apunta modos de un grand cru. También descolló Germán Blanco, en sus dos proyectos: la larga serie de tintos de Quinta Milú (D.O. Ribera del Duero) y sus flamantes, excéntricos y sin embargo auténticos "vinos de pueblo" bercianos, Poula y La Galapana. Y el raro Descarte 2012 (D.O. Toro) que marca un nuevo rumbo para la experimentada bodega Elías Mora. Diferentes, también, resultan los vinos de El Grillo y La Luna en el contexto del Somontano (especialmente, el fresco tinto Cri Cri Cri). Y enamora la fresca naturalidad (sin sulfitos, claro) de Château Paquita 2014, sencillo vino de la Tierra de Mallorca…
Y no abundo en otras marcas porque con estas el lector curioso ya tendrá bastante trabajo para rastrear las calles en busca de alguna de estas botellas. Que el dios Baco le ayude. Si las encuentra tendrá el placer asegurado.
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