La transformación del vino español no tiene vuelta atrás. Los viticultores y enólogos de nueva generación han conseguido revolucionar este sector apostando por la calidad y los vinos auténticos, que reflejan fielmente la identidad de cada territorio. Innovando, pero también volviendo la mirada a la tradición mejor entendida, recuperando técnicas y variedades de antaño, que estaban ya prácticamente olvidadas.
Willy Pérez y Ramiro Ibáñez en Cádiz, Verónica Ortega y Nacho Álvarez en Bierzo, Dani Jiménez-Landi y Fernando García en la Sierra de Gredos, Fernando Mora en Aragón y Elías López Montero en Castilla-La Mancha- Estos son algunos de los viticultores de nuevo cuño que están dejando su impronta en la transformación del escenario vinícola en sus comarcas respectivas. Aunque no son lo únicos –hay otros que tienen la misma influencia en otras regiones–, a estos viticultores dedicamos esta publicación.
Figuras destacadas en la última hornada de viticultores gaditanos que están revolucionando la escena de los vinos de su región. A través de una perspectiva que pone en valor la esencia del terroir y las parcelas de más privilegiadas de viñedos que se cultivan en suelos de albariza, Willy y Ramiro han puesto en foco este territorio en términos globales.
Colaborando juntos en diversos proyectos –en las bodegas Luis Pérez, la compañía familiar de Willy, o la antigua y ya difunta De la Riva– ambos aportan una nueva mirada sobre los vinos del marco de Jerez.
Pérez, nacido en Jerez de la Frontera, procede de un linaje familiar con fuertes lazos en la viticultura jerezana. Su bisabuelo y tatarabuelo fueron capataces de González Byass, mientras su padre, Luis, estuvo al frente de la dirección técnica de Domecq, además de ser un catedrático de enología muy reputado. Fiel a esa herencia, Willy se ha propuesto devolver el prestigio a los vinos de la zona. Sacando partido a los pagos históricos de Carrascal, Macharnudo, Balbaína y Añina en finos de breve crianza biológica y gran concentración. Aunque también elabora tintos, blancos y rosados –lógicamente ajenos a la D.O. Jerez, que no admite esas tipologías– de perfil singular, que remiten a los vinos que se producían en Cádiz antes de que los generosos monopolizaran la viticultura de la región.
El sanluqueño Ramiro Ibáñez, por su parte, recogió experiencia en bodegas del mundo tras licenciarse como enólogo y regresó a tu ciudad natal para establecer el proyecto de Cota 45. Allí está abocado a revelar la esencia de los vinos de Sanlúcar de Barrameda, recuperando la tradición vitícola de los mayetos y exprimiendo el carácter de la variedad listán –antecesora de la palomino fino–, el velo en flor y los rasgos propios de su pueblo.
Tras el impulso que otorgaron a los vinos del Bierzo el inquieto Raúl Pérez y el proyecto de la bodega Descendientes de J. Palacios –liderado por Álvaro Palacios y su sobrino Ricardo Pérez–, en esta noble comarca leonesa surgieron recientemente nuevos actores que también están dinamizando la viticultura de la zona.
Entre los más destacados hay que señalar a Verónica Ortega, la joven viticultora de origen gaditano que tuvo la oportunidad de trabajar en bodegas tan relevantes como La Romanée Conti antes de establecerse en 2012 en Valtuille de Abajo, la pequeña villa berciana que concentra la mayor densidad de bodegas por habitante de la comarca: 12 bodegas y apenas 150 vecinos.
Verónica, que pronto sobresalió elaborando tintos y blancos de expresión muy personal a partir de las variedades locales (mencía y godello, principalmente), continúa trabajando en la pequeña bodeguita del centro del pueblo donde empezó, aunque el año pasado extendió su producción inaugurando una nueva bodega en la vecina villa de Carracedelo. «Este espacio me va a permitir desarrollar nuevas vinificaciones y diversificar, aunque tampoco me puedo exceder, porque el mercado no lo permite», reconoce la viticultura, que actualmente produce unas 75.000 botellas anuales. Con una gama de siete referencias, a las que se suman algunos vinos de carácter más experimental, como los pet-nat Gloc –blanco y tinto– que presentó recientemente. «Los vinos del Bierzo viven su mejor momento, y tenemos que aprovecharlo».
En la misma D.O., hay que destacar también la labor que está realizando Nacho Álvarez con su proyecto Pago de los Abuelos, orientando a recuperar las viñas más viejas –algunas más que centenarias– abocadas al olvido en los parajes más montañosos del Bierzo. Salvaguardando este valioso patrimonio vitícola de la región, Álvarez se vale de los principios de la viticultura heroica para elaborar vinos tan notables como los blancos de godello Paraje Teiró y Viñedo Barreiros, el rosado Pago de los Abuelos Viñas Centenarias o el tinto de mencía Viñedo Saturno. Actualmente, este proyecto suma un total de 6 hectáreas de viñedo, distribuidas en 35 parcelas, localizadas en tres zonas: San Pedro de Trones, Puente de Domingo Flórez y San Juan de Paluezas.
Asociados en Comando G, los madrileños Dani Jiménez-Landi y Fernando García han conseguido situar a las garnachas de la Sierra de Gredos en el mapa de los mejores vinos del mundo.
El proyecto de estos dos jóvenes viticultores que empezaron a hacer vinos casi por reflejo contestatario, con un espíritu aventurero que les llevó a localizar auténticas joyas de viñedo viejo en los paisajes lunáticos de la serranía de Madrid y Ávila, nació a partir de la amistad fraguada como compañeros en el master de viticultura de la Universidad Politécnica de Madrid, donde coincidieron en 2005. «Nos juntábamos a beber vinos como La Memé de Gramenon y Château Rayas, tintos frescos del Valle del Ródano, de carácter mineral, y nos preguntábamos porqué no se podía hacer algo así aquí en Gredos, ¡si al fin y al cabo eran vinos de garnacha!», rememora García.
Andando y desandando el monte y preguntando a los viticultores más veteranos de la zona, en 2009 Jiménez-Landi y García llegaron a un viñedo perdido en el Alto Alberche (Ávila), en el que las viñas asoman entre colosales rocas de granito. Impresionados por la belleza desnuda del paisaje, los mentores de Comando G se empecinaron en elaborar un vino a partir de esas viñas. Aunque el antiguo propietario de la parcela intentó persuadirlos de esa idea: «¡Ni se os ocurra! Esa viña tiene orientación Norte y tarda mucho en madurar». Rumbo al Norte, el tinto que obtuvieron a partir de esa parcela, de apenas 0,3 hectáreas, acabaría haciendo historia cuando Luis Gutiérrez calificó la añada 2016 con 100 puntos Parker en su informe para The Wine Advocate, la publicación más influyente para los enómanos del mundo. El mismo vino repetiría esa puntuación en las añadas 2018 y 2021.
Aunque el viñedo de Navarrevisca no es el único de los tesoros que descubrió el tándem Landi-García en las alturas de Gredos. En el valle del Tiétar –más cerca del pueblo donde Comando G estableció su bodega–, los viticultores localizaron la parcela Las Umbrías, de media hectárea, sobre suelos graníticos. Más tarde llegarían La Tumba del Rey Moro, con 0,7 ha de viñedo en el valle del Alberche (Ávila), y otro de apenas 0,3 ha, en La Breña, este sobre suelo pizarroso, que marca un fuerte contraste. Luego hubo más.
Hoy, los que se han convertido en principales valedores de las garnachas de Gredos suman cerca de 15 hectáreas de viñedo, principalmente entre Las Rozas de Puerto Real y Cadalso de los Vidrios, asentando su bodega en este último pueblo.
La tardía vocación que ha llevado a Fernando Mora a consagrarse al vino no le ha impedido convertirse en una figura destacada del sector. Uno de los primeros españoles en ingresar en el eminente club de los Master of Wine y también como artífice de Frontonio, la bodega situada en Valdejalón, que firma algunos de los vinos más sobresalientes de Aragón.
Ingeniero eólico de formación, Mora se lanzó a su aventura como bodeguero y viticultor en 2013. Con el fin de recuperar viejos viñedos de garnacha –entre otras variedades– en Campo de Borja, comarca aragonesa con escasa estructura productiva. Dos años más tarde emprendió un nuevo proyecto, Cuevas de Arom. Diplomado como formador vinícola (Wine & Spirit Education Trust), tiene un espíritu inquieto y apasionado que le lleva a compartir su labor como viticultor con otras actividades, como asesor enológico, catador y ponente en congresos y otros foros vinícolas. El Jardín de las Iguales, blanco y tinto , es una de sus cuvées más sobresalientes. En una gama donde brillan también los vinos «esdrújulos» de Frontonio (Microcósmico, Telescópico, Supersónico, Psicodélico…), todos ellos de calidad notable y singular personalidad.
Uno de los jóvenes viticultores más relevantes en La Mancha –donde se cultiva la mayor extensión de viñedo del mundo. López Montero procede de una familia ligada al cultivo de la vid y, sobre todo, a la destilación. Verum, la bodega familiar, se asienta en Tomelloso y cuenta con un valioso patrimonio de viñas viejas al que Elías ha sabido sacar el mejor partido. Poniendo en valor la denostada variedad airén en blancos sorprendentes, así como a otras uvas más minoritarias, como la tinto velasco o la moravia agria. Algunos de sus mejores vinos integran la colección Ulterior, todo un referente de la nueva viticultura manchego. Aunque la curiosidad y el ánimo aventurero también ha llevado a Elías López Montero a elaborar en los remotos viñedos de la Patagonia argentina.
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