Sobre esta fruta deliciosa pesan demasiadas leyendas urbanas. Hoy analizamos el melón, verdades y mentiras que se cuentan sobre él. Por más que me gusten los refranes y los dichos populares, no puedo dejar de reconocer que el refranero español tiene algunas perlas que ponen los pelos de punta. Con una de estas joyas me he topado mientras buscaba documentación para este artículo. Dice así: “Es tan difícil digerir un buen melón como una buena esposa”.
Dejando al margen eso de la buena esposa, este dicho rescata la idea de que esta fruta es indigesta, en la misma línea de ese otro refrán que nos advierte aquello de que el melón “por la mañana es oro, por la tarde plata y por la noche mata”. Pues no. “El melón es un alimento perfecto para tomar en cualquier momento”, leemos en la I Guía de los Bulos en Alimentación, editada por Salud sin Bulos. Todo lo más, continúa la guía, debemos tener en cuenta que “su componente principal es el agua, por lo que si tomas una gran cantidad en la cena, puede que te tengas que levantar al baño en mitad de la noche”. Pero no por un entripado, vamos.
Antes de que se nos acabe septiembre, probablemente el mejor mes del año para disfrutar del melón español, repasemos sus propiedades nutricionales, que son muchas y que, junto a su delicado sabor, nos animará a incorporarlo a nuestra dieta.
¡Ah! algo que no es mentira es que una variedad de melón japonés, el melón Yubari, está entre los productos de alimentación más caros del mundo.
El de su difícil digestión no es el único bulo que rodea al melón. Muchas de las personas que hicieron dietas de adelgazamiento en los 80 y en los 90 recordarán que era, junto al plátano, los higos o las uvas, una de las frutas prohibidas. Daba la sensación de que, siendo tan dulce -cuando está en sazón- debía de ser una bomba de azúcares engordantes, cuando hoy se sabe que, en realidad, su aporte calórico es escaso. Las tablas difieren en los valores, pero se estima que un kilo de melón no llega a las 400 calorías. Además, su contenido en hidratos de carbono, similar al de la manzana, no es elevado, lo que lo hace indicado para dietas de control de peso y dietas con control de los carbohidratos, como las que siguen las personas con diabetes. Dicho esto, que a nadie se le ocurra plantearse hacer la Dieta del Melón. Ese tipo de atajos son, a la larga, la entrada al laberinto de la obesidad.
Una de las características de la mayoría de las frutas y verduras es su elevado contenido en agua. [Por cierto, al hilo de esto, diremos que, en puridad, el melón es hortaliza y no fruta: pertenece, al igual que el pepino o la calabaza, a la familia de las curcubitáceas]. El melón no es una excepción, y se calcula que es agua en casi en su totalidad. Eso contribuye a que sirva para hidratarnos y ayude a eliminar toxinas. Si leéis que es depurativo, o détox… bueno, estas palabras están demasiado sobadas y no queda claro lo que significan. Pero sí es cierto que el melón favorece la diuresis y, con ello, la eliminación de toxinas por parte del riñón.
El melón está cargado de minerales. Entre ellos, destaca por su riqueza en potasio, lo que lo hace especialmente interesante para el correcto funcionamiento del sistema nervioso; también ayuda en la retención de líquidos, así como en la regulación de la tensión arterial. De manera que, cuando tenemos calambres y nos recomiendan tomar plátanos ‘por el potasio’, mejor todavía será que comamos melón.
Además, el melón es también rico en otros minerales, como el calcio. Eso sí, tengamos en cuenta que este calcio no es tan interesante para nuestro organismo como el que obtenemos de fuentes animales, como el de la leche. La salud ósea, no obstante, se ve beneficiada con el consumo de melón, y no tanto por la cuestión del calcio como por la de su elevado contenido en folatos, vitamina K y magnesio.
No podemos decir que el melón sea la fruta más rica en antioxidantes: los frutos rojos, como arándanos, frambuesas o grosellas le ganan por goleada. Aún así, tiene un elevado contenido en beta-caroteno, que se transforma en vitamina A y tiene una acción beneficiosa para la vista, el cabello, los huesos, el buen funcionamiento de nuestras defensas… Recuerda que, a mayor pigmentación del melón, mayor contenido en beta-carotenos; así, las variedades anaranjadas serán las más adecuadas si buscamos esta propiedad antioxidante. Una propiedad que también contribuye a disminuir el riesgo de patologías cardiovasculares o degenerativas.
Vale, no es verdad que, por el mero hecho de comer melón, vayamos a tener una piel de bebé. Pero sí es cierto que su contenido en vitamina C lo hace interesante para la producción de colágeno, la reparación de los daños causados por la radiación solar y la cicatrización de las heridas. Esta vitamina, además, también está implicada en la formación de los vasos sanguíneos.
Algo hay de eso, pero tampoco para tirar cohetes. Veamos: el melón contiene L-citrulina, un aminoácido que produce arginina; esta arginina es un precursor del óxido nítrico, y éste favorece la dilatación de los vasos sanguíneos y, en consecuencia, también favorece el flujo sanguíneo en el pene. De ahí que se conozca a la L-citrulina como una especie de viagra natural que podría ayudar, en algunos casos, a prevenir la disfunción eréctil. Antes de que corras a agotar la provisión de melones del súper, te diremos que te interesará más comer sandía: es mucho más rica en citrulina.
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