En el corazón del sur de Israel, donde el calor es abrasador, las lluvias son rigurosamente escasas y la tierra parece resistirse a cualquier forma de vida, tiene lugar una de las aventuras vitivinícolas más sorprendentes de tiempos recientes: la producción de vino en el desierto del Negev. Este fenómeno, que combina una tradición milenaria con tecnologías de vanguardia, ha convertido al Negev en una región vitícola que desafía las leyes de la naturaleza y reinventa los conceptos clásicos del terroir.
Bien es cierto que, en la actual coyuntura política, reseñar la actividad vinícola que impulsa el gobierno de Israel pude provocar controversias. Desde Gastroactitud lo hacemos de todos modos, apostando por salvaguardar la integridad del vino, excluyéndola de los vaivenes políticos.
Aunque hoy el Negev aparece en el mapa en gran parte gracias a la innovación agrícola de Israel, su historia vinícola es ancestral. Las excavaciones arqueológicas que han tenido lugar en sitios como Avdat y Shivta han revelado restos de antiguos lagares y sistemas de irrigación que datan del período nabateo y bizantino, entre los siglos I a.C. y VI d.C. Estos pueblos no solo cultivaban uvas en condiciones extremas, sino que también exportaban vino a otras regiones, por rutas comerciales que cruzaban el Imperio Romano.
Exodus 2019, tino de la bodega más productiva en el desierto del Negev: Ramat Negev
Si bien esta larga herencia vitivinícola quedó sepultada durante siglos, en tiempos recientes, científicos, enólogos y agricultores israelíes decidieron reescribir su historia. Inspirados por el pasado y motivados por el potencial del futuro, comenzaron a experimentar con variedades de uvas y técnicas de cultivo adaptadas al clima extremo del desierto.
La revolución de los vinos del Negev comenzó en la década de 1980, cuando investigadores del Instituto Jacob Blaustein para la Investigación del Desierto, de la Universidad Ben-Gurión, empezaron a estudiar los métodos para lograr el desarrollo de la agricultura en condiciones de extrema aridez.
Gracias al empleo del riego por goteo –tecnología israelí pionera–, sensores de humedad y estaciones meteorológicas inteligentes, los viticultores pueden controlar con precisión el suministro de agua y nutrientes a las vides, permitiendo una eficiencia sin precedentes.
Además, la combinación de días extremadamente soleados y noches frescas es idónea para la adaptación del cultivo de ciertas variedades de uva, que en estas condiciones desarrollan un adecuado nivel de azúcar y una acidez equilibrada. Este contraste térmico mejora la complejidad aromática y la concentración de los vinos. Algunas de las variedades más comunes en el Negev son cabernet sauvignon, syrah, merlot y chardonnay, aunque también se están reintroduciendo cepas autóctonas olvidadas durante siglos.
Así lo han confirmado los viticultores israelíes que participaron de la primera presentación internacional de los vinos del desierto de Negev, que tuvo lugar recientemente en Madrid. «Estamos que la variedad malbec es una de las tintas que mejor se adaptan al rigor de nuestro clima, así como la chenin entre las uvas blancas», afirma Yehuda Friedman, uno de los viticultores que integraron esta avanzadilla de los vinos del Negev.
Yehuda Friedman, viticultor en Negev
En este entorno extremo, donde las lluvias no superan los 200 mm anuales, cada gota de agua cuenta. La viticultura del Negev no solo es un ejercicio de precisión, sino también un modelo global de sostenibilidad. El uso de aguas recicladas y tecnologías de conservación convierte a esta región en un laboratorio vivo para el futuro del vino en un mundo cada vez más afectado por el cambio climático.
Actualmente, son 33 las bodegas que están desarrollando la viticultura en el desierto del Negev, muchas de ellas de carácter boutique y familiar. Una de las más emblemáticas es Moa, fundada en 1984 por Yehuda y Tzvia Friedman. Esta bodega elabora uno de los vinos más notables de la región, de un tinto de malbec añejado en ánforas de barro.
También trabaja con esta uva tinta –emblema del vino argentino– la bodega Pinto, consiguiendo otro de los vinos más notables de esta emergente región de Israel: Holot, que en la añada 2022 exhibe nervio, carácter florar una exuberante expresión de fruta fresca.
También hay buenos rosados en esta zona, como demuestra Desert Tear 2023, de la bodega Carmei Mevorach, que integra un ensamblaje muy original de variedades: zinfandel, cabernet franc y barbera.
Y en esta región se producen incluso vinos fortificados, al estilo de Oporto, como es el caso de Desert Dessert, suerte de tawny que firma el viticultor Eyad Izrael.
Desert Dessert, vino del Negev al estilo de Oporto
Carmey Avdat, una pequeña bodega situada sobre las ruinas de una antigua granja nabatea, propone una experiencia que va más allá del paladar: los visitantes pueden caminar entre viñedos desérticos, alojarse en cabañas ecológicas y degustar vinos producidos con métodos tradicionales, inspirados en métodos antiguos.
Otras bodegas, como Nana, en Mitzpe Ramon, apuestan por un enfoque minimalista y natural. Sus vinos reflejan el carácter mineral del suelo desértico, con una pureza que recuerda la esencia misma del Negev. Nana es también un centro de experimentación en la reintroducción de variedades ancestrales adaptadas al clima local.
Holot 2022 de la bodega Pinto, uno de los vinos más interesantes de esta región de Israel
En esta región de Israel, la relación entre vino y cultura es esencial, íntima y profunda. El Negev reconecta con la dimensión sagrada del vino, una bebida que aparece en numerosos pasajes bíblicos, se utiliza en rituales religiosos y forma parte de la identidad nacional. De allí que el impulso que se está dando a los vinos del desierto en este país no solo está enfocado en producir botellas excepcionales, sino también en la recuperación de la memoria colectiva, que une la tradición con la innovación.
Considerando esto, no llama la atención que muchos viticultores del Negev hayan apostado por explorar técnicas ancestrales como la fermentación en ánforas de barro, el uso de levaduras indígenas o la viticultura sin intervención química. Al mismo tiempo, el Negev es un terreno fértil para la innovación genética, el cultivo en suelos regenerados y la inteligencia artificial aplicada al campo.
En esta tensión creativa entre la tradición y la modernidad, el desierto del Negev ha encontrado su identidad: vinos que que no buscan imitar a Burdeos ni a Napa, sino expresar su propio origen árido, luminoso y extremo.
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