Una noche de otoño en Nueva York: restaurantes de moda, románticos, con música en vivo, históricos, para comer con palillos. Las posibilidades para cenar son casi infinitas y muy apetecibles. Hay que tener en cuenta que los restaurantes de Nueva York no son baratos, aunque hay presupuestos para todos los bolsillos, y que el horario de cena es muy amplio: desde las 18h hasta las 24h. Es fundamental reservar con cierta antelación, sobre todo si se viaja en fin de semana, para evitar sorpresas, e imprescindible dejar propina (15%-20%) ya que el servicio no suele estar incluido.
Animado restaurante de decoración espectacular en el límite del SoHo. Tiene varios espacios, incluyendo un club nocturno en el sótano. La comida, sin pretensiones, pretende ser divertida y se define como “street food” en un ambiente elegante. Están buenos los baos de brisket, las pizzas y las albóndigas de berenjenas. Uno de sus platos más originales es el steak tartar de Kobe que sirven sobre un pretzel, ese insulso panecillo tan típico de los carritos callejeros de Nueva York. Imprescindible reservar las noches de fin de semana. Aunque se cene allí, entrar en el local nocturno no está garantizado. Queda a discreción de los “agradables” porteros.
En uno de los barrios nocturnos más animados de la ciudad, el Meatpacking District. La comida, una mezcla de cocinas asiáticas, es bastante cara pero tiene un nivel aceptable. Lo mejor son los dim sum y los aperitivos. Es muy popular el pato a la pekinesa (82 dólares para dos). El servicio puede ser muy lento los viernes y sábado por la noche. Para empaparse del ambiente de la noche neoyorquina. Espacio enorme y decoración impresionante. Al igual que Vandal tiene un local nocturno, con acceso por una puerta diferente y en el que no es fácil entrar.
Es necesario consultar el calendario de actuaciones en las webs de los restaurantes para ver los precios y los horarios.
En esta típica barbacoa americana se pueden degustar sabrosos cortes de carne de ternera como el popular brisket. Esta es, sin duda, la mejor opción y se sirve al peso en bandejas de metal. Además tienen costillas, varios cortes de cerdo (el pulled pork merece la pena), pollo y pavo. Las actuaciones musicales de pop y rock son en la planta de abajo, de martes a sábado. Algunas son gratuitas, pero hay que consultar la web para saber si esa noche hay que pagar un “cover”.
En la planta baja del restaurante Blue Smoke se esconde uno de los mejores clubes de jazz de Nueva York, el Jazz Standard. Es necesario reservar y comprar la entrada correspondiente para la actuación. Lo mejor es que se puede cenar durante la misma, ya que en el club sirven algunos platos del restaurante de arriba. El ambiente de jazz es estupendo y también la hamburguesa Blue Smoke. Además están muy buenos los cortes de carne tipo barbacoa, entre los que sobresalen el brisket y las costillas.
También se puede cenar escuchando un fantástico jazz en el famoso Blue Note, en el Village. La cena es muy cara y la calidad de la comida mediocre. Por eso es mejor tomarse una copa en el bar, durante la actuación, después de haber cenado en otro sitio.
El histórico club de Harlem ofrece música en directo casi todas las noches. Los jueves y sábados blues y jazz con un buffet obligatorio, lo que sube el precio. Los viernes hay que comprar entrada para la actuación y se pide a la carta. Los domingos por la mañana ofrecen actuaciones de góspel, que es otra estupenda opción. La comida en general es bastante aceptable, aunque cara. Lo mejor es el ambiente y la calidad de las actuaciones.
Pequeño y encantador restaurante de Tribeca, que lleva casi 20 años sirviendo cocina tradicional italiana. Ambiente tranquilo, luz tenue y mesas de madera lo hacen ideal para una cena de pareja. Lo mejor llega en el plato, con unas estupendas pastas y salsas caseras. Para empezar, pan con aceite de oliva virgen extra en todas las mesas. Exquisitos los espagueti negros con mariscos y salsa ligeramente picante. También son de muy buena calidad las pizzas de masa fina. Ofrecen agradables vinos italianos a precios comedidos, lo que no es habitual en la ciudad.
Bistrot francés con mesas de madera y velitas. Es recomendable reservar los fines de semana, ya que es muy popular. La zona más romántica es la terraza de la planta de arriba, aunque allí no permiten pedir su demandada fondue de quesos. La sopa de cebolla al estilo tradicional es memorable. Siempre tienen alguna otra sopa del día, que suele ser la mejor opción. Tortillas y crepes tienen un importante lugar en la carta. Pero lo mejor son los delicados mejillones, con salsa de vino o picante, que se sirven con patatas fritas aparte. Servicio amable aunque algo despistado.
Se encuentra en una zona residencial muy tranquila del midtown, cerca del edificio de las Naciones Unidas. Es imposible de encontrar a simple vista, ya que no tiene fachada. Se entra a través de un portal y está en la planta de abajo. La decoración es tradicional con cortinas, máscaras y símbolos nipones. Se trata de un restaurante japonés en el que no sirven sushi. La carta y el servicio de sakes son espectaculares. La comida no se queda atrás. Los sashimi son de máxima calidad y las berenjenas con tres tipos de miso un excelente entrante. El sabor potente del calamar marinado con su hígado no es para todos los gustos. El tartar de atún y las albóndigas de pollo teriyaki son apuestas más seguras. Y lo mejor es terminar con alguno de sus estupendos platos de noodles. Excelente servicio que, unido al misterio de la entrada, conseguirá que la cena tenga un ambiente especial. Y si no, el sake hará el resto.
La historia de este asador de carnes se remonta al siglo XIX. Aunque es en el siglo XX, especialmente desde 1984, cuando empieza a ser reconocido como uno de los mejores del mundo. Diversos premios, y una estrella Michelín, hacen que su fama sea mundial. Está ubicado en el barrio de Williamsburg, nada más atravesar el puente desde Manhattan.
Lo que uno encuentra al llegar es un asador informal, con servicio poco amable y precios muy elevados, tanto en los vinos como en la comida. Un steak para dos cuesta más de cien dólares. Todo se compensa cuando llega a la mesa, perfectamente cocinado, al punto que elige el cliente. El corte habitual es el que los americanos llaman T-bone o Porterhouse. En un lado del hueso está el “tenderloin” y en el otro el “sirloin”. Solomillo y lomo alto, tal y como lo llamaríamos nosotros. No hay que pedir más, la ración es más que suficiente, acompañada de patatas fritas o asadas. Para finalizar regalan unas monedas de chocolate con el logo del restaurante y presumiendo de sus más de 125 años de historia.
Su apertura fue en 1884 y está reconocido como el salón más antiguo de la ciudad. Es un edificio pintoresco de ladrillo. En el interior hay muchas fotos antiguas en blanco y negro, entre las que destacan caras famosas de varias épocas. Cuentan que aquí siempre tenía la misma mesa reservada Frank Sinatra. Además, ha sido escenario de muchas películas, como “Días sin huella” de Billy Wilder.
Posteriormente abrieron otro restaurante en la calle 63 con la misma decoración. Los ventanales, las mesas de madera y los manteles de cuadros rojos y blancos lo hacen inconfundible. Woody Allen grabó en este segundo local una escena de Annie Hall, una de sus mejores películas.
El espacio original tiene más encanto e historia. Actualmente es un estupendo restaurante donde aún se respira ese ambiente noctámbulo. Hay un mostrador de mariscos frescos a la entrada, incluyendo ostras y langostas. Pero lo mejor son las hamburguesas, con sabor a parrilla y la carne jugosa. Están especialmente buenas la “Cadillac” y las de carne de wagyu.
Las barras son tendencia, a la gente le encanta comer subida a un taburete, y es que tiene su aquel.
Se trata de la segunda ubicación de Ivan Ramen en Nueva York, después de la que abrió en el Gotham West Market. Ivan había debutado antes con dos locales en Tokyo que le llevaron a la fama. Es uno de los mejores ramen de la ciudad junto a Raku y Momofuku Noodles. Se puede comer en mesa o en la divertida barra. El plato más popular es el Shoyo Tonkotsu Tsukemen, con un delicioso “pork belly” que se deshace en la boca. Sabrosisimos caldos para entrar en calor, cuyas recetas se cuentan en el libro Ivan Ramen (se vende en el restaurante). Camareros muy simpáticos y precios populares. Después se puede seguir la noche en el animado barrio del Lower East Side.
Para sentarse en una de sus mesas es necesario reservar previamente y haber elegido un menú degustación. Las opciones son el normal o el vegetariano, al precio de 78 dólares por persona (bebidas, impuestos y servicio aparte). El maridaje cuesta 60 dólares. La mejor opción es ir entre semana a primera o última hora y así poder sentarse en uno de los ocho preciados taburetes de la barra. Estos sitios no se reservan y son los únicos que permiten pedir un menú corto de 48 dólares. La apuesta por productos locales confiere marcada personalidad a la cocina. Destaca la calidad del pan, que se cobra aparte. La carta de bebidas es corta y se ofrecen cocktails, cervezas artesanales y vinos naturales.
Otra buena opción es ir a cenar al local de al lado, regentado por los mismos dueños. Se llama Wild Air y el ambiente, más informal, es estupendo. Se sirven platos a la carta con buena relación calidad precio.
No hay mesas en este minúsculo local del East Village. Solo se puede cenar en la que es, sin duda, una de las mejores barras de sushi de la ciudad. Es imprescindible reservar para disfrutar del menú degustación del septuagenario chef Ishizuka. Elabora los niguiris con mimo, enfrente de los clientes. Los va sirviendo con la mano, uno a uno, como en un ritual. Las piezas son extraordinarias, desde la de ventresca de atún hasta la de hígado de rape, pasando por las de caballa, salmón escocés braseado o vieira a la plancha. Un espectáculo. El menú básico es de 10 piezas, acabando con una fantástica sopa miso. El precio por persona supera los 100 dólares sin bebida. Y la cuenta se va incrementando si se piden más piezas al chef.
Con dos ubicaciones en la ciudad, una en el West Village y otra en el Upper West Side, presumen de servir los mejores dim sum de La Gran Manzana. Y no les faltan motivos. Han sido premiados en repetidas ocasiones y los dumplings que llegan a la mesa no decepcionan. Ambos locales son informales y el del West Village muy ruidoso. Entre los entrantes destaca el rollito con pastrami al estilo del famoso Katz’s Deli. Los noodles están bien, pero aquí se viene a comer dim sum. Buenísimos los de pato, los de ternera con chantarelas y los vegetales de tres colores. Los que están rellenos de sopa, con cerdo y cangrejo, son excelentes aunque difíciles de comer. Lo más lógico parece hacerlo de un bocado, pero el tamaño es demasiado grande. El camarero explica que es mejor darle un pequeño mordisco y dejar que el caldo caiga en la cuchara. Al gusto, pero imperdibles.
Minúsculo restaurante coreano-japonés especializado en carnes a la parrilla. De primero los típicos aperitivos coreanos con kimchi. Después se puede elegir entre diversos cortes de ternera Angus o Kobe de una excelente calidad. La carne llega cruda a la mesa, donde hay una parrilla para poder hacerla al gusto de cada comensal. También ofrecen deliciosos cortes de casquería (intestinos, estómago, corazón…) que son una delicia para los más atrevidos.
Solo los viernes y sábado, a las doce de la noche y a la una de la madrugada, ofrecen contundentes platos de ramen para los noctámbulos que estén disfrutando del animado barrio del West Village.
Típica barbacoa coreana situada en Koreatown. Básicamente se trata de una calle, bautizada como Korean way, que está llena de restaurantes coreanos. En este caso se trata de un espectacular local de tres pisos con ambientes diferentes. Se puede pedir menú degustación o a la carta. La mejor elección son las carnes que el cliente cocina a su gusto en la mesa. Previamente se sirven, sin pedirlos, un montón de aperitivos. Esto hace que no sea necesario pedir ningún entrante. Por supuesto no falta el popular kimchi, para disfrute de los amantes de este fermentado. El precio es alto, pero se compensa con una experiencia divertida en un sitio diferente.
En Hell´s Kitchen encontramos esta joya de restaurante tailandés. Es uno de los dos locales que tiene en Manhattan el chef David Bank. Incómodo, ruidoso e informal pero con unos sabores que transportan al país del sudeste asiático. Es cierto que en Tailandia no se utilizan demasiado los palillos, pero aquí sí los ofrecen para comer sus estupendos noodles. Tienen una receta casera secreta y son la mejor opción, con sopa o secos. Incluyen el tradicional pad thai y otras muchas variedades, en las que se puede elegir el nivel de picante al gusto. Es recomendable consultar los especiales del día en la pizarra. Los platos salen de la cocina vista y están a un nivel altísimo. Además, los precios son muy baratos.
El primer local que abrió el chef fue Land Thai en Amsterdam Avenue, muy cerca del Museo de Historia Natural. Allí ofrecen un estupendo menú de mediodía, con dos platos, al ridículo precio de 11 dólares.
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