Para entender mejor el funcionamiento de nuestro organismo y la importancia de la alimentación en la salud es fundamental conocer los alimentos prebióticos, qué son, dónde se encuentran y cómo funcionan.
A mediados del siglo XIX, el filósofo alemán Ludwig Feuerbach escribió ‘Somos lo que comemos’. El viejo aforismo, hoy de plena actualidad, está comenzando a replantearse desde la perspectiva de la microbiota (el conjunto de microorganismos que pueblan nuestro intestino). Más allá de ser lo que comemos, somos lo que nuestras bacterias comen o, con más precisión, somos lo que nuestras bacterias hacen con lo que comen. ¿Y qué es lo que comen? Te lo contamos.
En un artículo reciente sobre los probióticos hablábamos de la importancia de la microbiota intestinal. Explicábamos que dentro de nosotros tenemos billones de microorganismos -la mayoría son bacterias, pero también hay virus y hongos-, y que todos ellos coexisten e interactúan en mejor o peor armonía. Hay centenares de especies, y mientras unas son beneficiosas para nuestra salud, otras no lo son tanto. Una microbiota sana es una microbiota diversa y equilibrada, en donde las bacterias ‘buenas’ mantienen a raya a las demás.
Decíamos también que todos esos microorganismos, como seres vivos que son, necesitan comer para vivir. ¿De dónde sacarán su alimento? Lógicamente, lo obtendrán a través de nosotros, de nuestra dieta. Lo que probablemente te resulte más sorprendente es que las distintas cepas bacterianas sienten predilección por diferentes tipos de nutrientes. No les gusta lo mismo a todas.
Se ha comprobado que aquellas bacterias que menos nos interesan, aquellas que queremos mantener a raya, son las que se pirran por los alimentos más adictivos, como los azúcares refinados. Para conseguir que los comamos, utilizan distintas estrategias: primero nos generan sentimientos de apetencia y de placer, y por eso tenemos antojos y caprichos; si intentamos no consumirlos, nos envían señales de ‘necesidad’. “El cuerpo me pide azúcar”, nos decimos. De hecho, a todos nos ha pasado que, si una noche cenamos pizza, a la mañana siguiente el cuerpo ‘nos pide’ pan. Son muy listas las bacterias, sí.
El primer paso para tener una microbiota sana sería, por tanto, intentar eliminar -o, al menos, reducir- esos alimentos que ya sabemos que, por múltiples motivos, no debemos tomar: todo lo que sea refinado, grasas trans, ultraprocesados, alcohol… De esta manera estaremos evitando cebar al enemigo, que prolifere más de la cuenta y, en consecuencia, se pierda el equilibrio de la microbiota.
Bien, una vez que ya sabemos qué comidas son las menos recomendables, pasemos entonces a lo que de verdad nos interesa: ¿qué comen las bacterias beneficiosas? En principio, está claro que la base deberá estar en los alimentos reales, es decir, huevos, pescados, carnes, frutos secos, hortalizas, tubérculos…, en vez de en los ‘productos alimenticios’. Pero, después, estas bacterias tienen también sus preferencias. Entran entonces en juego los llamados prebióticos: la comida favorita de las especies bacterianas más beneficiosas para la salud.
Sí, llevamos años oyendo hablar de las bondades de la fibra. Pero ¿de qué estamos hablando realmente? Para centrar el discurso, lo primero es borrar de la mente esos envases en los que la palabra FIBRA aparece como gran reclamo. Probablemente, cuando te vayas a leer la etiqueta, te encontrarás con una mínima cantidad, y, en cambio, habrá otro tipo de ingredientes poco saludables.
No es la fibra añadida la que nos interesa, sino un tipo de fibra que sea altamente fermentable por nuestras bacterias. Mientras que la fibra poco fermentable pasa prácticamente intacta a través de nuestro intestino y la excretamos tal cual, la altamente fermentable es transformada por los microorganismos. Y, en ese proceso, producen una serie de sustancias que son sumamente interesantes para nuestra salud, sobre todo los ácidos grasos de cadena corta.
El método para conseguir almidón resistente es sumamente sencillo: se trata de enfriarlo en la nevera -no sirve a temperatura ambiente-, mantenerlo así unas 24 horas y después ya lo podemos tomar, tanto frío como caliente. Entre los consejos para el cocinado previo, en el caso de las patatas o los boniatos es preferible que los asemos enteros, al horno y con piel.
Otras fibras interesantes son los fructanos, que los encontramos en cebollas, puerros, alcachofas o espárragos, así como los betaglucanos, presentes en la avena. Ya sabes: ¡a empezar a tomar porridge!
También hemos oído hablar de ellos hasta la saciedad en los últimos años. Su fama obedece a que actúan como antioxidantes, pero es menos conocida otra propiedad de lo más interesante: su interacción con la microbiota intestinal. Se trata de compuestos que no se absorben apenas en el intestino delgado y, por lo tanto, llegan al colon en altas concentraciones. Es entonces cuando modifican la microbiota propiciando la proliferación de las bacterias beneficiosas.
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