¡Ahora o nunca! Los ciudadanos debemos dejar de ser espectadores para ser consumidores conscientes. Nuestras decisiones de compra influyen en cómo se producen los alimentos. 2022 será un año decisivo en lo que cambio climático y retos alimentarios se refiere.
La falta de acuerdos políticos ambiciosos en la cumbre COP26 (Conferencia sobre el Cambio Climático que la ONU organiza de manera anual) celebrada en Glasgow a finales de 2021, deja en manos de los ciudadanos y sus acciones revertir una situación cuyo desenlace se vislumbra fatal para el planeta.
No podemos evitar sentir un poco la sensación de día de la marmota cuando hablamos de lucha por la sostenibilidad. Todos somos conscientes de la amenaza que supone el cambio climático. Desde los gobiernos y administraciones muestran voluntad de cambio, participan en cumbres y mencionan a menudo la “urgencia” del asunto. Sin embargo, en general, suelen quedarse cortos en lo que acciones se refiere, y para muestra, la insatisfacción generalizada post COP26.
Al final, el esfuerzo que deberíamos hacer (todos) es demasiado grande, demasiado caro, demasiado complicado. Y así, ciclo tras ciclo, cumbre tras cumbre, nos acabamos quedando con esa sensación agridulce del “sí pero no”.
Este año, desde GastroActitud os proponemos pasar de ser espectadores a agentes contra el cambio climático-alimentario. ¿Cómo? abordando cinco retos que deberían aparecer en los primeros puestos de cada una de nuestras listas personales.
Podría ser que a estas alturas alguno se pregunte qué tiene que ver el cambio climático con la alimentación. Pues mucho, puesto que la industria alimentaria es una parte importante de la emisión de los gases nocivos: de hecho, el estudio de The Lancet “Alimentos, Planeta y Salud” indica que los sistemas de producción de alimentos provocan aproximadamente entre el 25-30 % de gases de efecto invernadero. Por eso, desde este sector se tiene que hacer el esfuerzo de adaptarse a las nuevas circunstancias para explotar cultivos, ganado, y en definitiva recursos, de la manera más sostenible posible.
A la vista de que los intereses cortoplacistas de los casi 200 países que participaron en la COP26 no permitieron alcanzar objetivos más ambiciosos, hoy más que nunca (y mejor hoy que mañana) debemos empezar a ser nosotros de manera individual los que cambiemos de hábitos que generen el menor impacto al planeta. No esperemos a que haya una ley que nos obligue y que podría llegar demasiado tarde. Reducir proteína animal, envases biodegradables o reciclables, cadenas de suministro sostenibles… Todos sabemos más o menos lo que tenemos que hacer.
Y un poco más allá, “generamos lo que compramos”. Así que vamos a empezar a hacer la compra este año de la manera más sostenible que podamos y vamos a tomar pequeñas decisiones conscientes que obliguen a los grandes fabricantes a tomarse en serio este asunto: proximidad con criterio, envases biodegradables, comida no ultraprocesada, etc. Nosotros compramos, nosotros decidimos.
No es un mantra de vegetarianos ni una moda pasajera: según Greenpeace, el 14,5% de los gases de efecto invernadero del mundo proceden directamente de la ganadería, el 80% de la deforestación en el Amazonas se atribuye a la actividad ganadera y además España es el país de la UE con mayor consumo de antibióticos en los animales productores de alimentos. Hay que consumir más proteína vegetal y menos animal para nuestra salud y la del planeta. Este es uno de los principales retos alimentarios contra el cambio climático. Sin más.
El desperdicio alimentario tanto en la industria como en nuestras casas y no es de extrañar: en 2020 se desperdiciaron 1.634 kilos de alimentos. Los datos son ligeramente superiores que en 2019 (es decir, vamos a peor), la mayoría de estos alimentos no se llegaron a utilizar (se tiraron sin estrenar) y la franja de edad con mayor incidencia en este problema es la situada entre los 50 y 64 años. Es decir, tenemos que comprar menos, solo lo que vayamos a consumir y tenemos que ayudar a todas esas personas en nuestro entorno, sobre todo en esa franja, a que se comprometan también a no malgastar.
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