Tiene 44 años, a los 14 vio morir a su padre en el mar pero esto no sirvió para frenar su temprana vocación. “A pesar de ese episodio fatídico, de tres hermanos, dos nos dedicamos a la pesca y mi hermana, después de estudiar Políticas, se lanzó a trabajar en el centro de investigación marina del
CSIC en Vigo.
El mar es nuestra vida”, explica Rogelio Queiruga con orgullo familiar. Y así lo demuestra a diario cuando sale a faenar.
Su pesca es de bajura, su residencia
Porto do Son, una pequeña villa de las
Rías Baixas cuya traducción al castellano,
Puerto del Sonido, tiene mucho que ver con el día a día de este marinero. “Vivo rodeado de la música del mar, el piar de las gaviotas y las caracolas que vamos encontrando en nuestras salidas, como los oídos del mar”. Una maravilla que comprobamos in situ.
Orgulloso de su trabajo, entusiasta y consciente de la responsabilidad que supone repartir lo que encuentra en el mar, es tajante cuando afirma que al sector le falta mucho por aprender. “Suministro alimentos a la gente pero esto hay que hacerlo cuidando el mar, teniendo la vista puesta no solo en el objetivo de ganar dinero si no en que esta profesión tenga futuro y eso solo se consigue con educación y respeto”. Nutrirnos del mar sí, pero no a toda costa. Y precisamente a la costa solo lleva lo que considera respetuoso con el medio marino, el que nos da de comer.
Abandonó sus estudios para dedicarse a lo que hoy le da sustento pero su mente inquieta le llevó a retomar los apuntes recientemente y volver a las aulas. “Hoy tengo examen de biología”, cuenta con cierto nerviosismo. “Ese es tu campo, o tu mar, lo tienes hecho”, le digo. Pero él tiene clara la respuesta: «Nada está hecho hasta que se termina». Responsabilidad ante todo.
Enredado en la redes «divulgo lo que encuentro, es mi granito de arena a este mar infinito»
Cada mañana sale del puerto y comparte embarcación con su hermano pero, desde hace un tiempo, decidió también poner su barco al servicio de todos. “Quería que la gente, los más jóvenes, supiesen a qué nos dedicamos y cómo se trabaja en el mar”. Desde entonces sale acompañado de sus aparejos de pesca pero también de otra nueva herramienta, un teléfono móvil con el que intenta capturar cada uno de los detalles marinos con los que se topa. “Al terminar la faena en el mar, dedico un buen rato a la faena en casa. Procuro editar los vídeos, con más o menos acierto, pero siempre intentando mostrar cómo de delicados hay que ser con el mar”. Los publica en el perfil de Twitter @queirugarogelio y @rogeliosantosqueiruga en Instagram.
Este martes en sus redes se coló una raya que llegó a subir a su embarcación. “Es una especie protegida, nos la pagan muy bien, esta a unos 15 ó 20 euros, pero si la pescamos, la tenemos que devolver al mar. Le he puesto una marca del
Instituto Oceanográfico de Vigo con el que colaboro para comprobar la supervivencia de los peces que devolvemos al agua y ayudar en su conservación”. Son las palabras de Rogelio en un vídeo que ha distribuido por las redes y que finaliza con la especie, de nuevo, en su hábitat natural.
Un final feliz que acumula miles de visitas. Los minúsculos caballitos de mar que muestra en las palmas de sus manos de pescador, labradas por la salitre y la fuerza de las olas, se han convertido en los favoritos de los internautas; los tiburones enredados a los que ayuda a volver a nadar, con mucho tino y cuidado, son algunos de los más laureados y, por supuesto, las centollas. “He llegado a tirar siete centollas del tirón, en una sola mañana, unos 140 euros que se van por la borda, ¿Por qué? Por responsabilidad”. Cada centolla puede poner unos 150.000 huevos y si se capturan estando en veda todas esas crías se perderían. “Pan para hoy y miseria para mañana”, sentencia.
Lo mismo ocurre con las especies que no dan la talla, las protegidas, las que escasean, como los santiaguiños, a los que también ha erigido como protagonistas de sus producciones marinas en los últimos meses.
Enredado entre las redes de su embarcación y las sociales ha conseguido que miles de personas le sigan en sus singladuras diarias, que aprendan a valorar el mar y a respetar la profesión de marinero. “No podemos pedir a las autoridades que regulen esto si nosotros mismos, los que nos dedicamos a la pesca, no cumplimos. Somos el primer peldaño en esta escalera vital”.
De internet a las aulas
Del
mar a las pantallas y de ellas a las clases. Tras meses en los que no ha dejado de hacernos partícipes de su vida desde el barco, en varios centros educativos gallegos repararon en su figura. “Me llamaron de algunos colegios, incluso me saludaban por la calle y me daban las gracias por los vídeos. No daba crédito, pero me hacía sentir un orgullo mayor sobre el medio marino”, nos cuenta aun sorprendido.
Y entonces, ocurrió uno de los episodios que más emociona a Rogelio: “En un cole estuvieron pintando y trabajando sobre mi figura y mis vídeos, sin yo saberlo, y después me invitaron a dar una charla por videoconferencia. Es de las cosas más bonitas que he hecho en mi vida”. Así, en la Escuela de Nebra, de su localidad natal, Rogelio regresó a las aulas, a charlar con los más pequeños y acercarles un pedacito del mar a sus libretas. Una jornada diferente en el colegio y una navegación inolvidable para Rogelio, al que el mar llevó hasta los pupitres de los más pequeños
Un mensaje como el agua: claro
«Hay tesoros valiosos que se esconden en cofres humildes», explica mientras muestra una pequeña cría dentro de la concha de un “carneiro” (también conocida como escupiña, almejón o Venus verrucosa) y que devuelve al mar. “En Galicia hay tiburones azules pero también grises, hay bogavantes enormes que cuando están en veda hay que regresar al agua, hay carabelas portuguesas que pican y miles de huevas de calamar; hay infinidad de especies y mucho todavía por descubrir, pero no podremos hacerlo si esquilmamos nuestro modo de vida, nuestras aguas, el medio del que salen todas estas maravillas”. Rogelio Queiruga, es un pescador enredado en las redes de pesca y las sociales, un divulgador de los mares y un influencer del respeto a la naturaleza. Una ola de realidad en las pantallas de nuestros teléfonos y una oda a la conciencia del trato al medio marino.